Igualdad, no discriminación

La reservación de una cuota de representación política a la mujer, establecida en la carta magna y ahora como se esboza, incluirla en la modificación a la ley electoral, constituye una aberrante discriminación contra las féminas, ya que tal proposición limita las capacidades, que en el plano de igualdad con el varón, tiene el ser que da vida.

Otorgarle una parte, de un todo, no es sinónimo de igualdad, pero tan poco es un hecho democrático como se ha querido vender, y que, con la sumisión que caracteriza a ese sencillo y delicado ser, ha aceptado, como si fuere un regalo y no como si fuera un derecho, que le pertenece como ente social y humano.

Varones que dirigen los organismos en donde se crean y se hacen las leyes, se han vanagloriado del supuesto paso de avance que han dado, al otorgar cuotas de representación política a la mujer dominicana; como si este fuera el descubrimiento del siglo, como si le han dado un vaso de agua, a un sediento en un desierto.

Esta «exaltación» se convierte en una urda y descarada burla, en el mismo momento que, con un texto escrito se delimitan aspiraciones, sueños y esperanza, cortándoles las alas, a palomas blancas que pueden volar hasta el infinito.

No solo pegarle a una mujer, constituye una dolorosa y vergonzante atolladero de nuestra sociedad, y de nosotros como hombre, existen otras formas de abusos, los cuales se legitiman con leyes, decretos y resoluciones, como ésta que le confiere una miserable cuota, restringiendo su poder y capacidad, de competir de tú a tú con el más competente de los machos.

Ya la iglesia Católica en este aspecto se ha pronunciado, en su reflexión acerca del “Papel de la Mujer en la Sociedad”, publicado en la encíclica Papal del 1988, sobre la Dignidad de la Mujer (Mulieris Dignitatem) en donde refiere que » Cualquier diferencia reconocida entre hombre y mujer puede utilizarse como una excusa para tratarles de forma desigual.

“La discriminación entre los dos conducirá inevitablemente hacia formas de discriminación injusta  tratando a la mujer como inferior al hombre en su valía o capacidades como persona y por tanto como indigna de las mismas prerrogativas y privilegios que el hombre tiene».

Y agrega que «El temor es que la mujer sea restringida al cuidado de la casa y de los hijos como la única esfera en la que puede realizarse su verdadera vocación, especialmente si las diferencias principales entre los sexos incluyen la estrecha relación de la mujer con el embarazo y la crianza de los hijos. Sus aspiraciones a participar de forma más activa en una comunidad más amplia deberían reprimirse».

Es entonces que afirmamos, que existe un interés marcadamente machista, para limitar los derechos de la mujer, confiriéndoles prorratas de intervención en la vida política, con el objetivo de mantenerla confinada a la servidumbre doméstica, dándole un papel secundario en la vida pública, para que la gran mayoría de ellas, continúe el trabajo duro, sacrificado, en obediencia y negadora de sí misma, así como de la igualdad que debe prevalecer entre ambos sexo, en todos los sentidos.

Por eso resulta contradictorio, que en un mundo neoliberal, en donde la competencia es la regla, se quiera restringir a la mujer, limitándole el derecho de ganarse compitiendo, lo que con su capacidad puede conseguir.  

jpm