Historia de fatalidades

La historia de los partidos políticos mayoritarios en el último medio siglo está plagada de  divisiones o rompimiento de su liderazgo, lo que ha sido causa principal de derrotas electorales e insalvable dificultad para preservar o retornar al Poder.

Solo el presidente Joaquin Balaguer y el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) pudieron  quedarse en el Palacio Nacional en 1970 tras sobrevivir a la crisis que  sobrevino en ese gobierno con la virtual salida del vicepresidente Francisco Augusto Lora, quien formó otro partido para   enfrentar al caudillo.

El Partido Revolucionario Dominicano (PRD), el más anejo de las franquicias partidaria, ha quedado reducido a su mínima expresión,  sacudido por pugnas entre  su liderazgo mayor, lo que impidió que se cumpliera el vaticinio del doctor Jose Francisco Pena Gómez de que  permanecería  en el Poder más de 70 años.

Las rencillas  entre Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco, Jacobo Majluta y el propio Pena Gómez, limitaron la estadía palaciega  del PRD a solo ocho años, además de colocar la alfombra para que  un rehabilitado Balaguer retornara al solio presidencial con la oportunidad de reivindicarse ante la historia.

Hipólito Mejia ascendió a la Presidencia de mano del propio Balaguer y del desprendimiento de Danilo Medina, quien declino a su derecho de competir en una segunda vuelta electoral, pero de nuevo la infección de la crisis partidaria hizo convulsionar al Partido, al Gobierno y a la nación.

Tan recurrente, profunda y extendida han sido  las divisiones y pugna en el liderazgo político  nacional, que los dos principales partidos del sistema son  el resultado de  cismas partidarios, sin que ninguno haya sido inmunizado ante esa fatalidad.

El PLD ha podido gobernar durante 16 años consecutivos gracias al ejercicio de la unidad en la diversidad y  de una disciplina alrededor de los órganos de dirección y de su propio liderazgo, lo que permitió que desde el Gobierno se impulsara el más extendido y dilatado proceso de trasformación  social, político y económico en la historia de la nación.

Esa organización no tuvo exenta de crisis similares a las que afectaron a otros partidos del sistema, pero  el liderazgo de su fundador  era tan fuerte y firme que pudo sobrevivir a todas sus convulsiones, que por demás, fueron  de carácter ideológico y no pleitos  paganos entre pequeños burgueses.

Duele decirlo, pero por los síntomas que presenta, el partido de Juan Bosch parece padecer  de la enfermedad que  redujo a la discapacidad a las otras dos grandes organizaciones partidarias del sistema, y que se manifiesta por profundas divergencias  en su liderazgo mayor.

El antídoto o vacuna para evitar ese padecimiento fue inyectado al PLD  por Juan Bosch, una medicina que incentiva a las células de la unidad en el propósito de servir al Partido para servir al Pueblo. Dios quiera que no se repita en ese partido aquella fatalidad de que dos cangrejos no pueden  convivir a la misma cueva.

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