El exilio Republicano en Santo Domingo

 

Recientemente, en el marco de la tercera edición del programa Semanas de España en la República Dominicana que auspician la Embajada de España en el país y el Centro Cultural de España, participé en un panel celebrado en UNAPEC sobre el exilio republicano español y su impacto en nuestra sociedad. En la grata compañía de los historiadores Natalia González Tejera y Bernardo Vega, bajo la moderación del decano de estudios generales de esa entidad, Andrés L. Mateo.

Sobre esta materia, Manuel García Arévalo y el autor de esta columna habíamos elaborado un trabajo en colaboración, presentado en la Universidad de Puerto Rico en noviembre de 1989 en el marco del congreso conmemorativo Cincuenta años de exilio español en Puerto Rico y el Caribe 1939-1989, publicado en las memorias de este cónclave por Ediciós Do Castro de Galicia en 1991.

Una década después, en 2010, reiteramos este convite académico en un texto ampliado discutido en el seminario internacional organizado por el Archivo General de la Nación, la Academia de Historia y Efemérides Patrias, bajo la coordinación de la historiadora Reina Rosario, publicado ese mismo año en la obra El exilio republicano español en la sociedad dominicana. Conviene señalar que en 1989, con el patrocinio de la Fundación García Arévalo, la Casa de España y el Centro Cultural Español, se llevó a cabo en el país el Primer Congreso sobre la Emigración Española hacia el Área del Caribe desde finales del siglo XIX. Un formidable evento de carácter pionero coordinado por la socióloga Francis Pou que reunió a connotados especialistas procedentes de la península ibérica y diferentes naciones de América, cuyas memorias vieron la luz en 2002.

Múltiples monografías sobre tópicos puntuales se han estado publicando a ambos lados del Atlántico en un esfuerzo meritorio por rescatar la memoria de esta estupenda emigración que tocó tierra americana para fecundarla. Origen de notables aportes en los más variados campos del quehacer. Desde el ámbito de la educación, las artes plásticas y dramáticas, la música, la literatura, el saber académico erudito y científico, las profesiones liberales y las vocaciones técnicas. Hasta industrias como la editorial, la cinematográfica, la arquitectura y el urbanismo, los talleres de ebanistería, las fundiciones, entre otros renglones productivos, donde la huella de los republicanos caló profunda en nuestras sociedades.

Javier Rubio García-Mina –economista e ingeniero, diplomático e historiador- es el autor de una obra monumental en 3 volúmenes (La emigración de la guerra civil de 1936-1939), que publicada en 1977 resulta todavía referencia obligada. En ella se establece que el 70% de esta emigración tenía profesiones relacionadas con los servicios, 25% con la industria y sólo 5% con la agricultura. Entre los primeros dominaban los dedicados al comercio (24%), funcionarios administrativos (14%), profesionales liberales y universitarios (12%), otras profesiones (10%), profesores (7%), y militares (3%). Entre los segundos, los obreros calificados eran 22%. Por lugar de origen, el 25% procedía de Cataluña, Cantabria 27%, Castilla 17%, Levante 8%, Aragón 5%, otras regiones 18%.

El historiador valenciano Vicente Llorens Castillo, en su excelente obra Memorias de una emigración, Santo Domingo, 1939-1945 (1975), relata que en el grupo de 274 refugiados que se embarcaron junto a él en Francia con destino a la República Dominicana, sólo había un agricultor. Aunque vale observar que luego esta proporción tendería a modificarse ligeramente con la llegada de otros contingentes, como sería el de los anarquistas catalanes que pasaron a establecerse en colonias agrícolas como la de Dajabón, donde se les reputa haber introducido el cultivo de la uva. De acuerdo con Llorens, su grupo lo integraban unos 40 profesionales, 40 empleados de banca y comercio, 40 mecánicos, impresores, carpinteros, albañiles y de oficios similares.

Sobre el asentamiento de los inmigrantes españoles en las colonias agrícolas en el país conviene consultar el trabajo de la socióloga Francis Pou, publicado en la referida obra Memorias del Primer Congreso sobre la Emigración Española hacia el Área del Caribe desde finales del siglo XIX y también su texto relativo a esta temática en la Revista de Indias número 198 de 1993. Del mismo modo, el libro de la historiadora Natalia González Tejera Exiliados Españoles en República Dominicana, 1939-1943, editado por la Academia Dominicana de la Historia en 2012.

Ambos trabajos estudian las condiciones en que fueron contratadas estas facilidades entre las autoridades dominicanas y agencias españolas de auxilio a los refugiados. Su localización en Dajabón, Villa Trujillo, La Cumbre, Medina, Juan Herrera, Pedro Sánchez, Constanza, entre otros lugares. Y las dificultades que se interpusieron al éxito de estas experiencias. Como queda claramente demostrado, uno de los principales obstáculos fue la extracción misma de los asentados en cuanto a sus perfiles profesionales alejados de las labores agrícolas, la inadaptación al clima y las condiciones sanitarias,  los hábitos urbanos y la propia vocación política que los impulsaba a participar de un medio de mayor interacción social.

