La alta resaca de Tino en Juan Dolio

 

«Cuando Tino se acercaba al sitio empezó a sentir angustia».  (Juan Bosch)

Ahora Tino es otro, sabe que las cosas cambian, se transforman y así, a partir de la sentida muerte de un hombre de conocida integridad, un fuerte viento arrastraría a Tino a unos laberintos más malditos que los laberintos de Borges.

A ambos lados del río Bravo se sabe que Tino perdió la ingenuidad en el litoral de la casa de Gobierno, lugar donde aprendió, según se dice, a vivir y compartir con nuevos piratas: economistas, empresarios, publicistas y asesores neoliberales, todos endemoniados y dominados por ansias miserables.

El domingo no era para menos. Aunque Tino es otro, comenzó a sentir angustia; pensó en Daniel Defoe y en su connotado personaje Robinson Crusoe, pero vio una chica canadiense que le animó el alma. No siendo suficiente la sonrisa, Tino volvió a su estado de angustia y cargando la sombra que extrañamente le producía el sitio de Juan Dolio, quería borrarla. Fue imposible y entonces parodiando a Frederick Nietzsche, dijo: «Vosotros miráis a lo alto cuando aspiráis a la elevación. Y yo miro hacia bajo porque estoy alto».

A pesar de lo que dijo, Tino sabía que los números negarían aquella elevación y, en efecto, así fue, sin que tuviera en aquel trance un amigo diplomático de carrera que le ayudara a desistir de la terca ambición. 

En la misma brisa de Juan Dolio, Tino comenzó a beber Carlos I, como lo hacía Trujillo en sus mejores tiempos, blindado por todas las instituciones del Estado y la sociedad civil de aquellos días grises. Cuando Tino olvidó el fantasma de Trujillo sintió en algún momento que la brisa  fresca se transformaba en viento de arrastre y que esa fuerte corriente llegaría al Congreso.

En las afueras de Juan Dolio estaban atentos los otros, los que igual que Tino habían traicionado la isla Esmeralda. Sin embargo, esos otros hacen cuentos de probidades, se visten de hombres honestos y unitarios a pesar de sus viejos esquemas mentales. Aquella tarde el hombre se acercó al balcón del hotel con una expresión en sus ojos como el tono rojo del sol al atardecer.

Y este Tino angustiado se le ve acercarse al balcón con su vista fija en el horizonte como si fuesen dedos tratando de tocar el océano azul; se le oye murmurar la expresión del escritor cubano Agustín Acosta: « ¡Sol, oh sol, oh sol mío! Necesito tu calidad vibración. Tengo enferma la luz de la palabra; de mí sale brumosa y yo la quiero diáfana».

 Y ahora Tino piensa en la espesa bruma de aquellos días en los que el sol le pertenecía sin oportunidad de algún ocaso ostensible; ni el azul del mar de Juan Dolio da poesía porque se ha roto la relación íntima del color y los seres humanos. El color azul para Tino es ahora el de la lejanía y el de la lealtad improbable en un proceso de deserción de algunos connotados compañeros parados frente a Juan Dolio calibrando altura para tratar de seguir en el poder con la reelección.

Pero como en esta reelección no hay en el país un Eduardo Chibás que se dé un tiro moral en la ingle ni que se oponga con vehemencia contra el crecimiento de la corrupción de su propio partido; lo de Juan Dolio es simplemente un pasatiempo para turistas a orilla de una playa en traje de bañistas dándose un remojón de alta política en unas aguas salobreñas no aptas para mendigos; para estos últimos está Boca Chica y la Matica con sus visitantes insólitos buscando otros placeres.

Pero este Tino no quiere oír los cuentos moralizadores de Bosch. En un aparte de aquella reunión reeleccionista en Juan Dolio prefirió leer las narraciones embrujadas del que le levantóؚ la mano en un centro de la Capital para olimpiadas. La mar agitada hizo difícil aquella discusión política, lo que produjo que los convocados encresparan su pelaje.

Mientras adentro sucedía el debacle político, afuera los otros deliberaban sobre la modificación constitucional para acomodar al nuevo líder del partido, a lo que Tino se opone tajantemente por lo que significaría quedar desprotegido en momentos en que el pueblo, la Iglesia y los empresarios se pronuncian contra la corrupción de Estado imperante en el país.

