Haití Cherie

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El título de este artículo no viene motivado por el famoso canto haitiano, escrito y compuesto por el Dr. Othello Bayard de Cayes, sino para contarles que tres días antes de que las fuertes ráfagas de viento del ciclón David comenzaran a azotar la segunda isla más grande del Caribe, habíamos regresado de Haití, Freddy Vélez Contreras, Pedro Colomé Núñez y un servidor. Tres seminaristas del Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino, pertenecientes al Obispado de La Altagracia, que por primera vez obtuvimos beca para estudiar Creole en Haití, en 1979. Se trataba de un programa para iniciar el aprendizaje de un idioma que para esa época, en el país nuestro, sólo importaba a algunas instituciones, entre ellas a la Iglesia Católica. Aunque se llevaba a cabo durante los tres meses de vacaciones del verano, tuvimos que conseguir permiso de quien fue muy querido y por ello hoy bien recordado Arzobispo Hugo Eduardo Polanco Brito, que a la sazón administraba la Diócesis de Higuey. Freddy y yo volvimos a estudiar Creole en Haití en los veranos de 1980 y 1981, para terminar el programa que implicaba estudios y prácticas rigurosas, bajo un estricto horario durante los 7 días de la semana. Recuerdo aún los ejercicios en los cuadernos, las prácticas a través de los juegos en las canchas improvisadas de volibol, los baños en las escasas aguas que le quedaban al rio; al director Leveque Bienemé, a los impresionantes y talentosos artistas percusionistas; a las esbeltas y elásticas bailarinas de danza; y a los profesores y profesoras del Centro de Formación Emays, en la localidad de Papaye, en Hincha, el Plateau Central del vecino país. Conservo así, en la memoria, los recuerdos de haber compartido todas esas experiencias familiares, culinarias, culturales, deportivas, religiosas y pedagógicas con hermanos haitianos, jóvenes y adultos. Fueron momentos enriquecedores y muy alegres, quizás mejor aprovechados porque, a pesar de la corta edad, en nuestros hogares ya nos habían enseñado que todos los seres humanos somos iguales. La Iglesia Católica de la República Dominicana y de Haití nos unía así para compartir y aprender a comunicarnos mejor. Una acción positiva de cooperación internacional para el desarrollo humano que ha hecho la Iglesia por muchos años. El objetivo principal era aprender el idioma Creole. Una lengua que lleva la inteligencia, la belleza, la fuerza y la inmensa capacidad creativa del pueblo haitiano. Un logro que refleja el esfuerzo incansable de 500 años de trabajo de una cultura rica en valores humanos, principios religiosos, herencias intercontinentales milenarias, destrezas pedagógicas de un pueblo llano y de intelectuales de fuste y el más digno amor a la libertad que se puede imaginar. Un aprendizaje que nos ayudaría sobremanera en el trabajo de apostolado. Los haitianos pueden confirmar si un pueblo que se decide temprano a conseguir la independencia y la libertad, es capaz de construir su propio idioma. Un idioma que se impone porque tiene la fuerza de un sincretismo de lenguas y culturas de tres continentes y aunque la clase dominante haitiana y sectores externos poderosos quieran desconocerlo y minimizarlo, el pueblo haitiano decidió hace tiempo asumirlo como la mayor y más preciada de sus criaturas. Por ello, ha traducido al Creole su Cultura, que es su literatura, su arte, sus imaginaciones y sus creaciones. Esa primera vez que visité Haití sentí el contraste entre el espíritu de libertad de su pueblo y la violenta actitud de la dictadura de Jean Claude Duvalier, el hijo de Francois Duvalier. Luego tuve la oportunidad de trabajar con haitianos que laboraban en las comunidades de las provincias pertenecientes a la Arquidiócesis de Santo Domingo y la Diócesis de Higuey. Comunicarse en su idioma facilitaba mucho el trabajo pastoral. Por ello inclusive, pudimos enseñar parte de lo aprendido a haitianos que trabajaban en bateyes de República Dominicana y que en su país de origen no habían tenido la oportunidad de ser alfabetizados. Dimos también clases de Creole a estudiantes dominicanos que finalizaban sus carreras en varias universidades, sobre todo en la Madre y Maestra. Allí sólo Freddy Vélez siguió enseñando por mucho tiempo y sé que también tuvo la oportunidad de enseñar Creole en la Academia Militar Dominicana. Un dato interesante que habla bien, de lo que debió y debe seguir ocurriendo en nuestras academias, con la lengua que hablan nuestros vecinos e importantes socios comerciales. Pasaron los años como por arte de magia. Haití logró, en medio de grandes dificultades, salir de la dictadura de los Duvalier. La buena fe del padre Aristí y otros valiosos esfuerzos, no pudieron lograr que el pueblo más pobre del hemisferio, avanzara en el trayecto a la democracia; hecho que los habría conducido al fortalecimiento institucional y al crecimiento económico. Mientras que en nuestro país, las luchas de los líderes y jóvenes revolucionarios, y quizás el Ciclón David, lograron dejar los primeros vientos de cambio en la República Dominicana de manos del PRD. La situación política mejoró en el país de la caña colocado en el mismo trayecto del Sol, pero los errores que se cometieron en el orden económico y la división interna, permitieron el regreso al poder del Dr. Balaguer; quien aprovechó la coyuntura para tratar de reivindicarse en la postrimería de su vida, alcanzando de una manera u otra, otros 10 años de gobierno. Durante los años que transcurrieron entre el aprendizaje del Creole y la práctica de éste en los bateyes dominicanos, vi injusticias y discriminación cometidos contra dominicanos y haitianos. Jamás podemos pensar que por ello, en la República Dominicana los haitianos son vistos, de manera diferente, a como los ve el actor Jimmy Jean Louis, embajador de buena voluntad del pueblo haitiano y presidente de la Fundación Hollywood Unites For Haiti. Igual que él, exigimos y aspiramos a que los haitianos sean tratados en todas partes del mundo como recordamos que ellos nos trataron a nosotros durante esas experiencias de estudio, con la atención, respeto, cariño y alegría, que los caracteriza. Cuento esta historia para dejarla plasmada en las páginas que los dominicanos y haitianos compartimos en una de las islas más hermosas que jamás haya existido en la tierra. Además, porque siento que el corazón sensible que guió a Juan Bosch a enseñarnos a comprender la Historia y a escribir cuentos tan hermosos sobre la realidad de ambos países, es el mismo que llevó al pasado gobierno a construir una universidad en Cabo Haitiano, luego del terremoto del 2010. Es el mismo corazón solidario que ha latido en el pecho del presidente Danilo Medina al afirmar que siente el drama humano que viven los haitianos; al hacer cuantas consultas sean necesarias y a tomarse el tiempo prudente para anunciar al país y a todo el mundo, en la propuesta que conocerá el Congreso, la respuesta definitiva a la inquietud generada en los ciudadanos haitianos que viven en República Dominicana, en la sociedad dominicana en general y en la comunidad internacional. Una “comunidad” que se ha dejado sorprender por los mercaderes y agitadores que revolotean las escasas aguas del Masacre para pescar lo que aparezca e interpretar a su antojo cada sentencia; sobre todo la 168-13, emitida por el Tribunal Constitucional Dominicano. A esos actores y a esos titiriteros de grandes y pequeños organismos, es bueno recordar que en el corazón de un gobierno del PLD, no se aceptan ni el racismo ni el resentimiento ni el chantaje. Que el Partido y el País apoyan al Presidente en el Plan Nacional de Regulación y Naturalización de Inmigrantes.

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