La corrupción política dominicana toma el perfil de quienes mandan
Por Tomás Gómez Bueno
Nada justifica la corrupción. Pero la corrupción es un fenómeno del accionar político que ha sobrevivido en el tiempo y ahora adquiere un escandaloso interés.
La corrupción es un mal de amplio espectro social y político que hay que ponerle cara para combatirla.
La corrupción es mala, muy mala. Pero su confrontación no es lineal y simple, tiene sus sinuosidades, sus profundidades y es un serio desafío a nuestro discernimiento cuidadano.
Hay que apuntar que la corrupción en nuestro país ha sido utilizada como un recurso político que toma el perfil de quien la promueve y la utiliza desde el poder. La corrupción en los gobiernos de Balaguer tuvo sus características propias y fueron diferentes a las que se pusieron de manifiesto en los gobiernos de Leonel Fernández.
LA CORRUPCIÓN DE BALAGUER
Balaguer era un déspota ilustrado, un mago que jugaba con las voluntades ajenas. Dotado de una fina percepción de la antropología del poder, Balaguer se valió de las debilidades humanas, en especial de la proclividad de las personas a la prevaricación y al dolo, para usarlas como un como un elemento de control y autoritarismo.
Balaguer tenía sus “incontrolables” favoritos, y empleaba la corrupción como elementos de disociación interna; incluso, era su método escindir grupos y personas para distanciar algunos liderazgos y aprovecharse de la dispersión que generaban las querellas y divergencias de sus seguidores para, sobre estas divisiones, acomodar a su mejor conveniencia el manejo autoritario de su ejercicio del poder.
La corrupción que se promovía y toleraba en los gobiernos de Balaguer tenía su base en ese instinto agudísimo que él tenía de las personas, tanto de las que se le daba poder, como de las que sucumbían y se arrastraban tras las dádivas que se prodigaban desde las alturas.
En muchos de sus escritos se puede apreciar ese sentido ilustrado y perverso con que él manejaba a los otros. Todo esto, junto a su indiscutible carisma, le daba a Balaguer ese aire providencial y supremo que lo hizo señor y dueño de toda una época en la política dominicana. Balaguer sabía guardar distancia de la corrupción que el mismo consentía. Es proverbial su frase de que este malestar se detenía en la puerta de su despacho.
LA CORRUPCIÓN DE LEONEL FERNANDEZ
Leonel Fernández, autodenominado por él mismo como discípulo de Balaguer, tiene un sentido más globalizado, moderno, pragmático e intelectualizado de lo que es la corrupción. Su estrategia fue ocultarla o hacerla imperceptible tras un discurso de modernidad. Depredador de instituciones, su estrategia ha consistido en enriquecer a sus cercanos, claro, sin excluirse, para sostener la obsesiva imagen de trascendencia y grandeza que lo desvive.
La forma en que se manifiesta la corrupción en los gobiernos de Leonel Fernández tiene lustre y es progresista. Es un malestar que intenta escabullirse en la superficie de una fachada tecnológica y elitista. Esta es corrupción megalómana y pedante. Es la que se escurre en teorías y busca ser disipada tras la nombradía y el prestigio que ofrecen los grandes escenarios locales e internacionales. Es una corrupción que se esconde en el discurso conceptual y la tribuna fastuosa. Es la corrupción que paga propaganda y diseña artificios con la pretensión de pasar desapercibida e ignorada.
LA CORRUPCIÓN DE DANILO
La gestión de Danilo Medina a pesar de todo lo que dijo al iniciar su gobierno, también sucumbió ante el flagelo de la corrupción. Como la de los otros políticos, la corrupción de Danilo es igual de mala. Pero debo decir, sin que esto sea una justificación, que la corrupción que cubre el gobierno Danilo, es heredada históricamente de todo nuestro sistema.
No puedo decir que Danilo combata la corrupción, que no la utilice como arma política. Pero la corrupción de Danilo es una corrupción estructural y heredada. Es la corrupción corporativa y rentista del PLD de Leonel, la que él diseñó ideológicamente como una copia de la teoría del poder y de la corrupción de Balaguer.
Lo único que Balaguer usaba la corrupción como parte de su pérfido manejo del poder, como parte de su desdén por sus gobernados y como parte de su exaltación autoritaria y controladora desde el poder.
Recordemos que Balaguer era un hombre sencillo y frugal, no dado a las extravagancias y a los aspavientos, era de estilo comedido y tranquilo. Su corrupción, mala, malísima, formaba parte de su arte seductor y manejador de títeres.
La corrupción de Leonel, mala como las de los otros dos, forma parte de su fantochería, de su derroche exhibicionista, de sus extravagancias y su afán de reconocimiento y grandeza. Forma parte de su ambición desmedida, de su narcisismo enfermizo. De su presunción de creerse mejor que los demás.
En conclusión:
La corrupción de Balaguer era fría y calculada, una forma de comprometer y controlar a los suyos.
La corrupción de Leonel es profundamente ideológica, es en él un instrumento de dominación y soberbia, pero además personalista, surge de su intemperante narcisismo y de su particular vanidad.
La corrupción de Danilo, aunque no menos mala, es una corrupción sistémica, heredada del partido y pragmáticamente perversa como las otras dos.
Los tres estilos de corrupción son rechazables y nefastos. Pero mi atrevido análisis ayuda a discernir un poco nuestra realidad política. Si uno está obligado a inclinarse por uno de los tres, yo creo que, en el fondo, tal vez, tan profundo que ni valga la pena hacerlo, uno puede escoger el menos malos de los tres.
LA CORRUPCION DE LOS OTROS: HIPOLITO Y ABINADER
La de Hipólito es una corrupción loca y sin desenfado. Una corrupción tan callejera y corriente como su propio manejo. También mala.
La de Abinader es una corrupción que está por probarse, pero a pesar de tener tantas telas por donde cortar, tantas cosas malas a que oponerse y confrontar, todavía no le ha hecho un traje atractivo a la no corrupción, parece demasiado proclive a repetir lo mismo. Frente a la corrupción su discurso ha sido indulgente y pasivo.
La de Gonzalo, la remito a su mentor Danilo Medina. Derive de ahí sus propios criterios.