El helenismo en la historia universal (1 de 2)
La importancia del mundo griego en la historia universal se pierde en la vastedad de la antigüedad, pero como en las cosas trascendentales siempre hay un punto de inflexión, hay que establecer un antes y un después de la aparición en esa parte del mundo del gran conquistador macedonio Alejandro Magno.
El período llamado helenismo es uno de los grandes y complejos eslabones en la interminable cadena que forma el acervo cultural del mundo.
El criterio anterior está afincado en el hecho inobjetable de que cuando uno intenta acercarse a curiosear en la filología helénica se encuentra con exigentes valladares que hacen muy difícil a un profano, como es el caso, acercarse a la misma.
El gran humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña expresó muchas veces la amplitud de la cultura helénica, sus textos escritos y con ella el desarrollo de su literatura en diferentes vertientes, reconociendo que era una tarea laboriosa transitar por sus anchos senderos.
En términos parecidos, pero con su lenguaje de experto en la materia, se expresó Henríquez Ureña al comentar, por ejemplo, sobre el desprecio abierto que al cosmos heleno le tenía el sabio español Miguel de Unamuno, cuando rechazó profundizar en ese complejo mundo cultural del más remoto pasado proclamando: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos.”
Es oportuno decir aquí que quien así se expresó en la última década del siglo XIX fue el profesor bilbaíno, entonces veinteañero, quien ejercía la cátedra de Griego en la Universidad de Salamanca, a cuyas aulas llegó luego de ganar un riguroso concurso de oposición en el 1891.
El helenismo está considerado como uno de los períodos más intensos e impactantes en la transición de dos épocas, teniendo como ejes centrales a Grecia y a Roma.
El protagonista inicial de la época así llamada fue el gran conquistador Alejandro Magno, por lo que el helenismo también es conocido como etapa alejandrina.
Si nos atenemos a los hechos hay que convenir que la cartografía pensada por el formidable guerrero macedonio pretendía abarcar casi todo el mundo que hasta entonces se conocía.
Una vez asumió el mando supremo de Macedonia, en el año 336 a.C., decidió convertirse en el gobernante más poderoso sobre la tierra. Para materializar sus propósitos planificó con los detalles de rigor someter al imperio de su voluntad a los helenos y lo que ellos habían representado hasta entonces. Así como a los persas y otros pueblos de Europa, Asia y África.
Con sus grandes conocimientos de estratega militar y su impronta de hombre excepcional sabía que tenía que unir la historia y la geografía como nunca antes había ocurrido. Centró gran parte de sus esfuerzos en eso.
A pesar de su juventud él conocía a fondo los resortes del poder, tanto en la paz como en la guerra. En ambas situaciones actuó con eficacia.
Contrario a su padre, el autoritario gobernante Filipo II de Macedonia, no le gustaba perder el tiempo en placeres que no le aportarían esplendor a su nombre.
Su corta vida fue claroscura. Comenzó con “brutal eficiencia” su hazaña de pasar de Europa a Asia con 35 mil hombres al frente de los cuales venció, entre otros, al millón de soldados persas que a lo largo del camino les plantaron resistencia a los aguerridos macedonios.
En Atenas, Grecia, ordenó cometer hechos reprochables, y en Egipto destruyó la ciudad de Tebas, que era entonces la capital de ese milenario país del norte de África.
Luego se construyó allí a Luxor, ciudad de grandes templos, alcázares y diversos monumentos de raigambre histórica. Dicho eso para sólo citar dos hechos que afean la biografía de Alejandro Magno.
Pero con su actitud ingeniosa y desafiante hay que decir que en la ciudad de Gordión, en la península de Anatolia, a menos de 100 kilómetros Ankara, la hoy capital de Turquía, logró lo que nadie había hecho (según la conocida leyenda), pues desató el nudo gordiano, cortándolo en dos con su histórica espada, rompiendo así el mito de que era un desafío insuperable.
