Homenaje a los mártires de la libertad

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

 

El día que el 4 por ciento eleve el nivel educativo del pueblo dominicano los jóvenes y los mayores tendríamos la capacidad y la tranquilidad espiritual para apagar los celulares por treinta segundos, y preguntar: ¿Quiénes fueron los héroes de la Raza Inmortal?

El suelo de la Patria se estremecía debajo de los pies firmes de un pueblo que, aún temeroso de las botas de la gendarmería tiránica, su espíritu aguerrido bramaba con la fuerza de un sansón.

El agua azul turquesa de aquellas olas revolucionarias que cargaron en su lomo desde Mil Cumbres, Cuba, las naves Carmen Elsa y Tinina, repletas de héroes, como si fuesen aquellos indomables argonautas en busca del vellocino de oro,  capitaneada, una, por José Horacio Rodríguez y luego por José Mesón, y la otra por José Antonio Campos Navarro, cual Jasón, el de las grandes transformaciones, o como Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado «El gran capitán y comendador de la Orden de Santiago».

Durante el trayecto sobre una mar agitada en las negras noches, similar a las magníficas narraciones contadas sin cobardía en aquella obra literaria afroperuana de experiencias y vivencias escrita por José Campo Dávila, titulada «Las negras noches del dolor». Las quillas de aquellos navíos cortaban con intrepidez inigualable las feroces marejadas que intentaban contener las ansias de libertad de un pueblo sojuzgado por un gobernante que sobrepasó las historias de crímenes sombríos narrados por Daniel Defoe en sus obras literarias.

El desembarque por Maimón y Estero Hondo recibió el fuego execrable de los aviones de la dictadura, cuyas aeronaves bajaban en picada asesina, como el águila harpía de la mitología griega que se llevó a la muerte a Hades, hijo varón de Cronos y Rea. La raza inmortal que vino en la barriga asombrosa de aquellos barcos libertadores, de hombres y de pueblos, terminó en las páginas del libro de los mártires.

En la medida que descendían los combatientes de aquellas naves ilusionantes lo hacían cantando el himno francés de La Marsellesa: «Marchemos, hijos de la patria, que ha llegado el día de la gloria. El sangriento estandarte de la tiranía está ya levantado contra nosotros ¿No oís bramar por las campiñas a esos feroces soldados? Pues vienen a degollar a nuestros hijos y a nuestras esposas.

¡A las armas, ciudadanos! ¡Formad vuestros batallones! Marchemos, marchemos que una sangre impura  empaque nuestros surcos».

Mientras los héroes entonaban La Marsellesa su voz viajaba montada sobre olas espumosas de libertad, como escribió Borges. La fuerza de la marcha gloriosa llegaba a playas dominicanas desafiante y también llegaba retadora a oídos de la satrapía. El tronar de las bombas de los aviones de la dictadura arreciaba trémulas sobre los expedicionarios y ellas no intimidaban el espíritu resuelto de la Raza Inmortal.

Se comenta que la Virgen de la Mercedes se les presentó a los combatientes para animarlos, darle fuerza y llevarle esperanza a su espíritu de que su expedición era el inicio memorable de los anhelos de libertad del pueblo dominicano martirizado. Esta aparición no ha podido ser verificada por los historiadores de la Raza Inmortal ni tampoco se sabe si entre los combatientes había algún devoto de la Virgen de la Mercedes. Con esto último cruza una fuerte alucinación.

Aun cuando se piensa que la invasión compuesta por dominicanos y por amigos de la patria humillada y afligida por el déspota no tuvo el éxito esperado su valentía e intrepidez sirvió de fragua ardiente para atizar el fuego de la liberación del monstruo que la tiranizaba.

Una noche de estrellas generosas, aquel 30 de mayo imborrable, permitió vivir para observar rodar la cabeza del déspota engreído, como sucedió en aquel acto en la plaza de la Revolución, en el París de 1793, en el que cayó la cabeza de una reina apodada el «azote y la sanguijuela de los franceses».

Aquel 30 de mayo fue sin duda el desbordamiento de las contradicciones internas de los propios trujillistas. Todos los historiadores saben que aquello no fue solamente decapitar la tiranía; sin el verdugo, verdaderamente ya era inútil para las fuerzas externas que lo protegieron por tantos años.

El sacrificio de la Raza Inmortal creó una fuerte preocupación en los asideros del poder que a veces mueve montañas. Así, el día que los historiadores quisieran ser más sinceros algunos héroes dejarían de ser titanes para dar paso a los verdaderos héroes de la Raza Inmortal.

Los dominicanos de hoy y de mañana tienen la sagrada misión de mantener y perfeccionar la democracia a la que estos inolvidables expedicionarios contribuyeron con su sangre, su dolor y su valentía.

En las escuelas, en los parques públicos, en las calles del país debe entonarse hoy y siempre el himno del 14 de Junio para que el alma dominicana se encandile y el recuerdo de la Raza Inmortal nos ilusione continuamente a luchar con fe para que su casta heroica no se extinga en el pensamiento que nos intuye y nos anima a anhelar un país libre, soberano y firme en el deber y en la honra.

Levantemos nuestra voz al cielo ahora mismo; recitemos las estrofas primorosas del himno del 14 de Junio con nuestros pulmones inflados y con nuestros espíritus erguidos en señal de homenaje a la gloria de estos héroes y mártires verdaderos.

Llegaron llenos de patriotismo,

enamorados de un puro ideal

y con su sangre noble encendieron

la llama augusta de la libertad.

 

Su sacrificio que Dios bendijo

la Patria entera, glorificará,

como homenaje, a los valientes

que allí cayeron por la libertad.

 

14 de Junio, gloriosa gesta nacional.

Tus mártires están en el alma popular.

Hermanas Mirabal, heroínas sin igual,

tu grito vibrante es el alma de la Patria inmortal.

 

Recordemos, al final del himno: «El tirano muere y su reino termina. El mártir muere y su reino comienza».

escotto.escotto@gmail.com

JPM

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