El huevo, la piedra, el álgebra y el Diablo

“Educador es el que estimula, prepara
para la investigación, despierta la curiosidad, desenvuelve el espíritu crítico,
invita a la superación y muestra los valores de la cultura” .
(Imídeo Giuseppe Nérici) A los buenos maestros, ¡FELICIDADES! en
su día (30/6/). Y a los “maestros”, así, entre comillas, les dedico,
para su reflexión, el presente artículo.

CASO # 1- Mostrando la
típica emoción o “fiebre” natural del estudiante que ha sido promovido de nivel,
hace ya muchos, uno de mis hermanos mayores, Basilio, esperaba ansioso al
profesor que habría de impartirle la primera asignatura en su primer día de
clases en el Liceo Matutino “ Domingo Faustino Sarmiento”, de la ciudad de
Moca. Cuando por fin llegó, el educador saludó secamente, se auto presentó y
cual ráfaga mortífera les lanzó a sus pupilos la siguiente advertencia:

“Nada se parece más al
diablo que el Algebra”

Al oír esto, mi hermano tembló,
bajó la cabeza y sólo cuando el “ilustre” maestro de Matemáticas
abandonó el aula pudo levantarla. A partir de tan traumática experiencia, muy
pocas veces se le vio asistir a esa hora de clases, tal vez para no encontrarse
frente a frente con el mismo Satanás. Y para aprobar la “diabólica”
disciplina en las pruebas completivas, tuvo que apelar al pago de los servicios
particulares de otro educador. Y todavía hoy, ya adulto y profesional, un
fuerte escalofrío invade su cuerpo de sólo escuchar palabra álgebra o el nombre
de su antiguo profesor.

CASO # 2 – En la
universidad, el estudiante, muy convencido o seguro de sí mismo, expresaba
y defendía sus criterios acerca del tema que se debatía en las clases. El
profesor lo observaba atento y con una irónica sonrisa a flor de labios. Cuando
aquel terminó su discurso, la bestial calificación del “maestro” no
se hizo esperar:

“Lo que usted acaba
de decir es un disparate, una pura porquería” Luego de este inoportuno reproche,
al inquieto alumno jamás se le oyó emitir una opinión, y mucho trabajo le
cuesta actualmente expresarse en público. Negativamente, quedó marcado para
toda la vida.

CASO # 3 – En otra
universidad, el profesor persiste en imponer un concepto que uno de sus
pupilos, con igual persistencia, demuestra documentalmente que no se
corresponde con la verdad sustentada por su terco preceptor. Un tanto molesto e
incapaz de apoyar sus argumentos en bases científicas, el presumido “educador”
prefirió apelar a la autoridad para descalificar al polémico estudiante con
estas palabras:

“Bachiller, no olvide
que usted es el huevo y yo la piedra…”

CASO # 4 – “Tu eres
un animal”, truena el impaciente “profesor”, refiriéndose al
desesperado alumno que no ha podido asimilar el contenido de la
lección en el tiempo asignado, y quien tan pronto terminó esa angustiosa hora
de clases se marchó a su casa y nunca volvió a la escuela. El “sabio
maestro”, en lugar de encender, se encargó de apagar su académica ilusión.

CASO # 5 – El nuevo
semestre comienza. Los estudiantes lucen y comentan muy entusiasmados. De
repente un silencio sepulcral cunde en el ambiente. Con maletín en manos, aires
de gran señor y portando gafas oscuras, alguien ha entrado al aula. Es el señor
profesor de la materia. Después de ajustarse el cuello y observar
ligeramente hacia el techo, afirma, sin mirar a nadie de frente:

“Quiero decirles, no
para asustarlos, sino para que sepan el esfuerzo que tienen que hacer, que a mí
son pocos los estudiantes que me pasan. Esta asignatura, de treinta alumnos,
apenas la pasan cinco, y quienes logren eso pueden considerarse graduados. Esto
no es para todo el mundo, sino para sabios e inteligentes. Por eso siempre he
dicho que cuando de mis exámenes se trata, el 100 es del libro, el 90 mío y
ustedes deben luchar por el 70”

Casos como los antes transcritos,
lamentablemente, se repiten con increíble frecuencia en nuestros centros docentes,
especialmente en las universidades, en las que no siempre los
profesores que imparten clases cuentan con la formación pedagógica requerida
para comprender, orientar y estimular al estudiante, como debe ser la misión
docente de todo buen educador.

Profesores que tal vez dominan muy bien
el qué, pero no el cómo enseñar. Profesores carentes de vocación o
que no sienten la noble labor que realizan. Profesores que frustran, en lugar de
motivar; que atrasan, en lugar de desarrollar; que oscurecen, en lugar de
iluminar.

Profesores, en fin, que lejos de
identificarse con las necesidades básicas de sus alumnos, lo que hacen es, como
bien lo escribió Gabriela Mistral, “deprimir o envenenar” el alma
de los mismos.

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