Sus logros militares los obtuvo mayormente a lomo de su célebre caballo llamado Bucéfalo. Fue él el único de la corte macedonia que pudo domar a ese equino que llegó allí con todos los bríos de un animal salvaje. Eso da una idea de su vigoroso carácter.
Pero también hay que decir, en abono a la historia personal de Alejandro Magno como figura importante de la historia, que mientras guerreaba contribuyó a una revalorización de la geometría como ciencia de una importancia extraordinaria.
A ese respecto es importante decir que Platón, el gran filósofo griego que nació varias décadas antes que él, ya había escrito, en su mayor esplendor intelectual, que “la geometría atrae al alma hacia la verdad, forma en ella el espíritu filosófico, obligándola a dirigir a lo alto sus miradas, en lugar de abatirlas, como suele hacerse, sobre las cosas de este mundo.” (La República. Libro Séptimo. Editorial Universo, Perú, 1974.P194.Platón.)
No obstante lo anterior, sobre la importancia de Alejandro Magno en el helenismo, hay que aclarar que algunos historiadores, a través de los siglos, han sostenido que ese período surgió con la muerte de ese gran personaje en el año 323 antes de Cristo, con sólo 32 años de edad, y que culminó en el año 148 a. C. cuando los romanos se convirtieron en amos de gran parte de los pueblos que habitaban una considerable porción de Europa y Asia y una buena parte del septentrión de África.
Sea oportuna la digresión para decir que Cicerón, el gran filósofo, político, escritor y orador romano, al referirse a los vericuetos de la fama, dejó todo un catálogo de cómo algunos pretenden usarla a su favor, aunque dicen dizque que la desprecian.
Tal vez una parte de los detractores de Alejandro Magno, que han pretendido negarle su puesto como parte del helenismo, han seguido ese camino lleno espinas al que hizo mención el sabio que nació en una aldea montañosa entre Roma y Nápoles.
Muchos de los que así han opinado son los que generalmente dividen la historia de Grecia en tres grandes tramos: etapas arcaica y clásica y el helenismo, pero cuando llegan al último trecho soslayan adrede personajes y hechos, adulterando la verdad de lo que ocurrió.
Con relación al helenismo me inclino por los juicios de varios sabios de la antigüedad, y muchos que les siguieron a través de los siglos, que consideran que el genio militar y político macedonio jugó un rol trascendental en ese período de la humanidad que motiva esta crónica.
Los infolios amarillos de la Historia sí registran que cuando la llamada parábola vital de Alejandro Magno terminó sus seguidores, unos hombres de armas y otros de pensamiento, trataron de mantener en pie y ensanchar su legado; pero el músculo militar de los romanos era tan poderoso y superior que aquel deseo sucumbió.
Hay que resaltar que durante el helenismo los hechiceros fueron desmontados del falso pedestal de sabios donde pontificaron durante siglos.
Además, hubo un gran avance en ciencias como la medicina, astronomía, la geografía y las matemáticas.
No se puede olvidar que uno de los puntos luminosos del helenismo fue lo que significó en muchos aspectos la antigua ciudad de Alejandría, fundada en el año 331 a. C. por Alejandro Magno, en el poniente del delta del río Nilo, la fuente de agua más grande de la denominada zona del Magreb, en el norte de África.
Esa Alejandría, la cual con el paso del tiempo se convirtió en la capital cultural del helenismo, especialmente a partir de que los tolomeos, seguidores de Alejandro Magno, la dotaron de una gigantesca biblioteca y un museo para diversas prácticas artísticas y culturales.
El helenismo, en la etapa de apogeo de Alejandro Magno, logró llegar hasta las ciudades enclavadas en la amplia cuenca del mar Mediterráneo, y sus ecos sonaron hasta la gigantesca y poblada península del Indostán. Antes, los aportes de los helenos se limitaban a los pueblos enclavados en el mar Egeo.
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