Inmensamente Gandhi

Solo los héroes llegan a ser inmensamente grande como Gandhi. Fue un luchador incomparable en contra del poderío imperial de Gran Bretaña y un constructor del orgullo nacional de la India, que con su ejemplo sube hasta lo infinito, a lo celestial, de donde ilumina a la humanidad con el brillo de sus ideas y de sus acciones. Por eso, contemplemos con emoción al gigante Mahatma Gandhi (1869-1948), quien como valiente águila supo elevarse al más alto pico de la resistencia sin violencia.

 Es imposible conocer su vida sin que esa comprensión cambie nuestra propia vida. Siempre existirá en nosotros un antes y un después de Gandhi. ¿Quién se atreve a negar que sea el más admirable de todos los notables del siglo XX? Gandhi es un sólido filósofo que no teorizó porque su plena existencia es la filosofía. Retratado desde las elevaciones del bosque es un frondoso árbol de raíces éticas y espirituales profundas que perdurará en el tiempo dando los frutos apetecibles de la paz. “Mahatma” fue el nombre salido de las entrañas de su pueblo para decir lo que en su idioma significa “de alma grande”. De ahí emerge el título de este trabajo, “Inmensamente Gandhi”.

LA HISTORIA COMIENZA EN 1869

Mohandas Karamchand Gandhi, nació el 2 de octubre de 1869 en Porbandar, comunidad costera del estado de Guyarat en el occidente la India. “Era el hijo de Karamchand Gandhi y Putlibai, la cuarta y última mujer de su padre”, pues, sucesivamente murieron sus tres primeras esposas. Tuvo tres hermanas y dos hermanos, el menor de la familia lo fue Gandhi. Sobre su padre expresa que, “era un hombre auténtico, sincero, valiente, generoso e incorruptible, jamás tuvo la ambición de acumular riquezas y por eso nos dejó escasos bienes. Debió  ser un hombre inclinado a los placeres carnales, puesto que se casó cuatro veces”.

Sobre su mamá expresa, “La impresión más notable que de mi madre quedó en mi memoria, fue la de su santidad. Era una mujer profundamente religiosa. Nunca se le hubiera ocurrido empezar cualquiera de las diversas comidas cotidianas sin antes rezar sus plegarias”. La niñez de Gandhi carece de notas espectaculares como para una biografía que despierte el deseo de conocerle. Pero a veces lo opaco tiene el brillo oculto y basta con pasar el paño de la curiosidad para que  se muestren importantes detalles.

Mohandas como otros niños gastó parte de su tiempo en recreaciones infantiles, tales como: carreras de competencia en caballos de palo, excursiones a la playa o deslizamientos en las pendientes del terreno.  El pequeño Gandhi recuerda, “me enviaron a la escuela y pasé las tablas de multiplicar con ciertas dificultades. Pero la verdad es que no creo haber aprendido nada más en aquellos tiempos, con excepción de los numerosos y variados nombres –papelitos pegados en las espaldas- que ponía a los maestros en colaboración con los demás niños”.

Sorprende el hecho de que el menor Gandhi siempre se negara a matar -con tirapiedras o gomitas con clip- pajaritos y animales silvestres porque su madre le inculcó el principio de “no eliminar ningún ser viviente. La vida solo la quita Dios”, le repetía con frecuencia. Además, recibió otras enseñanzas en el sentido de ser vegetariano, ayunar para purificarse y tener tolerancia con otros credos y religiones.

En otro aspecto, algunas diversiones le marcaron. Así el jugar al escondido con una de las muchachas del sector donde crecía le dejó “al descubierto” cuando se supo que la noviecita estaba embarazada. La “mala travesura” de ese amorcito escondido le hizo zozobrar su niñez. A los 13 años Gandhi se casó con Kasturba, una niña de su misma edad. El casamiento fue arreglado por sus padres. En su unión, los Gandhi procrearon cuatro hijos.

Después de la “metida de pata” del forzado matrimonio y luego de terminar con bajas calificaciones el bachillerato, sus padres -que ejercían el comercio- deciden enviarlo a Londres a estudiar Derecho. La capital del imperio británico se convirtió para el adolescente Gandhi en sueño y pesadilla a la vez. Lo primero, porque constituía un premio verse estudiando en el centro mundial de la civilización. Lo segundo, puesto que jamás imaginó que iba a ser discriminado por su color, y que su presencia entre los estudiantes blancos generaba risas y burlas: My name is Mohandas Karamchand Gandhi and I am from India. – You are arican, your english is very bad, jajaja. (-Mi nombre es Mohandas Karamchand Gandhi, yo soy de la India. –Tu eres africano, tu inglés es muy malo, jajaja).

