Historias de San Cristóbal: Domingo Peña Nina
Hace unas cinco décadas salí de San Cristóbal, Ciudad Benemérita, poblado digno de recompensa por sus aportes a la Nación dominicana. De vez en cuando visito mis familiares, recreo algunas vivencias y desde un empolvado rincón de mi mente evoco mis más hermosos recuerdos juveniles.
El mes pasado efectuaba una caminata por la avenida Constitución rememorando aquellos tiempos de la década del 50. Me detuve frente al lugar donde estuvo la casa de la profesora doña Luz Nina y don Francisco Peña, vivienda en la que criaron a Domingo Enmanuel Peña Nina y sus hermanos.
Esa vetusta casa (recientemente demolida para dar paso al asrea de estacionamiento de una clínica vecina) fue para mí como un lugar destinado públicamente al culto del saber, a la modestia, la perseverancia, a la amistad, la obediencia, el talento, la justicia y al afecto por el cual busca el ánimo el bien verdadero y apetece gozarlo, esto es el amor, en sus más diversas manifestaciones.
Esa benemérita casa me hace recordar aquellos años de infancia que compartí con Domingo Peña Nina antes de él emigrar hacia la Universidad Autónoma de México a estudiar Ciencias Medicas.
Esa antigua casa la columbré como un gigantesco espejo que reflejaba un diploma que decía Dr. Domingo Peña Nina, graduado de médico con honores; divisé también, el destello de la sala de ginecología del Hospital Rafael J. Mañón, del IDSS, con un letrero que reza: Sala Dr. Peña Nina.
¿Qué persona no se siente satisfecho y realizado al ver un homenaje como ese?.
RECUERDOS
Me encontraba en la acera opuesta de la longeva vivienda y crucé para estar más cerca, cerré los ojos y sentí una especie de éxtasis que enajenó mi pensamiento hacia medio siglo atrás y veía a Domingo con 12 años de edad, recitando versos, escribiendo poemas, jugando pelota, estudiando para los exámenes finales en el Parque Rhadamés, explicándonos las conjugaciones verbales de Bello, participando en los concursos radiales vía telefónica…
Frente a frente al lugar donde estuvo la vieja casa de madera, seguía con mi embelesamiento y alcancé a ver y sentir otros reflejos como la vez que Domingo y otros amigos formamos el Club de Ciencias para luchar por la creación de un laboratorio para los estudiantes del cuarto de naturales; cuando fuimos al Palacio Nacional a buscar unos útiles deportivos; cuando fuimos al cementerio municipal a exhumar un esqueleto real y verdadero para estudiar mejor en las clases de anatomía de la profesora Teresita.
La participación de nuestro amigo en la adquisición de un microscopio, fue protagónica, así como su colaboración en la creación de la biblioteca Gregorio Luperón del Liceo Manuel María Valencia.
Aun hipnotizado por la emoción y los dulces recuerdos, quise tocar la puerta de la venerable casa y antes de lograr la autómata acción, escucho muy, pero muy claramente, un toc, toc, toc…
Sé que estoy aturdido, pero oigo el sonido que producen los nudillos al tocar una puerta…estoy aturdido pero sé que no soy yo el que está llamando a la puerta; y vuelven mis pensamientos a la década del 50 y veo detrás de mí a un amiguito de Domingo apodado Torito (César Nina).
Ustedes se deben imaginar por qué le decían a ese temible niño, dizque Torito. Era bravo y fuerte como un toro. Vi al Torito perseguirme con varias gomitas y una tira de cascara de naranja china más larga que una longaniza, con el propósito de masacrarme, y recuerdo que en mi huida quise refugiarme en la casa de Domingo; pero, aunque toqué y vociferé lo más fuerte que pude…nadie me abrió la gigantesca y dura puerta.
Tuve que aguantar estoicamente decenas de cascaraso. Al otro día, en la escuela le conté a mi amigo Domingo lo que me hizo Torito y me dice Domingo: Torito no es tan fuerte y tan guapo como dicen.
