La carencia desarrolló mi creatividad

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El autor es Director del Centro Cultural y Comunitario Hermanas Mirabal. Reside en Nueva York

Actualmente contamos con trenes veloces, información al momento, desarrollo de la medicina, Iphone, smart phone, computador, televisión plasma, pizarras virtuales, aviones, carros inteligentes, etc., etc. A pesar de que todos estos inventos son producto del cerebro y la experiencia acumulada, la capacidad de desarrollo y creatividad el cerebro moderno se agota y se atrofia en el buen uso. La barbarie gana terreno en la condición humana. Recuerdo como me hacían falta los libros para hacer mis trabajos. Había que inventar. La biblioteca de mi pueblo era pobre con textos sobre-manoseados. Las pizarras embarradas de tizas, salones de clase sin aire acondicionado, iluminación a puro sol y los asientos mutilados con patas de madera. Nos desplazábamos a pies por los caminos adoquinados con barro, las aves y los insectos al borde del camino alegrándonos la travesía. Cantares placenteros de pichones y los huevos ocultos bajo un pajal. Disfrutábamos los colores de las hojas, los frutos al alcance de un maroteo y el tiempo para filosofar sobre las compañeras que poseían la belleza sin adobo sobre las mejillas. Inventamos el poema sin ser poeta, la canción y los instrumentos improvisados, los experimentos de laboratorios rústicos e improvisados. Tensar los bastidores para no encorvar el esqueleto, eliminar las chinches con el “flichado” de bombita y unas horas de sol para secar el mojado nocturno sobre el colchón de guata o lana. La dieta diaria de comer guanábana, guayaba, limoncillos o un mamón sin esperar ir al supermercado. Correr el párate ahí calle arriba, calle abajo; las cajas de bolas y los tres flejes para la carrera de patinetas, adornadas con cabezas de muñecas mutiladas. Eramos parte del ecosistema. A una silla y una pantalla se reduce el mundo de hoy. Por horas la iluminación de una pantalla opaca la visibilidad para contar las posiciones de las estrellas al sonido de grillo, la chicharra, la rana o la lechuza de ojos luminosos. El cerebro se agota sin registrar la humedad sensual del rocío sobre las hoja del café, el pillar de los gorriones, las descargas imperceptibles del ruiseñor y el aullido del perro bajo la luz de luna llena. Hemos olvidado que somos la imagen de la naturaleza y que al entorno se le puede modificar únicamente de manera real y no virtual. Somos naturaleza desde el principio al fin. La fricción nos hace cambiar constantemente y este roce desarrolla nuestra capacidad creativa constante y consciente. La creatividad es la manifestación práctica de lo que somos y carecemos. Es la razón misma de la existencia por necesidad. luistejadanyc@gmail.com

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