El mismo Haití

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

 

Nadie aprende en cabeza ajena, pero tanto el Fondo Monetario Internacional como el gobierno haitiano disponían de lecciones históricas lo suficientemente elocuentes, como para no volver a pretender sorprender a los pobladores de a pies con paquetes de ajustes que no han sido gradualizados, consensuados, neutralizados y comunicados de manera efectiva.

Dos botones:1) abril de 1984 en la República Dominicana resultó catastrófica la idea de sorprender a la población al regreso del feriado de Semana Santa con un programa de ajustes que generó una poblada que produjo mayor cantidad de muertos, destrucciones y saqueos que el estallido de la guerra civil de 1965; 2) el Caracazo en Venezuela en febrero de 1989, también fue el resultado de un paquetazo entarugado sin lubricación. A partir de hechos como esos, se entendió que las experiencias de habían asimilado y que el propio FMI había flexibilizado sus recetas.

Varias décadas después se añade en Haití la torpeza de presumir que la entretención de la población en el mundial de fútbol permitiría colocar un incremento astronómico en los precios de las gasolinas, gasoil y querosene. Además de siete muertos, cantidad indeterminada de lesionados, hay pérdidas materiales cuantiosas para una economía famélica: la tea incendiaria destruyó 18 estaciones gasolineras, 3 hoteles, 4 supermercados, 10 industrias, varias plazas comerciales, mercados y más de cien vehículos.

Aparte está el hecho de que la destrucción es catarsis para el conglomerado que integra las masas de un pueblo que todo lo que simboliza atraso y miseria, lo cuenta por montones: campeones de la deforestación porque todos sus árboles y buena parte del bosque vecino lo han usado como combustión para sus alimentos; reyes de la seropositividad del VIH Sida, que ronda 10%, pobreza extrema, analfabetismo y desocupación compiten por el 70%…

La diferenciación de clases, matizada de odios y prejuicios, impide la cohesión para empujar desarrollo económico, lo que reconocen autores haitianos como Jean Ghasmann, en su libro Haití, el Drama Nacional:

“Los negros de un mismo origen social reproducen en la actualidad la vieja dialéctica del amo y del esclavo. El complejo de inferioridad racial penetra muy hondamente en la mentalidad de nuestro pueblo, sobre todo en la élite criolla que llega a emular los estereotipos creados por los colonizadores. La estructura económica de la cual dependía la sociedad en su pasado colonial se refleja aun en la estratificación social basada en el color de la piel y en la posición económica de los individuos”.

El poder económico está en manos de una élite subdividida en tres grupos: la oligarquía mulata de ascendencia europea, los haitianos árabes, y una gama de negros ricos que van desde el emprendimiento hasta la turbiedad de negocios ilícitos y corrupción, pero la mayoría coinciden en su comportamiento indiferente a la pobreza de la inmensa mayoría, que a su vez es recíproca en su cumulo de resentimientos.

Su historia es heroica, pero se ha sobrepuesto a las fragmentaciones. El país nació de las destrucciones y se ha mantenido en ellas.

El dominicano que nace pobre, nadie le inculca que permanecerá en la pobreza, por el contrario, sus padres proyectan en él un futuro mejor y tratan de escolarizarlo, haciendo sacrificios para que tenga las oportunidades que ellos no alcanzaron, pero al haitiano se le inculca que la pobreza ha sido su destino.

El país no tiene estabilidad política porque no ha logrado el desarrollo económico que la permita.

 

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