El éxito que libera
Mirándome a mí mismo, me doy cuenta de lo poco que somos. Un acontecimiento, y solo uno, es capaz de torcerte de tal forma, que volver a enderezarte, después, provoca un dolor inimaginable. Me miro a mi mismo y me da pena verme, desprovisto de todo, desnudo ante todo, débil, sin control de nada, y aún más: desenfocado.
Me miro y me pregunto: ¿quién soy? No me reconozco. Sonrío y mis labios dibujan tristeza, traslucen melancolía, reflejan desesperanza. ¿Quién soy? Varado en un desierto en medio de la nada, sin brújula que me indique el camino.
Amenaza la noche, no tengo frazada ni manta, no tengo vestido que me cubra. ¿Dónde estás mi Dios? ¿Por qué me has abandonado? Y en medio del bullicio, me embarga el silencio. En medio de la nada, silencio, silencio del alma, silencio de Dios.
Un silencio que te lleva al abandono, a la entrega, al descanso. Una soledad que señala el camino, que despierta tu atención, que revela la verdad oculta tras el manto de la alegría trivial, de la victoria efímera, de las luces de bengala de la compañía circunstancial.
Porque cuando estás inmerso en todo ese mundo de maravillas que alguna vez te enseñaron que es la vida, cuando estás allí construyendo tus castillos de arena, totalmente ocupado en alcanzar un peldaño más de la escalera del “éxito”, solo puedes ver lo que los ciegos ven.
Pero un corazón inquieto no se queda allí, un buscador por naturaleza no se conforma con la superficie, y como a Dios le atraen los corazones que buscan la verdad, entonces se dispone a ayudarle a contarla, siempre con su lógica que es antilógica para los humanos.
Es cuando en conversación con Satán, Dios le da permiso a éste para que vaya despojando a Job de todos sus bienes materiales (Job 1: 6-12). Por eso es que a los buscadores de la verdad, a los de corazón sincero y justo, de repente todo le empieza a ir mal.
Al inicio el buscador sincero y de corazón justo no comprende nada, no entiende por qué de pronto todo le va mal, por qué de repente Dios le ha retirado la gracia, y comienzan las interrogantes y una actitud de resistencia a lo que está pasando.
Se inicia un proceso de desgaste, y a la vez, una lucha tenaz por lograr que las cosas cambien y vuelvan al carril del progreso material que se buscaba, de la “alegría” de ver lo que se ha logrado, la satisfacción que da el poder del “éxito” alcanzado.
Pero cada paso que das empeora todo, cada iniciativa termina en fracaso, cada proyecto es tronchado al poco tiempo de haberlo iniciado. Los cercanos empiezan a enjuiciar tu trayectoria, tus decisiones y hasta tu persona, porque eres señalado como culpable (Job cap. del 4 al 8).
Todos han huido de ti, no tienes nada que ofrecer, y los que han venido, como consuelo te juzgan y te llenan de reproches. Es el momento de la soledad. Nadie te busca ni te elogia, más bien te injurian, las puertas se cierran, ya no hay nada que sacarte, el mundo te aparta, te elimina, se pone de manifiesto la cultura del descarte.
Pero Dios observa lo que pasa, confía en ti, porque un corazón limpio y sincero nunca renegará de la verdad, y la verdad es Dios, y como con la pérdida de todo lo material, Job no renegó de la verdad, a Satán se le otorga el permiso de tocar también su carne, su salud, pero no su vida.
Otra lucha contra lo incomprensible, más preguntas sin respuestas, más soledad existencial y más reproches y juicios de los únicos que atinaron “a no dejarlo solo”. Pero a pesar de no comprender las razones de su desgracia, Job no renegó de la verdad, porque los corazones sinceros y limpios no reniegan de la verdad.
Finalmente, viene el abandono, el abandono que da plena conciencia de la trascendencia del ser humano, de nuestra dependencia de lo divino, de que sin la gracia de Dios que es la verdad, no somos nada, con nuestras fuerzas nada podemos.
El abandono de entender que nos corresponde siempre hacer todo lo que tenemos que hacer, el resultado es de Dios, por lo tanto a Él hay que dejárselo. El abandono de saber que todo aquí se queda y que si no ponemos nuestra vista en la verdad que trasciende, en Dios, también nosotros correremos la misma suerte.
El resultado del abandono es el encuentro con lo que ese corazón limpio y sincero buscaba, el encuentro con la verdad, con el amor, el encuentro con Dios, y con Él, el encuentro con la vida que no se agota.
Dios satisfecho, detiene de una forma definitiva las acciones de Satán, derrama su gracia sobre el buscador, y le devuelve multiplicado todo lo material que perdió, porque ya la vida y la felicidad del buscador no dependerán del éxito material que logre en este mundo.