Irreductible y leal

Lo vi de lejos por primera vez en los años 70s  cuando él arengaba a estudiantes y profesores en una concentración en la Universidad Autónoma, a la que asistí en mi condición de militante en el liceo Juan Pablo Duarte del Frente Estudiantil Nacionalista Revolucionario (FREN). Eran los tiempos de la lucha “por el medio millón para la UASD”.

En esa misma tribuna, no recuerdo si antes o después, vi también en persona a José Francisco Peña Gómez pronunciar un discurso largo, vigoroso y cautivador en defensa de la democracia y de las libertades públicas. Yo tendría  15 o 16 años.

La jornada por el medio millón tuvo como peculiaridad que se incorporaron la mayoría de los estudiantes de la UASD y de los liceos públicos, además de que  la mayoría de las movilizaciones se realizaron “en el seno del pueblo”.

Con su indiscutible liderazgo, Hatuey De Camps, dirigió en la UASD uno de los episodios de lucha reivindicativa más extraordinaria desde  la decapitación de la tiranía, que involucró a miles y miles de jóvenes y tempraneros adolescentes.

La madurez política de Hatuey llegó rápido, tanto así, que  cuando se produjo la renuncia de Juan Bosch del PRD, mantuvo una conducta serena y de respeto al líder, aunque respaldó la posición del doctor Peña Gómez, de alinear ese partido a la Internacional Socialista y a los “Liberales de Washington”.

Convertido yo en periodista profesional tuve el privilegio de interactuar de manera casi cotidiana con el licenciado Decamps, incluso durante momentos políticos singulares para él y su  partido, como los encontronazos que tuvo con Antonio Guzmán, Jacobo Majluta, su salida del Gobierno  de Jorge Blanco y el pleito con Peña Gómez.

Casi nunca estuve de acuerdo con las posiciones políticas  coyunturales que  exponía Hatuey, pero si  admiré siempre su recio apego a los principio, su indeclinable lealtad y su irrenunciable espíritu de independencia.

No pocas veces, en sus roles de  dirigente del PRD o del PRSD, el licenciado De Camps quedó atrapado por un tipo de sectarismo que lo imposibilitó de  concertar para avanzar en momentos claves de la historia política  reciente.

Una vez, Peña Gómez me dijo que  el mal que lo llevaría a la tumba no era  en cáncer, sino el estrés al que estuvo sometido durante casi toda su vida. Creo que ese fue también el motivo del sentido fallecimiento de mi amigo Hatuey Decamps, a quien despido hoy con  renovado sentimiento de  admiración personal y política.

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