Haciendo camino al andar
Fueron tiempos álgidos, aquellos. Por doquier caían los revolucionarios, a veces en grupos de dos o tres, mientras la persecución y asechanza se cebaba en acorralar a los más duchos y sagaces, los más curtidos en la técnica del ataque, la evasión y en los curiosos subterfugios de la vida en clandestinidad.
En los salones y pasillos del Liceo, a hurtadillas y secreteando en algún rincón de la biblioteca, en el recreo o robándonos fugaces momentos de la hora de deportes o del entusiasta juego del volibol, improvisábamos pequeñas reuniones de orientación y círculos de estudios, en los que pasábamos revista a la situación que azotaba el país, que corría de boca en boca, aterrorizando al pueblo, desvertebrando familias y llevando la muerte y la desolación a miles de hogares dominicanos.
Fueron años horrorosos, repito. Tiempos en los que cada día nos levantábamos con la angustia y el pesar plantados en el rostro, a causa del más reciente aldabonazo y sin saber si este sería el último capítulo de nuestra existencia.
Flavio Suero había caído herido, mientras participaba en actividades en pro de reivindicaciones populares y en lucha por un aumento presupuestal para la Universidad Autónoma de Santo Domingo -UASD-. Ante el espanto e impotencia de médicos y enfermeras del Hospital Moscoso Puello -mi Madre, entre ellas-, fue rematado a golpes y culatazos dirigidos y protagonizados por una horda de trogloditas de la peor ralea, enquistados en el cuerpo policial de entonces.
En El Pino, Dajabón, había sido apresado Henry Segarra Santos, mientras orientaba a humildes campesinos en lucha contra desalmados terratenientes que detentaban –y aún conservan– extensas propiedades sin ningún cultivo productivo en ellas. Acusado del delito de convivir con los campesinos al tiempo de adoctrinarlos en la forma y manera de reclamar su derecho a una vida mejor para sus familias y a la posesión pacifica de una porción de terreno en donde poder desarrollar sus humildes cultivos, Segarra fue confinado en la tenebrosa cárcel de la Fortaleza provincial Beller. Allí fue torturado hasta niveles inimaginables y jamás se supo nada de él.
La odisea encaminada tras sus pasos por Gladys, su compañera-viuda, unas veces sola, otras tantas en compañía de miembros de la prensa y funcionarios del poder judicial, le llevó hasta una pared de la celda en donde el militante revolucionario estuvo confinado y en donde dejó garabateado su valiente y ejemplarizador testamento:
“Muero sin ser libre, Gladys, tu sabes por qué muero. Esto es para hombres.
Donde hay lucha, hay sacrificio”
Estas muertes y otras que nos llegaban cual martillazos en la conciencia y como amargos latigazos que ensombrecían nuestro horizonte en ciernes, nos fueron aleccionando en la importancia y el valor de las cosas por las que debíamos luchar sin denuedo así como aquellas que había que preservar como baluartes, para legar un mundo más puro y digno a nuestra descendencia.
Aprendimos, también, a identificar aquello que, por siempre, debíamos abominar, aborrecer y odiar.
Buscábamos ejemplos que pudiésemos imitar. Aquella boina negra con una estrella en la frente, haciendo pareja con una inseparable camisa verde olivo, que tantos sustos me acarreó así como innúmeras mortificaciones y desasosiegos para mi Madre y hermanas. El folletín del Manifiesto, camuflado con una portada del Nuevo Testamento, para burlar los registros de las patrullas policiales. Los releídos y compartidos ejemplares en papel periódico del Reportaje al pie del patíbulo, de Julius Fucik, 10 días que conmovieron alMundo, de John Reed o Vivir como él, que trata sobre el mártir revolucionario vietnamita Nguyen Van Troi, entre una amplia y rigurosa selección de textos que nos insuflaban el ánimo y nos enseñaban la manera en que, en cualquier lugar del mundo, la gente humilde y los revolucionarios se rebelaban contra la opresión y los verdugos de la humanidad.
Y qué decir de los poemas de Pablo Neruda, las patrióticas canciones y las valientes posturas de Ramón Leonardo, al frente del grupo Expresión Joven, Sonia Silvestre y Víctor Víctor, con el grupo Nueva Forma y los cubanos Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola, como exponentes principales del género de la canción protesta o de contenido social, de gran repercusión en todo el ámbito latinoamericano y del mundo, en ese entonces?
Compartiendo estas incidencias, pasando revista a los acontecimientos que mantenían en vilo a la colectividad y amenazaban con llevarse de encuentro las ilusiones y expectativas de lo que pudo haber sido un venturoso presente, dimos inicio, mis primas y yo, a una ilustrativa cadena epistolar en la que nos contábamos cosas cuyo debate y exposición pública era poco menos que imposible, debido a la prudencia que se debía observar en el entorno familiar y a la precaución de la ciudadanía ante el terror impuesto por el régimen gobernante.
