El turismo ilimitado de Barahona
En una tranquila mañana del domingo 6 de mayo de 2017, en el remanso de la pausa de los torrenciales aguaceros acaecidos en las últimas semanas, llamaron mi atención dos artículos publicados el sábado en el periódico Hoy que junto con el Listín Diario acostumbro leer los domingos, contrario al «periódico de ayer» de Héctor Lavoe que en la tarde convierte en «materia olvidada» la noticia exotérica de la mañana. En cierto modo estoy de acuerdo con Lavoe, solo que extrayendo lo esotérico de lo publicado para consumo del alma que como nube en el internet mantiene vigente el contenido, lo que no es posible en el «periódico de ayer» de Lavoe.
Los artículos a los que me refiero se titulan: (1) «Por qué el mar?, y (2) «Modigliani, desnudador del alma«. A continuación cito uno de los párrafos del (1): «Plantea Corbin que también se puede analizar el mar como un mecanismo de conexión de toda índole entre las ciudades que tienen el privilegio de contar con un pedazo de mar, pueden ser analizadas desde diferentes perspectivas geográficas, comercial, cultural, para mencionar algunas; bajo el apelativo de ciudades portuarias».- Otro de los párrafos del (2) reza como sigue: «Muchas veces me he preguntado si será más fácil reconocer la profundidad del océano que la profundidad del corazón humano», refrescando la frase de Isidore Lucien Ducasse, Conde de Lautrémont.
Siempre he sostenido la tesis de que las bahías de Neiba y de Ocoa son «bahías perdidas» pues las provincias Bahoruco (Neiba) y San José de Ocoa no tienen el mar como frente, lo que constituye una «desubicación geográfica» independientemente de las razones históricas, comerciales o culturales que originaron los nombres. Bahoruco y San José de Ocoa se encuentran detrás de los límites territoriales que definen las provincias de Barahona y Azua.
Por eso «Bahía de Neiba» debiera llamarse «Bahía de Barahona; y «Bahía de Azua» en lugar de «Bahía de Ocoa». De esta forma puedo entender mejor las citas antes señaladas para no sentirme extraño dentro de mi propia casa, contrario a los que defienden los actuales nombres las bahías, a quienes les queda como anillo al dedo el dicho: «Nadie es profeta en su tierra» al no defender lo que nos pertenece, diría yo (para llevarle la contra al dicho) por más argumentos o retrancas que impidan el cambio de nombre.
Mientras el hacha va y viene los barahoneros (no se si los azuanos) están conscientes de la importancia del mar frente a la ciudad y/o provincia. No lo ven como «mecanismo de conexión de toda índole entre las sociedades que tienen el privilegio de contar con un pedazo de mar»; ni tampoco analizan sus comunidades «desde diferentes perspectivas: geográficas, comercial, cultural, para solo mencionar algunas»; ni mucho menos «bajo el apelativo de ciudades marítimas», para con esto acoplar la cita del primer artículo; como también la indiferencia de los barahoneros que tienen al mar como espejo invisible, lo que hace «más fácil reconocer la profundidad del océano que la profundidad del corazón humano», para acoplar la cita del segundo artículo, como antes vimos.
Con toda certeza puede decirse que no soy profeta en mi tierra en honor al dicho. Pero a diferencia de mis compueblanos hasta cierto punto he defendido lo que nos pertenece, si se quiere desde el punto de vista «esotérico-teórico,» comenzando con «Bahía de Barahona» y vislumbrando el futuro turístico de la zona aunque nuestra bahía tenga por nombre «Bahía de Neiba». Digo esto porque no tengo los medios ni posiciones oficiales para cambiar las cosas por el hecho de no participar en política partidaria o pertenecer a grupos empresariales «peso completo», aunque sí hemos construido un pequeño y acogedor hotel ecoturístico en la costa para el disfrute de nacionales y extranjeros.
Sin embargo, observando la inercia de la provincia de Barahona en el turismo de sol y playa; la de un romántico ecoturismo rodeado de inmensos atractivos naturales (ríos, lagos, playas y montañas), y la del secuestrado aeropuerto internacional María Montés con aterrizajes de vuelos internacionales intermitentes que se cuentan con los dedos de una sola mano en 24 años; observando además, vuelvo y repito, la inercia de una masa hotelera de alrededor de 500 habitaciones (ubicadas mayormente en la ciudad) no aptas para el turismo masivo de sol y playa, esas y muchas otras han sido las razones por las cuales he estado planteando a las autoridades y a los barahoneros el desarrollo del turismo de cruceros por el muelle de la ciudad.
RECONCILIACION CON EL MAR
Por eso digo a aquellos que defienden el nombre actual de la bahía que la frase «Nadie es profeta en su tierra» les cae como anillo al dedo por el simple hecho de no defender lo que nos pertenece, o por la rabia de un mar que se siente despreciado, a quienes sugiero reconciliarse con ese mar para que Dios bendiga a Barahona y el Suroeste, para que siempre haya prosperidad en vez de miseria.
Para muestra basta un botón: 832,000 cruceristas llegaron a Puerto Plata por la terminal turística Amber Cove en 2016. Si multiplicamos el total de cruceristas por un gasto promedio de US$100.00 por persona se obtiene un ingreso de US$83,2 millones en ese año, dinero (RD$3,910,400,000.00)l que le cae muy bien a Puerto Plata y zonas aledañas.
EXHORTACION
Por eso exhorto a los barahoneros a declarar «de utilidad pública e interés social» nuestras culpas e indiferencias para no quedar atrás en el turismo de cruceros, y a la vez recomendar a las autoridades declarar «de utilidad pública e interés social» algunas áreas costeras en el tramo Barahona-Bahoruco (entre la carretera y el mar) donde se encuentran playas aptas para proyectos hoteleros de sol y playas, para emular el desarrollo turístico de Playa Dorada, Puerto Plata, donde comenzó el turismo.
Es la manera de reactivar el aeropuerto María Montés y el progreso de la provincia de Barahona y la región Enriquillo (Barahona, Pedernales, Independencia y Bahoruco), teniendo como buque insignia el turismo de cruceros por el muelle de Barahona.
Pero no todo es tristeza y congoja si en el túnel del tiempo retornamos a la romántica Barahona de la década del 50, si recordamos la mansedumbre de Jaimito Mota engalanando su tranquila mirada camuflageada con el elegante «Ray Ban» (en boga en aquella época), quien con singular esmero trataba su «Peugeot» de color azul claro en contraste con el «verde mar» frente a la ciudad; sin dejar atrás el singular «Ray Ban» que reveló el estilo y elegancia del carismático Freddy Nin, quien conquistó el corazón de Alexandra; no sin antes recordar al lector que el «Ray Ban» fue un lente especial y hermoso que discretamente simbolizó la «empinadera de codos» que honró a Baco en los predios del Candilejas, Flamingo Bar, Restaurant Jaime, Hotel Guarocuya y el Casino del Sur, sitios preferidos de una juventud que no retorna pero permanece a la espera de una mejor suerte de la tierra que nos vio nacer.
jpm
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