Éxodo del siglo XXI
El éxodo, acontecimiento de repercusiones bíblicas, en el segundo libro del Antiguo Testamento, entre otros episodios, narra la aflicción de los israelitas en Egipto, la huída de Moisés a la tierra de Madián.
Cuando los pueblos se largan en estampida, a riesgo de la muerte o el destierro, algo no funciona, los que gobiernan a tales pueblos, se encuentran bajo la presión de la opinión pública.
¿Por qué se largan, valdría la pena razonar?
El hambre aflora a la pregunta, la pérdida de la libertad individual, la demagogia de la política convertida en instrumento de manipulación, el repudio a la fe, la perpetuidad de una casta dominante, el abuso.
Sin tales males, la humanidad viviría probablemente en las mismas comarcas, predios o asentamientos. Pero tiene el humano gracias a una curiosidad inherente de todo aquello que le resulta desconocido, la capacidad de perpetuarse con maña.
Así vemos como la humanidad ha llegado al siglo XXI con las mismas guerras intestinas de la era bíblica, más cruentas en cuanto a su poder de exclusión de los oprimidos y más beligerante en cuanto al daño planetario.
Vemos un XXI apremiado por la política, la pobreza generalizada, un grupo de globalizadores, minoría de minorías, que disfrutan del sufrimiento de grandes rebaños de menesterosos.
Vemos un XXI bajo la amenaza de playas que se convertirán en arrecifes, de tierras firmes que yacerán bajo la mar, entre otros males.
Sin mencionar el trabajo infantil esclavo, la prostitución, la peor de todas, la que nace de la compra de la voluntad ajena. Sin mencionar la estampida actual de los pueblos que huyen del terrorismo de la especie.
¿A qué conclusión valdría la pena llegar?
Que si Dios no existiera habría que inventarlo, no para declararnos la guerra, sino para ser mejores, que si la humanidad fuera tan curiosa por el progreso, aunque no tan egoísta, el éxodo no sería una guerra fratricida, donde huir, escapar, a riesgo de la propia vida, fuera la única opción.
Y lo peor de todo, el hecho de perder la memoria, como único alivio de no perder la razón, a causa de la orfandad de la tierra prometida y su irreparable dolor.