El que reparte y reparte se queda con la mayor parte

 

 

Mi mensaje de la semana pasada generó elogios y críticas. Mientras unos señalaron que desconocían los privilegios del sistema de reparto y el precio que pagamos por ellos, otros afirmaron que se trata de casos aislados, e insisten en la solidaridad del sistema. Lo que me obliga a presentar más evidencias, y a posponer para la próxima semana el tema de capitalización individual.

 

Hace poco, los periódicos se hicieron eco de las quejas de oficiales de las fuerzas armadas por la asignación de pensiones notoriamente desiguales, entre militares del mismo rango. Se denunció, con pelos y señales, que un CORONELAZO recibió una pensión de 200,000 pesos mensual, a pesar de su retiro anticipado, mientras a otros coronelitos, con 35 años de servicio, apenas le tocaron 23,500, es decir, 8.5 veces menos.

 

Todos sabemos que a los oficiales y clases se les paga muy poco. ¿Cómo explicar una pensión tan alta y tanta desigualdad entre servidores del Estado, de la misma institución y del mismo rango? La explicación reside en la naturaleza intrínseca del sistema de reparto, el cual permite que los jefes y allegados apliquen impunemente la ley del que reparte y reparte, se queda con la mayor parte.

 

Quien hizo la ley, hizo la trampa. Los planes de reparto otorgan pensiones sobre un porcentaje del último salario. Eso quiere decir que basta con ocupar un cargo con un alto sueldo y retirarse en ese momento, para recibir una pensión mucho mayor, aunque se haya servido menos tiempo y haya durado poco tiempo en el cargo.

 

El reparto propicia el despilfarro de los recursos públicos y aumenta las desigualdades sociales. Distorsiona la solidaridad social: millones de contribuyentes, incluyendo a los más pobres, financian los privilegios de CIUDADANOS EN COCHE y de CORONELES y MAYORES con retiro prematuro.

 

Un sistema que profundiza las desigualdades sociales

 

Por eso los altos funcionarios se han excluido del sistema de capitalización individual, para poder auto asignarse una pensión privilegiada, al abandonar el cargo y el sueldo lujoso. Entre los de arriba, son comunes los ascensos y aumentos antes del retiro. De esta forma, reciben una pensión de por vida, calculada sobre un salario sobre el cual jamás cotizaron, lo que constituye una doble burla y distorsión.

 

Me apena ver la sanción, mediante decreto, de esas injusticias y distorsiones que gravitarán de por vida en el presupuesto nacional. En estos momentos el taxista, la modista, el vendedor callejero, el profesional, los comerciantes, y hasta los desempleados, estamos pagando impuestos para sostener esos privilegios.

 

Pero que nadie se lleve a engaños, estos no son casos aislados, lo que tampoco los justificaría; se trata de miles y miles de casos, propios del clientelismo y de la falta de institucionalidad. En realidad, no entiendo como todavía hay gente valiosa, honesta y luchadora que justifica ciegamente este sistema, a pesar de todas estas evidencias.

 

Coincido con Diario Libre en su AM del martes a propósito de las pensiones irritantes: “tenemos demasiado mandos militares, demasiado legisladores, demasiadas instituciones, demasiado cargos electos y demasiados empleados públicos”. Y agrego, y demasiado riesgos de continuar ampliando los privilegios, las desigualdades  y la pobreza.

arismendi.diaz@gmail.comJPM

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