¿Fósiles o líderes?

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EL AUTOR es escritor. reside en Santo Domingo.

Nuestra América requiere de investigadores que descubran el gen de la perpetuidad en el trono, el por qué de las avalanchas de candidatos a ocupar posiciones en la administración pública.

La Tierra gira en una órbita tan dudosa de acuerdo al tratamiento que le han provocado sus ofensores, que valdría la pena preguntarnos el por qué del fenómeno.

A falta de próceres, los políticos y sus partidos se encuentran de moda.

Observamos como en los Estados Unidos, la fiesta de los candidatos se ha convertido en una corrida de toros, donde han abundado los matadores a falta de peones de cuadrillas.

Sabemos que el traje del matador es bordado en oro, el que esgrime la espada de la muerte. La espada de los presidentes y jefes de estados puede aniquilar a la multitud y darle muerte a la esperanza del pueblo, además de provocar las oleadas de protestas que nos documenta la historia.

La Tierra requiere de revolucionarios del poder, o de líderes, que atiendan a sus llamados de emergencia.

Debemos aislar el microorganismo de la fatuidad del mando, de modo que lo reconozcamos, para combatirlo, no nos vendan guisazos por perlas, perros por chivos.

El éxito o avance de la sociedad, no depende de sus matadores o estoqueadores del poder, sino de los recogedores de basura, de los héroes anónimos que cada día contribuyen a que nuestro planeta goce de una mejor salud.

Requerimos de una revalorización de lo excelso, sin requiebros moralistas, sino en atención al gusano de la vanalidad, que no se propague.

Debemos evitar que los fósiles del poder se eternicen en la silla de la gobernancia.

La Tierra requiere de fuentes alternas de energía, así como la sociedad de nuevos patrones de gobierno, de modo que se contenga la hemorragia de los partidos y estoqueadores o espadachines del poder.

No sería comprometedor, despojarnos del egocentrismo que padecemos los que creemos tener la razón y detener la mirada en los pies de los pobres, veríamos en ellos, el sufrimiento que provoca la vanidad del poder.

Valdría la pena distinguir entre el barullo y delirio que despierta la euforia del trono y el verdadero liderazgo.

No padeceríamos del desequilibrio social que abunda en nuestro planeta, regido por la clase dominante, la que todo lo puede y ejecuta. Y las grandes oleadas de oprimidos, los que sufren calladamente del oprobio de los fósiles, aquellos adictos al dulce néctar de los privilegios y a las ventajas, provocadoras de la desigualdad social y la negación de la justicia.

jpm

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