Expedición al Cerro Gordo, celoso guardián de Baní
Nosotros, por la edad actual, podemos definirnos como la generación de la II Guerra Mundial que nació en los años previos a esa conflagración mundial o durante la misma. En consecuencia, para la década del 50 del siglo XX, estábamos en los años finales de la infancia y sumergiéndonos en la adolescencia o en la pubertad.
La niñez, que se desarrollaba en el casco central de Baní, disfrutaba de su parque central y oteaba con admiración y respeto el Cerro Gordo, que en el occidente del pueblo, descansaba como un enorme animal dormido. De esa manera protegía al pueblo de los rayos candentes del sol de verano cuando iba a morir por el ocaso.
Había ocasiones, si estaba nublado por una posible lluvia que no llegaba y nunca caía en el valle de Peravia, los rayos del Sol se combinaban con esos copos de nubes blancas o grises y hasta negras amenazadoras para formar figuras que en nuestra niñez se identificaban con diversos seres o animales. Nuestra imaginación infantil volaba hacia el infinito para en nuestra inocencia contemplar esos atardeceres desde el parque o desde la sabana, que al oeste del pueblo, terminaba al pie del cerro.
Al sur de la sabana estaba ubicado el cementerio municipal, y a lo largo de la calle presidente Billini, estaba ubicado el estadio y el play para jugar beisbol. Fue derribado en torno a 1947 por la caída de un rayo. Todavía la sabana estaba libre de construcciones y hasta alguna vez sirvió para pista de aterrizaje de emergencia de los aviones de dos alas de la aviación militar después de la II Guerra Mundial.
El Cerro Gordo, con una elevación sobre el nivel del mar de 178 metros y una longitud de sur a norte de un kilómetro y un ancho en la base de unos 700 metros, en su descanso nos ocultaba las llanuras occidentales donde habían comunidades muy laboriosas dedicadas a una agricultura intensa.
Era en pequeñas fincas que recibían un agua de regolas como la de Juan Caballero. Esa agua permitía a los moradores de Boca Canasta, El Llano, Sombrero y Cañafistol desarrollar una agricultura de sustentación, que intentaba asomar sus aspiraciones para llevar esos frutos a otros mercados mas allá de Baní.
Además, el Cerro Gordo era santuario de numerosas variedades de insectos, reptiles, aves y una flora de terreno árido muy hermosa que ha sido objeto de estudios por distinguidos profesionales para que ese monumento natural se considere como un santuario y patrimonio de Bani.
El Cerro Gordo es un desprendimiento sur de la Cordillera Central, que desde la bahía de Ocoa y hasta Haina se desparrama en varias ramificaciones hacia el mar Caribe, proporcionando una variada conformación geológica por donde corren diversos ríos de gran importancia para la economía nacional. Entre esos ríos el mas destacado es el Nizao, que con tres grandes presas y un contra embalse en su cauce, es un puntal para la economía y la vida dominicana.
EXCURSIONES
A los finales de la década del 40 del siglo pasado y ya creciendo dentro de la siguiente década soñábamos con escalar el Cerro Gordo. Eso sueño se materializó en dos ocasiones cuando ya éramos estudiantes del liceo secundario de Bani en 1955. Dos veces en alegres romerías grupos de amigos y amigas nos aprestamos para una tarde veraniega en las vacaciones escolares de asumir el reto de escalar el cerro.
Los dos grupos de los alegres compañeros y entusiastas escaladores estaba integrado entre otros por los hermanos Alberti Pimentel, Viriatico, Yvonne y Laositín; los hermanos Cabral Paulino, Rafael y Bethania; los hermanos Herrera Miniño, Fabio y Altagracia; los hermanos Fuertes Pérez, Aracelis y Francis, Fiume Ariel Cordero también nos acompañaba en la aventura Agueda Matilde Herrera, Radhamés Pimentel, en cierne desarrollando su afición por la fotografía, Sergio Germán y Aquiles Pimentel.
