Ese fatídico día

 

Ese día de hace 14 años, Radhamés Gómez Pepín alborotó la redacción de El Nacional al exclamar a todo pulmón: “¡se cayó en Nueva York el avión donde viajan los dominicanos!”, aunque no pasó mucho tiempo antes de que él mismo viera por televisión un segundo aparato estrellarse contra la segunda de las Torres Gemelas.

Con el peor atentado terrorista perpetrado en Estados Unidos, el mundo cambió para siempre, y nosotros, que nos preparábamos para festejar el cumpleaños 35 del periódico recibimos perplejos tan descomunal suceso que nos hizo movilizarnos como locos entre la sala de teletipos y los receptores de TV.

Al rato las cadenas de noticias estadounidenses informaron que otro avión fue estrellado contra el edificio del, en Washington, y de que un cuarto tenía el propósito de hacer blanco en la Casa Blanca. La impresión que todos teníamos era de que  se desató la Tercera Guerra mundial.

El director del periódico nos hizo recobrar la calma con instrucciones puntuales a cada uno de los periodistas, incluida la de averiguar cuántos dominicanos habrían perecidos en  el atentado contra  el centro inmobiliario  más emblemático de Nueva York.

A mí me pidieron redactar el editorial, que ya había sido escrito sobre otro tema y a Luis Pérez Casanova cambiar todo el contenido de la “Pagina Dos”, mientras todos los redactores y reporteros dejaban sus ojos pegados en la TV que transmitía en vivo tan penosos acontecimientos.

Como si nosotros fuéramos del Servicio Secreto o del FBI, Radhames insistía en que se localice el paradero del presidente George Busch, quien al conocer la noticia de los atentados  desapareció desde una escuela de La Florida, donde conversaba con niños  de nivel básico.

Le dije a nuestro director que el presidente de Estados Unidos, por razones de seguridad  estaba  “en el aire”, a bordo del  “Fuerza Área Uno”, mientras que el  vicepresidente fue llevado a un lugar desconocido, por las mismas razones.

Fue ese un día trágico y al mismo tiempo memorable para  los inquilinos de la redacción de El Nacional, que nos  dimos cuenta cuan frágil es el destino, que el curso de la vida cambia  abruptamente hasta  en  Nueva York.

Fueron pavorosas las escenas de personas que se lanzaban al vacío desde pisos altos de las torres  incendiadas, que  se desvanecieron  ante los ojos aterrados de  todos  los que estábamos frente a la TV.

No es posible borrar de mi mente  aquella mañana del cumpleaños 35 de El Nacional, cuando  Radhamés nos instruyó terminar temprano y participar en los festejos  que ya estaban preparados. El destino tenía preparado una para ese día  una trágica historia.

Como  es lógico, no hubo festejo, ni felicitaciones. Tampoco se supo del paradero de la picadera ni de la bebida.

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