A Tino se le oyó decir entre los dientes: «¡Esta vaina de Félix me jodió la vuelta al poder y me podría causar otros daños! Pero, ¿qué hago? Tengo el poder judicial a mi favor». Por lo menos eso es lo piensa Tino en un exceso de auto confianza. «¿Y el Fiscal del Distrito?», preguntó. «Ese señor  se fue con la reelección», respondió.

Continuando con  esta ironía, Tino olvidó en Juan Dolio que en la medida que su árbol deje de dispensar sombra todo aquel trepador que él hizo rico pronto firmará con la reelección. Y se repetirá la historia, por algo que olvidó Tino: «Nuestra lealtad es para las especies y el planeta. Nuestra obligación de sobrevivir es sólo para nosotros mismos sino también para ese cosmos, antiguo y vasto, del cual derivamos».

Tino no tuvo tiempo de ver la película española de 2004 dirigida por Mario Lidón titulada «Yo, puta», por estar entretenido con sus cortesanos preferidos. Lo de Juan Dolio le tomó un tanto desprevenido. En consecuencia, por estar divirtiéndose con los cuentos de la «nobleza» palaciega Tino no pudo darse cuenta de los varios negocios de la prostitución de la mente y preocupado por lo de Juan Dolio no leyó el libro donde dice que las personas suelen ser infieles aun enamorados de sus parejas y más tratándose de políticos trepadores.

Debo decir, después de lo expresado, que la política está llamada a ser una actividad noble si no fuera por los políticos.

Por otro lado, Tino sabe que no se trata en este caso del personaje del cuento de Bosch; él tiene que defender su territorio político como el soldado que asumimos. Dijo el escritor y periodista inglés Daniel Defoe, mencionado anteriormente en este trabajo, que «La vida de un soldado es la perfecta antítesis de la de un anacoreta y no sé qué otra cosa pudo inspirarme tan gran repugnancia a partirme de allí con el sentimiento que tuve de ello».

Los amigos del Tino angustiado por lo de Juan Dolio parece que al ver el desarrollo final de la reunión en el centro turístico Metro Country Club se resignaron a dejar la iglesia por una capilla, como aquella frase lapidaria que reza: «Allí donde Dios erige una iglesia el demonio siempre levanta una capilla; y si vas a ver, encontrarás que en la segunda hay más fieles».

Lo que olvidó Tino mientras se encontraba en su estado de ostentación despiadada frente a un pueblo indulgente, un pueblo que paga por su propia subordinación, es que cuando se está en una situación de fastuosidad total, aquella persona que disfruta de la miel del poder no advierte lo que distinguió el poeta Horacio. Veamos: «Si el vaso no está limpio lo que en él derrames se corromperá».

Lo que le está pasando hoy día a Tino se debe a que prostituyó la sociedad dominicana antes de lo de Juan Dolio como el título de aquella famosa película de vaqueros «Por unos dólares más», protagonizada por Clint Eastwood. La misma sociedad le está pasando factura porque la vida a veces nos sorprende con situaciones que no esperamos.

No comparto la opinión de algunos sociólogos y politólogos que dicen lleno de exaltación circunstancial que Tino corrompió a la sociedad Dominicana; creo todo lo contrario, lo que  realmente  hizo fue caminar voluntariamente sobre la territorialidad de la corrupción, es decir, lo que se esperaba de él.

A Tino le esperan momentos de enfados, de desengaños y de bastantes desalientos emocionales, por aquella frase del dramaturgo y actor chileno Alejandro Jodorowsky, que señala que «La frustración está provocada por una sociedad que nos pide ser lo que no somos y nos culpa de ser lo que somos».

Mientras Tino sufre los torrenciales que atacan el río Rubicón y el hoy preferido de los dominicanos, un pueblo políticamente invidente, se acaricia las orejas, habría que decirle que él también pasará en su momento al igual que Tino por iguales experiencias. Y en unos años habrá otro Tino en Juan Dolio sufriendo la infinita catástrofe de la historia de cual intentará salir lo mejor que pueda, pero no podrá ignorar, como dijera Cicerón, lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños.

Se equivoca aquel que piense que la historia madamas la escriben los vencedores. Como escritor que no me gusta hacer leñas del árbol caído, aprovecho para aconsejarle a Tino que en este cruce pesaroso en el que se halla recuerde la frase del poeta y filósofo alemán, Novalis: «Un espíritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el tiempo de la resurrección y que precisamente los acontecimientos que parecieron haberse dirigido en contra de su activación y amenazaban con consumar su hundimiento, han sido los signos más favorables de su regeneración».

 

 

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