El exterminio selectivo y las temibles desapariciones de revolucionarios, el traslado y confinamiento de los presos políticos en cárceles ubicadas en Elías Piña, Dajabón y otras distantes comunidades de la frontera dominico haitiana, con la evidente intención de doblegar el ánimo y los férreos principios de gente que creció y se adoctrinó enfrentando a la sanguinaria dictadura trujillista, se convirtió en una especie de boomerang que aglutinó a mucha gente del pueblo, en solidaridad con los apresados y perseguidos del régimen.
De una forma u otra, burlando registros y violentando los controles, por las porosas paredes de las cárceles fronterizas se filtraba el vigoroso apoyo de los habitantes de esas comunidades hacia aquellos redentores de la Patria.
Y junto al infierno grande de las ciudades, el balaguerato de las cavernas comenzó a percibir, también, el ardiente fenómeno del incendio en la pradera, patentizado en las luchas populares y en demanda del respeto a los derechos humanos, protagonizado por los habitantes de los distantes lugares hacia donde habían sido trasladados los presos políticos.
El alevoso crimen perpetrado en la persona del comunicador y dirigente político Orlando Martínez, así como la oleada de rechazo que este hecho desencadenó en el seno de la población, dio pie a vigorosas acciones de lucha y protesta, encaminadas por organizaciones progresistas y comunitarias, así como entidades gremiales, sindicales y estudiantiles y, como antes dije, gracias a la dinámica actividad epistolar sostenida con mis primas, en nuestra humilde comunidad fronteriza de Pueblo Nuevo, en la taciturna provincia Dajabón, en pocos días se conocía al dedillo lo que acontecía en la ciudad Capital y otros grandes núcleos poblacionales, al tiempo que, a mi vez, me mantenía informado sobre cuanto sucedía en el seno de la familia, en la provincia y en el resto de la Línea Noroeste.
Como anarquista, revoltoso y adoctrinador de comunistas fui estigmatizado entonces, por el hecho de confiar a mis primas -estudiantes de bachillerato y a un paso de ingresar a la universidad, al igual que yo-, el delicado y peligroso derrotero seguido por el mundo que nos rodeaba.
Más de un coscorrón me gané, en aquel entonces, por persistir en mis labores didácticas y de critica a las reglas del silencio cómplice y el conformismo ante la escalada represiva gubernamental, en los viajes de asueto y de vacaciones que realizaba, tantas veces como podía, hacia la comunidad rural en donde, por décadas, ha estado establecido el tronco familiar paterno del suscrito. Hasta amenazas de encarcelamiento hube de padecer, estigmatizado conel sambenito de promover, entre familiares y amigos cercanos, el fantasma de la subversión y la lucha en contra de las injusticias y desigualdades sociales.
De aquellos días recuerdo la angustia reflejada en el rostro de mis abuelos y tíos, quienes me suplicaban que refrenase los ímpetus levantiscos, para no acarrear la desgracia en el seno de toda la familia.
Con gran pesar, llega a mi mente aquel periodo de vacaciones de la universidad, en que me encontraba disfrutando las delicias de mi terruño y que tuve que suspender, abruptamente, para regresar en forma apresurada a la Capital, escapando así a la asechanza y persecución de los guardias del ejército y otros personeros locales de la intolerancia y la sinrazón y para poner la seguridad en resguardo.
Evoco, también, los poemas transcritos por las primas en sus epístolas, algunos de los cuales formaban parte de los ensayos del Coro, la Poesía Coreada olos eventos culturales y progresistas organizados en el Salón de Actos del liceo, el club comunitario o en veladas de contertulios, motivadas en aspiraciones nobles y progresistas, de fe en el porvenir.
Al azar y como cosa del destino, mientras sacudía la modorra en esta mañana de domingo primero de enero de 2017, me llegaron, de repente, las letras, los versos y las estrofas de una de aquellas canciones que tanto llenaban nuestros expectativas en el curso de esos años y que escuchábamos hasta la saciedad, extrapolando épocas y realidades y tratando de aplicar, en nuestro medio y nuestro presente, los conceptos, enseñanzas y aspiraciones patentizados en dichos escritos.
Y con las letras y notas de Cantares, de Antonio Machado, vocalizados en forma vigorosa por Joan Manuel Serrat, evoco, en este día, aquellos años felizmente superados, al tiempo que ofrendo un ramo de rosas, de jazmines y de cayenas -o sangre de Cristo-, a Mayra, Maritzita y Rafaela, las primas del alma y cómplices de siempre que intercambiaban conmigo tales letras, inquietudes y aspiraciones.
jpm