Impronta Plástica de los Refugiados

imagen

La impronta de los refugiados españoles del 39/40 en el campo de las artes plásticas fue de extraordinaria significación. No sólo se trató de la labor pedagógica realizada en la Escuela Nacional de Bellas Artes, inaugurada en 1942 y dirigida por el escultor bilbaíno Manolo Pascual hasta 1951, en cuyo profesorado figuraron el pintor catalán Josep Gausachs y el burgalés José Vela Zanetti, forjadores de un discipulado de artistas innovadores. O de la estupenda obra de Vela multiplicada en paredes públicas o en lienzos de gran formato, cuya narrativa traza episodios claves de nuestra historia y rasgos señeros de las tradiciones en el campo del trabajo, la música y el baile. O el contacto refrescante con las vanguardias, ya el surrealismo representado por el gallego Fernández Granell. Fue también el deslumbramiento provocado por la luz tropical, la vegetación exuberante, la belleza redonda de la negra y la mulata, el talle musculoso del moreno, la sensualidad canela de la carne. La candidez de “negritos” jugando en las esquinas.

El autor.
El autor es sociólogo y escritor. Reside en Santo Domingo.

De Vela Zanetti  -quien captó con expresividad volumétrica, al mejor estilo del realismo socialista entonces en boga, los rasgos multiétnicos de la dominicanidad- refiere María Ugarte que fue quien introdujo el muralismo en el país. “No era conocido para entonces, pero tenía que comer y empezó a hacer murales. Los ingenieros de aquí estaban encantados cuando pudieron ver que quedaba todo mucho más bonito con los muros pintados. Porque Trujillo fomentó mucho la arquitectura de grandes edificios. Vela decía que había pintado ochenta y tantos murales por no sé cuántos kilómetros cuadrados.” Residiendo en Ciudad Trujillo y fichado como dominicano, Vela Zanetti obtuvo una beca Gugenheim que le franqueó el acceso a un concurso que ganó para la realización de un mural emblemático en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, alusivo a la lucha de la humanidad por conquistar la paz.

Otro artista plástico de notable presencia que integró la camada republicana que arribó a nuestra tierra fue el surrealista gallego Eugenio Fernández Granell, oriundo de La Coruña. De un perfil multifacético, el dinámico Granell se movió como pez en el agua en el medio dominicano que lo acogió con entusiasmo, como me lo reiterara su amigo el poeta Franklin Mieses Burgos. Egresado de la Escuela Superior de Música de Madrid, engrosó como violinista la matrícula de la Orquesta Sinfónica Nacional organizada en 1941 y dirigida por el compositor madrileño Enrique Casal Chapí. Quien permaneció hasta mediados de los 40 en el país, donde compuso Cinco canciones de Lope de Vega para soprano y orquesta, Suite para una ceremonia solemne ejecutada en la Catedral en 1943 y la música para El ricachón en la Corte de Moliere, representada en la Universidad de Puerto Rico. Casal Chapí se trasladó a Uruguay y Argentina, continuando allí su labor autoral, de dirección y docente.

Fernández Granell militó en España en el Partido Obrero Unido Marxista (POUM), de orientación trotskista, dirigiendo su periódico El Combatiente Rojo e integrándose a las milicias en la defensa de Madrid durante la Guerra Civil. Como tantos otros, pasó por los campos de concentración franceses y se embarcó en El Havre rumbo a América junto a sus camaradas, el pintor cubano Wilfredo Lam y el poeta francés Benjamín Péret, ambos íconos del surrealismo, así como con la catalana Amparo Segarra, quien se convertiría en su compañera.

Cultor afortunado de varios géneros literarios como la poesía, el relato y el ensayo, Fernández Granell publicó en el país en 1944 el libro de relatos El Hombre Verde y en 1950 en Puerto Rico la obra de inspiración poética Isla Cofre Mítico. Entre 1941-46 trabajó en La Nación a cargo de las páginas de cultura, crítica de música, arte y novedades editoriales. En 1941, en ocasión de la celebrada visita de André Breton, Granell entrevistó al gurú del movimiento surrealista francés para La Nación, generándose una sólida amistad que perduraría. Junto a sus contribuciones en la prensa, practicando “una especie de articulismo literario en donde la inventiva y el humor eran sus principales ingredientes”, Granell fue ilustrador de la importante revista La Poesía Sorprendida que nucleó a la vanguardia intelectual dominicana, con la presencia del chileno Alberto Baeza Flores, Franklin Mieses Burgos, Mariano Lebrón Saviñón y Freddy Gatón Arce, entre otros.

