Entre ruidos y sordinas

República Dominicana es un país de insólitas paradojas.  Cualquier desconocedor  de nuestra realidad pensaría que en el país hay certeros nodales de institucionalidad, si se parte de las normativas aplicadas por el mecanismo del 911 tendentes a limitar los decibeles de ruidos, presuntamente para llevar paz y bienestar a los dominicanos.
Mueve a risas, sarcasmos y suspicacias el que esa medida represiva sea dirigida-con los capitalinos como primer ensayo-, a conservar  la salud del pueblo dominicano. Parecería que tenemos símiles con sociedades altamente civilizadas, donde al menos a la gente se le respeta; hay equidad  y no se tolera la impunidad.
Resulta que al Estado y a Danilo Medina, les resulta más cómodo reducir los decibeles ruidosos, no así, las cargas impositivas que acogota a los pobres. Definitivamente, si el propósito es solidarizarse con los de abajo, lo disimulan muy bien.
Y resulta irónico que en el país, lo que más ruidos toleran son los pobres. Además, para su desgracia, los infelices citadinos son los más dados a la ingesta de alcohol; los aturde y los obnubila.  Los altos ruidos, el alcohol y el aparente esparcimiento y gozo que provocan el merengue urbano, la salsa, bachata y otros ritmos, lejos de animarlos, hace el efecto contrario: parece arredrarlos.
Aunque ciertamente reducir los ruidos es saludable, los elevados decibeles  registrados en estribillos y  ritmos diversos, parecen amodorrar a quienes lo generan. Luego de las delectaciones, los pobres vuelven a sus casuchas y villorrios. El joven vuelve al ocio; el obrero, tras la resaca, observa como su exiguo sueldo no da para nada; la joven mujer, por sus necesidades tiene que soportar los abusos del macho que, en el momento, es su compañero.
Por si fuera poco, el enfermo no es debidamente atendido en los hospitales, y los precios de sus medicamentos han experimentado alzas exorbitantes; el ama de casa retorna a la cotidianidad para percatarse de que pese a un bajón al costo de los combustibles, sucede lo contrario en supermercados, colmados y ventorrillos, donde los productos son inasequibles, e impiden  el sostén de su cuadro familiar.
Los ruidos de los desamparados entorpecen y molestan. Esos mismos ruidos aunque con otros aires musicales, eran disfrutados por muchos de los que ahora están en el poder. Se alejaron de los barrios y bullanguerías. Ahora sólo soportan los ruidos de los vehículos todo terreno; del tintineo de las finas copas en que liban los exquisitos vinos, whiskis, coñac  o brandy.  Antes muy escasos y por demás, sustancias extrañas a su paladar.
Se podría añadir además, que muchos de estos, ahora, hasta han cambiado de compañera y, más que eso, muy ocasionalmente tienen sexo, no importa el  precio, con algunas “divas” y jovencitas pervertidas que se la buscan a como dé lugar. Pero también, estos mismos, son los que  impiden que los irredentos, acorralados por el clientelismo político y la corrupción, al menos disfruten a su manera, de los  que eran sus otrora ruidos.
Pareciera que hay una emboscada contra los que siempre han sido esquilmados  y no tienen quien los defienda.  Ahora sus ruidos y música, que siempre han sido suyos, son interrumpidos y mitigados en un país que ni la ancianidad  se respeta. Sería saludable que los otros ruidos; los oficiales, matizados con una retórica barata; con sordinas, siempre atiplados, de una vez por todas, sean silenciados por las masas hambreadas.
Sería bueno que los ruidos  hechos por el presidente Danilo Medina en cuanto que no se puede vivir con un sueldo de diez mil pesos, en un discurso que obedece a una  insostenible pose, sean silenciados  por los obreros, cuyo 80 por ciento o más, devenga menos de esa cantidad. Estas manifestaciones  de Medina, aparentemente alejada de lo ruidoso;  ensordecen y enajenan  a  los  pobres.
El sufrido pueblo debería revelarse contra los  ruidos oficialistas, e imponer  rebeldía y demandar  sus reivindicaciones. Las masas  debieran articular  todo un movimiento de desobediencia civil que contrarreste y desdiga lo que recientemente dijo  Medina en Puerto Rico. Manifestó que que su gobierno trabaja para que los dominicanos no salgan del país.
En fin, hay todas las condiciones para que los ruidos de los pobres  enfrenten otros, con sordinas que a veces los hacen aparentar filarmónicos,  pero lacera su triste existencia.
Ojalá y el pueblo dominicano, en una precisa coyuntura, abandone  los bares y lenocinios y otros centros de diversiones, y se anime a trastrocar sus ruidos con danzas como en otros tiempos, en que  las grandes mayorías  parecían cimbrear  y contonear sus cuerpos con un gracejo contestatario.
Deberían elevar los decibeles de sus ruidos, pero esta vez  con un único grito que se torne en estertor que retumbe en los más recónditos confines de la República Dominicana, y a la vez tenga la descomunal fortaleza de estremecer los cimientos del Palacio Presidencial  y, la  nada augusta  sala, del Congreso Nacional.

 

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