Aquélla desagradable escena de discriminación fue cambiando su visión y formando su real convencimiento del destino que debía seguir su vida. Sin equipaje ni proyectos profesionales el recién graduado volvió a su terruño en 1891, tenía 23 años de edad. La sombra del  desencanto que sintió en Europa se mostraba aun en su rostro juvenil, su vocación de ser un experto del derecho se había torcido. Cuenta en su autobiografía –“Mis experimentos con la verdad”- que, «las dificultades de falta de recursos para el sostenimiento  le obligaron en 1893 a que aceptara un contrato de un año para trabajar como defensor en Sudáfrica”, que en esa época era colonia inglesa.

En los tribunales, cuando intentó reclamar los derechos de sus clientes fue atropellado, y pronto vio que todos los indios sufrían idéntico tratamiento. Gandhi siguió decepcionándose, no tuvo dudas de que la democracia también en el continente africano era una máscara. La contemplación de los abusos en contra de sus compatriotas residentes en Sudáfrica duró 21 años, tiempo en el que Gandhi logró planificar más que su futuro el de su país. La única puerta de salida fue la de entrar nueva vez a la colonia del imperio, a su sufrida India.

La sensibilidad contra el abuso es una condición innata en la mente de un revolucionario. Ese impulso elimina el miedo y no se piensa en las consecuencias. La indignación hace frenar la injusticia, la  voluntad se vuelve un polvorín y el deseo de combate le abre las puertas al supremo  coraje. En tal ámbito, la violencia es  el discurso mudo del palo, los hechos impulsivos son  las palabras  que no salen de la boca sino de la piedra o del mismo instrumento de labranza. El hierro se convierte en espada y el puño apretado en arma de pelea.

EL GANDHI NUEVO

Uno de los eventos de mayor impacto fue el proceso de transformación de Gandhi. No se encuentra entre los millones y millones de seres humanos que han habitado este planeta una muestra de cambio personal tan contundente y profundo como el registrado en Gandhi. Su respuesta obedeció a su convicción de que, “si queremos cambiar el mundo primero debemos cambiar nosotros”.

Y esa transformación no es de imagen física sino espiritual. Gandhi entendió que debía comenzar modificándose por dentro. En ese contexto entró al salón de sus pensamientos y tomó la resolución de mover, barrer y hasta fregar y tirar detergente a todas las ideas empobrecidas que estaban en el interior de su alma. “Yo he efectuado profundas introspecciones buscándome a mí mismo una y otra vez, y examinado y analizado cada situación psicológica”. Confiesa.

Gandhi sacó rencores, expulsó de su corazón la soberbia, los resentimientos, los deseos de venganza, el odio, la furia y todas las bajezas y contra-virtudes. Después Gandhi inició el cambio exterior, el de su fachada. Con increíble voluntad se vistió de identidad: tiró la corbata, sus trajes, camisas, zapatos y todo el atuendo que lo identificaba como un hombre de la modernidad y la civilización occidental. Entendió que debía usar el manto clásico de la cultura de su país.

Entonces vistió su persona como otra persona. Así logró que por primera vez en la historia del mundo un hombre pariera a otro hombre. Gandhi parió a Gandhi. Ese extraño y único fenómeno no se ha podido repetir. Y el Gandhi que salió de Gandhi se olvidó de aquél abogado que se graduó en Inglaterra. A partir de ahora una especie de nuevo Mesías caminará por las callejuelas y los suntuosos palacios de la oligarquía con un manto blanco. Nunca más vistió de otra manera. Algunos hasta pensaron que la exclamación del catolicismo de que, ¡Cristo viene!, se había convertido en realidad.

Lo anterior no resulta lo de mayor trascendencia en esta semblanza de Mahatma Gandhi, sino atreverse a negar toda la historia universal en su ley incuestionable de que cualquier revolución política y social se realizaba con la lucha armada, con la violencia y el enfrentamiento militar. Gandhi dijo, “eso es mentira. Yo liberaré a la India del poder ignominioso de Gran Bretaña sin derramamiento de sangre y sin sonar un tiro”.

La risa ante tal afirmación se escuchó en los centros de estudios y las universidades que lo tildaron de “loco”. El nuevo Gandhi se reía también pero de la “erudición” de los académicos. “Sabiduría de aulas, conocimientos de libros, científicos sin vivencias, teóricos de oficina”. Parecía postular Gandhi entre el calor de sus seguidores.

