El genio en la  obra de Balaguer

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

 

«Como el águila, las inteligencias realmente superiores se ciernen en la altura, solitaria« (Arthur Schopenhauer)

 

Declaro, sin turbación, mi fascinación por la obra: «Yo y mis condiscípulos«, del destacado escritor, poeta y político dominicano, Joaquín Balaguer. Diviso en su narrativa a un autor acrisolado con un fulgor hechizante, como se refirió el poeta francés, Paul Velaine a los también poetas de esta misma nacionalidad, Charles Baudelaire y de Stéphane Mallarmé, en su obra «Fétes Galante«.

 

En la página 39 de la obra citada, el autor trata sobre la genialidad de uno de sus condiscípulos en la Escuela Normal de Santiago, oriundo de Nibaje, de nombre Rodolfo Álvarez. Balaguer escribe de este personaje con suprema elegancia, de manera copiosa y sin salvedades.

 

El ilustre escritor santiagués y expresidente de la República no nos habla del hombre de barros referido en el libro sagrado del Islam, aquel genio mitológico e invisible que relata el Corán 15, 26-27 veamos: «Hemos creado al hombre de barro, de arcilla moldeable. Antes, del fuego ardiente habíamos creado a los genios«

 

La forma en que Balaguer describe a su condiscípulo: «Se trataba de un estudiante que poseía un alto grado de inteligencia. Con frecuencia se trasladaba a pie desde Nibaje, su lar nativo, hacia el edificio en que estaba situado el plantel cercano a la Iglesia Mayor, en el propio centro de la ciudad«.  Además, Balaguer también se refiere en este libro a otro condiscípulo suyo de nombre Mauricio Callejas y los reseña como un joven perspicaz e incisivo en sus interpelaciones en las aulas.

 

Según la creencia, los genios, a diferencia de los ángeles, comparten el mundo físico con los seres humanos y son tangibles, aunque sean invisibles o adopten formas diversas. Según narra el autor de “Yo y mis condiscípulos”: «Rodolfo Álvarez, quizás el más pobre de cuantos asistían en esa época a la Escuela Normal de Santiago…«.

 

No se detiene el eminente escritor  sin insistir en las virtudes de otros alumnos. Especifica de Mercedes Monegro, aquella joven mujer de «cutis negro, ojos saltones y mirada oblicua« que según Balaguer a pesar de su desaliño era la favorecida por los alumnos por su talento y su enorme disposición organizadora.

 

A todo esto, el filosofo inglés, Francis Bacon, expresó: «Un hombre no es sino lo que sabe«. ¿Quiso decir Bacon, igual a lo apuntado por Balaguer sobre la virtud de su condiscípulo, que la genialidad prescinde todo nivel social o económico?

 

Valdría preguntarnos: ¿No sería que cuando el prestigioso autor santiagués, comentado aquí, manifiesta: «Cuando yo tenía en vísperas de un examen alguna duda, no acudía en busca de auxilio a ninguno de mis profesores sino al compañero de estudio que siempre apareció ante mis ojos como un superdotado«, estaba tratando de refutar el mito difundido aviesamente por sus detractores de  que este escritor santiagués era un intelectual mezquino?

 

Creo que Balaguer no fue un intelectualmente avaro, como suelen calificarle algunos literatos dominicanos de su época  contrario a su pensamiento filosófico y político. Queda evidenciado, con la invocación hecha por Balaguer del Conde de Buffon, Georges Louis Leclerc, para destacar las virtudes de Rodolfo Alvarez: «El genio no es más que una gran aptitud para la paciencia«. La serenidad, como virtud, del condiscípulo también podría aplicársele al propio autor de «Yo y mis condiscípulos«.

 

Coincido con el escritor francés, Denis Diderot, condenado por el Parlamento de Paris sumándose a la Santa Sede , por su obra «Pensamiento filosófico« por negar la providencia divina  y la religión revelada,  comentado acertadamente por el insigne escritor dominicano,  cuando dijo, refiriéndose a los genios: «El hombre que se entrega de lleno a su menester si es un genio se convertirá en un hombre prodigioso, si no lo es,  la tenaz aplicación al  trabajo lo elevara por encima de la medianía«.

 

El autor de «Yo y mis condiscípulos« es un ejemplo de eso que el autor de «El sueño de D’Alembert, La crítica de Arte y Los Salones« se ha dado en llamar “entregarse de lleno a su menester”. Sin embargo, creo que Balaguer está más cerca de lo que el dramaturgo español Jacinto Benavente llegó a categorizar al hombre paciente:  “!El genio!…Alguien ha dicho que era una gran paciencia; yo aseguro que el genio es el premio de un gran trabajo”.

 

Balaguer, en el libro comentado aquí  considera que la obra del genio está en el azar y para justificar el destino el insigne escritor latinoamericano pone de ejemplo la Ley de la Gravedad de Newton asociada con la caída de una manzana. Frente a este ejemplo, uno se preguntaría: ¿ha sido la fructífera vida política del expresidente de la República Dominicana fruto del azar o de su tenacidad en el trabajo político o de ambas cosas a la vez?

 

Yo diría de  Joaquín Balaguer, el escritor y el poeta preclaro, lo que expresó Luis de Góngora del poeta francés Mallarmé, que su genio solo podría ser admirado o desconocido por sus contemporáneos…pues hablaba y escribía para un público más que cultivado iniciado y resultaba oscuro a los ojos del pueblo.

 

La obra  poética de Joaquín Balaguer y lo sagrado está vinculada a la creación libre de su metáfora, que sorprende al lector frente a un mundo abierto hacia un futuro elevado por encima del anciano sentido cultural.

 

Deslumbra y sorprende la hermosa descripción que  hace Balaguer  en esta magnífica obra sobre  Rodolfo Álvarez, su humilde condiscípulo de secundaria, considerándolo sin ruindad un genio. Expresa, además, el ilustre escritor santiagués de su condiscípulo que: «…su inteligencia era tan excepcional que una simple lectura le bastaba para dominar un texto de geometría o para entrar con una linterna mágica en los más oscuros laberintos de las ciencias naturales«.

 

Algunos de los llamados escritores  de Santiago y del país, sobre todo los que pertenecen al canon, asalariados o lumpen del Estado, son tan avaro intelectualmente como lo fue en otro plano el personaje  Enbenezer Scrooge de la obra de Charles Dickens «Canción de Navidad«.

 

Sin pretender disgregarse del tema central, debo destacar el desgano perceptible de los llamados intelectuales santiaguenses que  no asisten,  ni el ministerio de cultura tampoco le exige a sus representantes en esta importante zona geográfica que animen  las actividades de promoción cultural de los pueblos del interior.  Por eso y por mucho más me apresuro en calificarlos como los “Amos y los esclavos” o los “nobles-despreciables” en la obra de Nietzsche, «La genealogía de la moral«.

JPM

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