María Ugarte
María Ugarte

Relatos como los de la historiadora segoviana María Ugarte –licenciada en Ciencias Históricas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, en la cual era profesora ayudante, quien estuvo inicialmente asentada en la colonia agrícola de Medina, en San Cristóbal, junto a su esposo Constant Brusiloff, profesor de lengua y literatura rusa de la misma universidad- son ilustrativos de estas experiencias de roles ocupacionales inapropiados. En el caso de la Ugarte esta situación fue prontamente corregida, al asimilársele a funciones adecuadas a su perfil profesional en la Universidad de Santo Domingo, el Archivo General de la Nación y en la Cancillería. Para beneficio neto del país, que tuvo en esta dama destacada una investigadora y editora consagrada desde su cubículo laborioso del suplemento cultural del diario El Caribe.

El catalán Vicenc Riera Llorca –quien había trabajado como contable de una ebanistería en Barcelona, funcionario de su ayuntamiento y redactor del diario La Opinión de esa ciudad- plantea en su novela testimonial Los tres salen por el Ozama, que la mayoría de los recién llegados eran intelectuales y políticos profesionales que percibían su estancia en el país como una experiencia de paso hacia otros destinos más benignos. “Todos quieren marcharse de la Dominicana –comenta uno de sus personajes-; pero nadie tiene dinero para pagarse el pasaje y es difícil conseguir un visado para otro país”, pese a que operaron comités de ayuda en dinero, ropa usada y medicamentos.

La capacidad efectiva de absorción por parte de la economía dominicana de ese flujo tan masivo de inmigrantes –tanto españoles como refugiados de otras nacionalidades europeas montaban varios miles- es cuestionada en esta obra. En su óptica, la agricultura del país era “primitiva” y sólo podía “explotarse en base a nativos acostumbrados al clima”. El potencial exportador en los renglones de azúcar, cacao, café y guineos estaba ya cubierto. Finalmente, la industria manufacturera se reducía a la fabricación de cerveza, aceites y calzado. “Ha sido una mala jugada traer así, de golpe, en un año, a cinco mil inmigrantes, entre nosotros y los judíos”, reflexiona en uno de los pasajes el autor.

Los personajes de su novela laboraron, fracasados y diezmados por el paludismo y otras enfermedades tropicales, atendidas en el Hospital Internacional de la Avenida México, en las colonias agrícolas. Manejaron tractores en un ingenio azucarero del Este y camiones en un almacén de provisiones de Ciudad Trujillo. Sirvieron en calidad de mozos en restaurantes de la calle El Conde como el famoso Hollywood ubicado donde hoy opera el Hotel Mercure. Vendieron café y zapatos por comisión, en recorrido casa por casa. Se desempeñaron en ebanisterías y en labores de obras públicas. A María Ugarte –en su balance testimonial de esta inmigración- no le agradó el tono crítico de la novela de Riera Llorca, enfatizando en cambio la gran receptividad de la sociedad dominicana hacia los refugiados, que les tendió su mano solidaria.  

Aurelia Pijoan Querol, era militante del Partido Socialista Unificado de Cataluña (comunista) y concejal del ayuntamiento de Lleida. Arribó al país a bordo del La Salle. Las hermanas Pijoan pertenecieron a la resistencia republicana en Lleida, al punto que, tras el triunfo del bando nacional, el Tribunal de Responsabilidades Políticas le instrumentó un expediente a Aurelia en 1939. Calificada de “gran propagandista de los idearios rojos, habiendo dado mítines en distintos pueblos de Cataluña. Persona fanatizada por el marxismo, (…) destacado elemento comunista y de actuación activa y constante.” Con el marido, Luis Pérez García-Lago, recluido en un castillo francés reservado a refugiados “extremistas y peligrosos” y luego en el campo de concentración de Vernet d’Arieja, Aurelia se embarcó sin él en Burdeos el 1 de diciembre de 1939, rumbo a República Dominicana.

En un relato sobre el exilio femenino en México a partir de su caso, se afirma que: “Huía, como tantos otros, de la inhóspita Francia. Sin embargo, le esperaba no sólo la hostilidad de los españoles atrincherados con la causa franquista sino también la tiranía de Trujillo.” Tras vivir “las duras condiciones que hasta entonces habían padecido en la colonia agrícola El Seybo, en plena selva dominicana, llegó a Puerto de Veracruz en febrero de 1941 procedente de la República Dominicana y tras una breve estancia en La Habana”. Reclamada por un familiar del marido radicado en México, país donde se estableció esta refugiada en forma definitiva. Ilustrando así el fenómeno de la re-emigración.

Al decir de Germán Arciniegas, con este destierro masivo, la España Peregrina se trasladó en cuerpo y alma a nuestro hemisferio.

 

 

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