Esas estimulantes palabras de mi amigo Domingo me llenaron de valor y a la semana siguiente, me encontré con Torito en el río, sin gomita, sin cascara y sin ropa, y me dije: Domingo no me va a engañar. Reté a mi rival a pelear limpiamente y me dijo, delante de 8 o 10 amiguitos comunes: Fello, se me acabaron las cáscaras y mi mamá me rompió todas las gomitas.
Gracias, Domingo, de no haber sido por ti, hoy estaría yo avergonzado por mi rauda y cobarde huida.
La benemérita y vetusta casa de mi amigo recibió duros golpes a través del tiempo; sufrió varias pérdidas producto del incesante transcurrir del tiempo; ese templo, ese remanso de paz, ese faro de luz, sin embargo, resistió, resistió los embates naturales y las debilidades de la carne y fue (y seguirá siendo en el recuerdo de los sancristobalenses) el símbolo de una familia que se ha erigido en arquetipo para toda la sociedad sancristobalense porque dio muy buenos frutos.
REYLO ARANDA
Por aquellos tiempos estaban de moda el uso de pseudónimos de parte de escritores famosos; y así Ricardo Neftali Reyes Basoalto, era Pablo Neruda; Gustavo Adolfo Becquer, era simplemente Becquer; Agatha Marie Clarisa Miller, era Agatha Cristie; Lucia del Perpetuo Socorro Godoy, firmaba como Gabriela Mistral; Félix Rubén García Sarmiento rublicaba como Rubén Dario; Salomé Ureña era conocida como Herminia y nuestro amigo Domingo Enmanuel Peña Nina era Reyllo Aranda. Sí, Reyllo Aranda. Nunca supe el origen de ese pseudónimo, ni los versos que firmó bajo la inspiración de ese supuesto nombre.
Por su facilidad para memorizar diálogos y representar personajes con mucha seriedad, nuestro autor fue escogido varias veces para actuar en las pequeñas obras teatrales que organizaban algunos de nuestros profesores del liceo, como el inolvidable José Luis Rone Puello (fallecido muchos años después en México).
La mayoría de los adolescentes de esos tiempos ya idos, se entusiasmaban con el idioma inglés; así a casi todos nos gustaba esa lengua, no solo porque estaba de moda el rock and rock sino también por lo fácil que era aprobar esa materia por lo suave que era el maestro, al que le decíamos cariñosamente Mister Hoyito por un hueco que tenía en la frente. En realidad se llamaba Don Manuel Sánchez.
EL FRANCES
Sin embargo, a Domingo lo que le fascinaba era la lengua francesa, aun siendo el profesor de francés un señor sumamente estricto y exigente con su materia.
Domingo distinguía el francés, practicaba mucho ese idioma y prefería un si vu ple, a un please; madmoisse, madam, cest la vie, en vez de miss, hello u oh, my god. Y es que Domingo descubrió desde temprana edad que el idioma del amor es el francés; no se es romántico si no te gusta el idioma de Víctor Hugo; para Domingo, en esa época, Eros había nacido en los cielos de Francia.
Declamando poemas y escribiendo versos, se dio cuenta que el idioma francés es el idioma perfecto para hablar con las mujeres y quiso aprenderlo…aunque ya adulto se casó con una mejicana, estoy seguro que la enamoró en francés o por lo menos la sedujo, pensando en francés.
Y por último…no he hablado, ni hablaré, del Domingo Peña Nina adulto, del consagrado escritor, del maravilloso catedrático, del sobresaliente y culto trabajador, del incansable devorador de libros…
Les he querido decir, a los cuatro vientos, que del niño poeta tuvo que haber salido un formidable escritor; del niño con tan buen corazón, emergió un excelente médico, del niño solidario surge el combativo abogado; del niño bien criado, tenemos al buen ciudadano, del niño obediente, el padre consciente, del niño desinteresado, el amigo verdadero.
(Palabras del doctor Rafael Herrera Morillo en el acto de presentación en la biblioteca de la UASD del libro «Las diversas vertientes del amor» , autoría del doctor Domingo Peña Nina).
jpm