Sin embargo, Gandhi aporta a la historia de los pueblos un método de guerra poco practicado, pero tan efectivo como los plomos o el bombardeo de los aviones. Su arma, su fusil, su sable está en la fortaleza espiritual de su propia conciencia. Es un combatiente acorazado en sus consistentes principios. Gandhi reinventa “resistir sin violencia”. Los resultados de su ejemplarizadora actitud es trinchera indoblegable. La humanidad no había visto antes en un sentido práctico un poder ofensivo más demoledor que esta forma de lucha. Y es precisamente este mérito sin antecedentes en los anales de la historia lo que convierte a Gandhi en inmensamente grande.

LA PACÍFICA RESISTENCIA LOGRÓ LA INDEPENDENCIA

El otro Gandhi, el que regresó de Sudáfrica reconstruido, aunque siguieron llamándole de igual modo “Gandhi”, era un ser distinto. Su mirada penetraba en la contemplación de los demás y le cubría de energía positiva. No caminaba de otra manera pero sus pasos reflejaban la firmeza de quien marcha hacia una meta segura. Su voz atraía en la suavidad del tono. Sus gestos clericales proyectaban unos pensamientos de diafanidad y transparencia propios de conductores de pueblos.

El embrión de un dirigente estaba creciendo en la primera década del siglo XX en los suburbios de una India explotada, marginada y discriminada por los británicos. Las leyes injustas debían cambiar y el país estaba obligado a hacer la guerra de su independencia. “Cero resentimiento, nada de odio en contra de los ingleses, no se trata de matar soldados británicos, es una lucha por la dignidad y el mejor futuro para nuestro pueblo. El aire y la brisa deben penetrar a nuestro hogares para refrescarlo todo, pero no podemos permitir que el ciclón de un imperio tumbe nuestra cosas mas preciadas”. Expresaba Gandhi.

¡Guerra! ¡Guerra! Era la consigna escuchada por doquier. Gandhi también quería la guerra, pero la guerra sin violencia. Abogaba y convencía a los humildes a luchar por la resistencia pacífica y exhortaba a la desobediencia civil, concepto que amplió al leerse en 1908 cuando estaba en la prisión la obra “El deber de la desobediencia civil”, del autor norteamericano Henry David  Thoureau.

En una edición de este libro con prólogo de Henry Miller, este conciente de que Gandhi aplicó su lectura dice, “Ellos escogieron el camino arduo, no el fácil. Creyeron ante todo y sobre todo en sí mismos, no se preocuparon de lo que podían pensar de ellos sus vecinos, y no titubea­ron en desafiar al gobierno cuando estaba en juego la justicia. No hubo inclinación en sus concesiones: se les podía adular o seducir, jamás intimidar”.

Y resultó que Gandhi realizó variadas actividades como marchas, huelgas de hambre y desobediencia a la ley injusta. Ese proceso de resistencia de más de 30 años desembocó en la independencia de la India en 1947. Sin embargo, el fanatismo religioso dividió al país provocando la separación de Pakistán como otro Estado.

LA INDIA LLORÓ A GANDHI

Gandhi triunfó al alcanzar la Independencia utilizando métodos pacíficos. Pero la cultura de la violencia permaneció instalada en capas de la sociedad india y todo el faro de principios y postulados pacifistas proyectados por Mahatma Gandhi quedarían apagados con tres disparos que cegaron la vida de Gandhi un 13 de enero de 1848, a sus casi 80 años de edad. Aunque la India lloró a Gandhi su llanto no tuvo la virtud de la resurrección. Las lágrimas corrieron como arroyos crecidos pero los ojos de Gandhi ya se habían cerrado para siempre. El mundo perdió a Gandhi, mas Gandhi se había ganado el cariño del mundo.

Nadie, absolutamente nadie se ha atrevido a dudar que el funeral más concurrido de la humanidad fue el de Mahatma Gandhi. Dato confirmado modernamente en un ranking sobre los entierros multitudinarios que hicieron historia. La India sufrió su muerte como él sufrió en vida la muerte de quienes dieron su existencia por la Independencia de la India.

Quienes navegaron con tristeza sobre el oleaje de tan profundo dolor, testimonian que si algún juicio final ha de llegar a la Tierra y tal Apocalipsis la sumerge en interminable hoguera, debajo de las cenizas quedará estampado un nombre. En esa especie de lápida rústica, casi ilegible, se podrían apreciar seis letras. La G de la grandeza, la A del amor, la N de nobleza, la D de dulzura, la H de honestidad y la I de inmenso: Gandhi.

 

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