En La Nación –en cuya etapa fundacional destacó el periodista canario Elfidio Alonso, ex director en Madrid del intervenido por la República diario ABC, junto a los veteranos dominicanos Rafael Vidal Torres y Manuel “Cundo” Amiama- colaboraron otros exiliados republicanos como Manuel Valdeperes, Alfredo Matilla,  Vicente Llorens, Segundo Serrano Poncela. Según nos relata Llorens en sus memorias, Toni Bernard Gonzálvez, un excelente caricaturista y dibujante, hizo el retrato de Granell que presidía sus columnas. Este también colaboró en las publicaciones republicanas Ágora y Democracia. Esta última, dirigida por Rafael Supervía Zahonero, acogía la opinión de republicanos de diversas ideologías excepto la de los comunistas.

Granell emigró a Guatemala en 1946, al rehusar firmar una carta de adhesión a Trujillo, según se alega, ejerciendo la docencia en la Escuela de Artes Plásticas. Desde allí, sintiéndose perseguido en 1950 por los comunistas estalinistas, se movió a Puerto Rico, integrándose a la Facultad de Humanidades de su universidad, donde impartió Historia del Arte y entabló estrecha relación con Juan Ramón Jiménez. Más adelante se estableció en New York, donde enseñó Literatura Española en Brooklyn College, obtuvo doctorado en Sociología y trabó amistad con Marcel Duchamp, repuntando su labor pictórica. Allí publicó Sociological Perspectives of Guernica, Federica no era tonta y otros cuentos y La leyenda de Lorca y otros escritos. En el 85 regresó a España, donde muere en 2001, reconocido como hijo adoptivo de Santiago de Compostela, dejando en pie una fundación que difunde su obra.

También destacaría Ángel Botello Barros, artista nacido en la comunidad Cangas de Morrazo de Galicia, egresado con honores de la Ecole des Beaux Arts de París, y quien participó en la Guerra Civil como cartógrafo del Ejército Republicano. De una pulcritud impresionante en sus obras, empleando colores sólidos, su trabajo evidenció una marcada inclinación hacia la temática de la presencia negra en nuestras islas, particularmente de la mujer en sus múltiples facetas, desplegada en plácidas escenas. Una suerte de Gauguin del Caribe, así  han bautizado a este pintor, escultor y grafista, radicado en su exilio originalmente en nuestro país. Pasando luego al vecino Haití, donde casaría y viviría por espacio de una década, estableciéndose definitivamente en Puerto Rico. Allí abriría en 1953 una galería de arte en el Hotel Caribe Hilton. En los 80, mantenía dos galerías en San Juan, donde le conocí, una de ellas en Plaza de las Américas. Evolucionando su estilo hacia la representación de figuras esquematizadas, de tierna factura familiar.

De su lado, José Alloza dejaría marcada su huella en múltiples ilustraciones, especialmente las que se encuentran en La Historia gráfica de la República Dominicana, cuyo autor fue el emigrado vasco José Ramón Estella. Obras literarias, tanto de autores españoles emigrados como de escritores dominicanos, fueron igualmente ilustradas con viñetas de artistas como Alloza, añadiéndole valor a las ediciones.

La presencia de éstos y otros connotados artistas plásticos en el medio dominicano, como fueron los catalanes Joan Junyer –establecido posteriormente en New York donde exhibiría en el MOMA en 1945 sus revolucionarios performances de pintura, danza y música- y Mateo Fernández de Soto -escultor que emigraría a México. Así como el pintor y escultor gallego Francisco Vázquez Díaz, “Compostela”, quien se residenciaría en Puerto Rico, propició la creación de un ambiente altamente favorable al desarrollo de las artes plásticas. A lo cual habría que sumar el aporte de otros artistas refugiados europeos como George Hausdorf, Joseph Fulop y Mounia André, quienes contribuyeron al desarrollo de un incipiente mercado de obras de arte, una muestra de las cuales se exhibió hace unos años en la Galería de Arte Moderno, bajo el título Los Inmigrantes, con motivo de celebrarse el cincuenta aniversario del arribo de estos artistas a tierra dominicana.

En el ámbito de las artes gráficas merecen mención especial los tres caricaturistas del diario La Nación. Se trata del ya citado Antonio Bernard (Toni), de Víctor García (Ximpa) y de Blas, una trilogía que hizo época por sus estampas de personajes y la representación de escenas de actualidad. Igual, otros caricaturistas que enriquecieron el periodismo dominicano fueron Shum –Alfonso Vila Franquesa, pintor anarquista catalán padrastro de los artistas Ramón y Antonio Prats Ventós-, quien colaboró con La Opinión durante un breve lapso. Asimismo vale referir al muralista Francisco Rivero Gil, ilustrador de diarios y revistas madrileños, quien dibujó cartones para La Nación.

Una verdadera renovación de la vida cultural representó la presencia en la plástica de los refugiados republicanos españoles. Una bocanada refrescante de aire vivificante en medio del fuego candente de la dictadura.

 

ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
0 0 votos
Article Rating
Suscribir
Notificar a
guest
0 Comments
Comentarios en linea
Ver todos los comentarios