Impuestos para todos

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El autor es economista. Reside en Santo Domingo.

POR OSVALDO R. MONTALVO COSSIO

A veces diría que entiendo. En psicología existe el concepto de racionalización, una interpretación (a veces obtusa y fanática) emocionalmente interesada sobre un evento objetivo. Ejemplo: la tiranía de Trujillo. Existen montañas de evidencia sobre el ambiente político imperante. El miedo, la represión, la violación de derechos. El robo, asesinato, etc. Cualquier cantidad de testimonios.

Sin embargo, si en algún sentido yo fui beneficiario del régimen (si Trujillo hubiera sido mi tío, por decir), mi interpretación del régimen va a ser dulcificada, cuando menos: eran los tiempos -la Guerra Fría-, era una guerra sucia-. La oposición ilegal quería desbancar un gobierno democrático, etc. Difícil evaluar cuando se tiene un compromiso emocional, al punto de que en justicia se puede recusar a un juez vinculado a cualquiera de las partes.

En la “ciencia” no es distinto. Durante mucho tiempo se discutió (se ha abandonado el asunto por cansancio) sobre la objetividad en las ciencias sociales donde el objeto y el sujeto estudiante son la misma persona. Es difícil ser objetivo sobre individuos que no lo son, incluyéndome a mí. Lo que se espera de cualquier abogado es que defienda los intereses de su representado (por quien cobra y quien le paga), por lo que su misión es hacer parecer el crimen más atroz y monstruoso como un acto casual, inocente e insignificante. Ese es su propósito y es lo que todo mundo espera que haga.

Los “cientistas sociales” no. Luego de leer sobre la ética jurídica, niegan con la cabeza y aseguran que sus deducciones están únicamente basadas en principios, y que él no guarda ninguna relación emocional con quien le paga. Algo así como que él es un excelente abogado… aunque pierda los casos de los clientes culpables.

Este es el camino de los eufemismos, de los términos pomposos y rimbombantes, de los fuegos de artificio. De las ideas retorcidas codificadas en símbolos pretendidamente objetivos y asépticos. De la ignorancia parcial e interesada, del descuido cuando conviene, del olvido cuando conviene más. El elemento común es el cobro jugoso en dólares, en moneda fuerte, aunque el estudio trate sobre la devaluación acelerada de la moneda local. Seguramente por lo mismo, ¡los economistas son magníficos!.

El caso es complejo por lo que no podemos mencionar todas sus manifestaciones. Tomemos una: los impuestos. Dice uno por ahí que la atención médica de primer nivel (como en los países desarrollados) es un derecho humano y universal, que se le debe garantizar a la miríada de ilegales en el país. Acota otro: ¿con qué dinero? (“Con cáscara de huevo”, decía la canción infantil) Hay que subir –o aumentar, que se oye menos feo- los impuestos. Atacar la elusión, perseguir la evasión, aumentar la base, eficientizar el cobro… reinicia la discusión de siempre. El objetivo es, sin embargo, el mismo: más cuartos para el Gobierno, que el presupuesto no alcanza pa’tanta gente. Pero al otro día, es decir, al día siguiente, se despacha otro de estos iluminados con que ¡hay que exportar! ¿Es tan difícil ver en el mapa cómo se llega a Cabrera pasando por Cotuí? No creo. De lo que sí estoy seguro es de que un buen fajo de papeletas les nubla el entendimiento a estos doctores en ciencias lúgubres. Los hay quienes aseguran que la pobreza se ataca importando miseria.

En las aulas repiten una y otra vez: los impuestos se dividen en directos e indirectos. Los indirectos, como el itbis, son retenidos por un tercero y gravan una actividad distinta a la generación de ingreso. Las tasas son establecidas por una autoridad distinta al gobierno central… En una ocasión un contador se rebeló contra tanta palabrería: no hay tal cosa como los impuestos (o tasas o lo que sea) que sean indirectos. Todos los impuestos son directos en el sentido de que lo paga alguna persona particular, específica, con nombre y apellido. Como los bienes económicos, que todos y cada uno tienen un dueño definido, o dejan de ser bienes económicos. 

Así los impuestos recaen en un sujeto específico, independientemente de las veces que hayan rebotado en lugares diferentes antes de asestar el golpe. ¿Qué hay de indirecto en todo esto? ¿Cuesta menos un refresco si sacamos el dinero del bolsillo izquierdo que del derecho?  ¿Pesa menos el impuesto si lo pagamos en el consumo de gasolina que en el peaje? O en el consumo de cerveza o de cigarrillos. O al salir por el aeropuerto. O al sacar un acta de nacimiento. ¿Qué tan indirecto es un impuesto? Y si es “muy indirecto”, ¿le resta fuerza recaudadora? Lo mejor del caso es que cuando se meten en estos trazados de brincos de mano en mano y en el tiempo, nuestros colegas se enredan las patas.

El principio del contribuyente es que solamente se pagan aquellos impuestos que no se pueden evitar. De inmediato salta uno de los desorejados y dice: “!Ja, el impuesto a los combustibles no se puede evitar! ¿No? Pregúntenle a los sindicalistas del transporte. ¡Ah, ok! Pero el impuesto al ingreso no se puede evitar. ¿No? Pregúntenle a los empresarios de zonas francas y a los que tienen leyes especiales. ¡Ah, pero eso es diferente! Bueno, será diferente pero es lo mismo. 

¿Y cómo evitan los impuestos los que no los pueden evitar? (Se parece al libro aquel de Eco: “En qué creen los que no creen en nada”) Fácil, lo meten en los precios. Hay quienes piensan que cuando el Estado coloca (o aumenta) un impuesto al ingreso (un impuesto “directo”), el agente gravado se queda así, golpeado y de brazos cruzados. Pues resulta de que no, sólo se quedará tranquilo (y absolutamente frustrado) si no puede trasladar hacia adelante el aumento de costos que significa el impuesto. Obviamente, para esto debe tener la influencia necesaria sobre el precio de su producto, como lo tienen los oligopolios (para algo se tiene poder). Hay quienes pueden hacerlo y quienes no. Los asalariados no pueden hacerlo, quedan mordidos por el aumento de impuestos-precios. 

Tampoco pueden todos los empresarios, necesitan cierta inflexibilidad en el consumo ante el aumento de precios (cierta inelasticidad). Por ejemplo, ¿por qué ponerle impuestos al consumo de combustible (o de telecomunicaciones), y no al de niños envueltos? Al final, los que pueden, lo harán. Los que no, pues no lo harán, y siempre hay quienes pueden hacerlo parcialmente. 

La variación de precios será absorbida de alguna manera (la elasticidad siempre suma uno, para cada agente y en el agregado), que es lo mismo que decir que el ingreso se gasta de una u otra manera, en frijoles o en cerveza, en medias o en retroexcavadoras. Habrá unos pocos que ganan y otros muchos que pierden (y algunos que quedan empate). Pero sobre todo, hay quienes siempre ganan. Esos son los dueños del mundo.

oxmontalvo@yahoo.com

JPM

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