En ambas ocasiones en horas de la tarde emprendimos nuestras excursiones desde los alrededores donde estuvo ubicada el hospital Julia Molina y nos internamos por algunas fincas ubicadas al pie del cerro e iniciamos la escalada desde la parte norte, cerca de la carretera Sánchez y en una suave pendiente y en fila india iniciamos la marcha evadiendo las espinas de las guasábaras y bayahondas.
Decididos a llegar hasta la cima, la tropa juvenil en alegre camaradería íbamos escalando por la falda del cerro siguiendo la mas suave inclinación de forma que el ascenso no fuera tan forzado y agotador. Pero de todas maneras nos afectaba la respiración por la falta de ejercicio de esa naturaleza pero la juventud se encargaba de borrar esas deficiencias y de esa manera llegamos al tope en el espinazo del cerro. Desde allí nos maravillamos al contemplar el paisaje que nuestra vista disfrutaba plenamente con total admiración.
EL PANORAMA
La vista hacia el oeste, hacia donde se dirigía el curso del Sol descendiente hacia su ocaso vespertino, nos impedía contemplar por completo todo ese panorama hasta las lomas de Las Tablas. Estas con el Cerro Gordo delimitaban un valle mojado por el arroyo Bahía cuando traía agua. Para esa época no la tenía. Tan solo en tiempo de huracanes tropicales el arroyo recibía un caudaloso volumen que interrumpía el tráfico y anegaba amplias zonas de Cañafistol y Sombrero.
Contemplar la población de Bani desde lo alto de Cerro Gordo era nuestro sueño y compensaba el esfuerzo juvenil de escalarlo. Desde su espinazo disfrutábamos el trazado cuadriculado de las calles del pequeño poblado de Bani desde el Pueblo Arriba con algunas factorías de café.
Veíamos la confluencia del arroyo Guera y el rio Bani que por el este impedía el crecimiento de la población. Para esa época el río tenía bastante agua la cual la disfrutábamos en los charcos memorables de la Piedra del Chivo y de Los Coquitos, ya en la falda del pequeño cerro donde se ubicó la fortaleza militar en los años 50. También debajo del puente de la carretera Sánchez existía otro buen lugar para bañarnos.
Desde lo alto del cerro seguíamos la trayectoria del rio Baní hasta su desembocadura en el Mar Caribe. Este con sus olas nos ofrecía un hermoso espectáculo en esas horas de la tarde como si fuera un mar de plata.
Todavía la puesta del Sol estaba lejana y con calma seguíamos con deleite cada una de las calles de Bani. Hasta ubicábamos la Iglesia parroquial con el parque central así como nuestras casas. Veíamos las últimas casas del pueblo abajo como final del pueblo y la avenida recién construida que conducía a la playa.
LOS CAMPOS
Los enclaves de Boca Canasta, El Llano y parte de Sombrero eran pequeños asentamientos humanos que para ese tiempo no nos imaginábamos como sería su crecimiento décadas después ya como parte de Bani. Todavía hacia oriente nuestra vista alcanzaba a contemplar a Paya en lontananza y las otras comunidades cercanas hasta que la vista se perdía a lo lejos ya donde comenzaban los campos de caña de azúcar del ingenio Caei.
Hacia el norte surgía el macizo de las altas lomas de la Cordillera Central con la majestuosa Loma de la Barbacoa cuyo firme asemejaba una meseta plana fruto del trabajo de la Naturaleza durante millones de años cuando la isla emergió del océano para darle forma a la orografía de la isla.
Después de merendar y disfrutar de los paisajes iniciamos el retorno al pueblo caminando a lo largo de la cresta del cerro para iniciar el descenso por la parte sur para llegar hasta el Alto de la Calendaria que se ubicaba en la parte alta de la sabana donde se ubicaba el cementerio municipal y los terrenos para jugar beisbol.
Cayendo la tarde, felices y orgullosos llegamos a las calles del pueblo escenario de nuestras caminatas para dirigirnos a nuestros hogares. Éramos portadores de un cofre lleno de visiones que se quedaron plasmadas en nuestras retinas juveniles de ver a nuestra población natal desde lo alto de su celoso guardián occidental
jpm.