El Duey, el sitio de la barranca y el Barrancolí

COTUY.- Con la muerte de Álvaro Hatuey Decamps y el recuerdo constante de mi niñez y llevar bien presupuestado a verdaderos hermanos-amigos, como Eduardo Acosta, el Peje Nolberto Soto (primo de Hatuey) que en su niñez vivió junto a la familia Decamps Jiménez me trae el recuerdo el día que Hatuey me pidió que fuera a Duey a buscarle todas las variedades de semillas de mango para él sembrarlas en una de sus fincas.

Hatuey se apareció a Cotuy buscándome, pero no pudo dar con mi paradero por cuestiones de comunicación. Su abuelo poseía casi dos mil tareas de tierra por allá en Duey cerca de la Loma de la Gallina. Hasta allí llegamos.

Me reuní con todos esos amigos de antaño de la época del 40 y 50 que conocieron al abuelo de Hatuey y a Miguel Ángel Decamps su padre. Hatuey era un mozalbete para ese entonces…. Pero Eduardo Acosta quien nació en 1942 y Hatuey en 1947, se criaron juntos a todos aquellos muchachos monteros, Miguel Antonio y Víctor que fueron a la larga grandes amigos y que mantenemos el vinculo amistoso hoy día como lo fue antes. Así como Eduardo que se aplatanó en Texas y siempre mantuvo vía un servidor con Álvaro Hatuey. Eduardo lo quiso mucho al igual que a Miguel y a Víctor porque fueron a la escuela juntos.

Precisamente, a Eduardo Acosta que vivió dentro de esos montes praderados escribió una serie de artículos magníficos obre la fauna de ese entorno de Duey. Describió el Barrancolì de una forma magistral. Recordando aquellos días en que estuve en Duey tratando de colectar semillas de diversas especie de mangos para el amigo ya ido paso a describir lo que me pasó buscando esas semillas par replantar de nuevo….

Vienen ramalazos de viento, saturados de lluvia y montaña. Las nubes se enarcan sobre la pizarra del aguacero, que se aproxima con rumor de cuero sobre arenal empedrado de guijarros. Los  rayos resquebrajan el horizonte.

Las ráfagas son cada vez más violentas. Truenan portazos y las gentes huyen entre remolinos de  basura. Cae  pedrea de goterones sobre el polvo amarillo, como tropel de moscas sobre piel de león. Y la lluvia tropical se desploma en masa sobre el caserío, que parece más pequeña y como que se estuviera disolviendo.

Llega la noche y la barraca tiembla como sacudida por una calentura. Inmensamente  monologa el trueno. El pirático tropel del viento silba, aúlla y grita en la oscuridad. La frágil construcción cruje toda entera. La lluvia la acribilla por asalto, ¡Ah los artesonados y los muros de antaño! ¡Ah las noches en que se podía dormir sin este cuerpo a  cuerpo con el huracán! Las barracas infelices, de trapos, de láminas rotas, de maderas podridas, de desechos inverosímiles… todo Duey tiembla…

Eduardo con sus pantalones cortos y descalzo; Hatuey metido en una casucha de guarnición, para ellos era una felicidad, como diría Hungría Vázquez y Pelo Fino por esas montañas de la Loma de la Gallina. El agua cae a chorros y todo lo empapa y a todo llega, urgente y turbia. Por el fangal del piso corren arroyos. Parece que los muebles fueran a flotar, como arcas del desesperado diluvio. De pie sobre  camas y sillas se presencia la inundación. Y así se para la noche a hueso calado, en espera del amanecer…

Con el día, luce un sol triunfal. Apenas nubes sombrías se espesan sobre filos de montaña. Se procede entonces al caer el agua empozada, como a limpieza de un campo después de un combate. Sobre matorrales o montañas de piedra se pone a secar la ropa. Las maderas rezuman y la barraca está aislada, porque los cruzaderos se han convertido en anchos fangales, en charcas, en meandros en que el agua reposa sus fatigas de tormenta.

Las masas de escombros impiden el paso  los arroyos, que arremolinan imponencia de  sucios espumarajos. Barrizales pegajosos comienzan a la puerta misma de las habitaciones. Pasos prudentes se aventuran por senderos resbaladizos; largas indecisiones se estacionan en las bocacalles, en que hay lodazales como para cerdos y renacuajos y por los cuales apenas se puede pasar saltando sobre islotes de piedras y ladrillos. En los aguazales  chapotean viandantes y caballerías.

Los zopilotes abren laudes de alas, coronando de heráldica negra cornisas y tejados con  musgo. Estalla el júbilo de los muchachos, que se divierten en abrir cause a las aguas o en hacer con todo obras de castramiento. Los perros juegan también y se ensucian hasta las orejas.

Es el sitio de la barraca, que queda en aislamiento invernal entre aguas acres o verdosas en cuyo fondo agoniza el Sol.

Eduardo no se atreve a salir hasta que escuchó a su Colibrí zumba en una rama que se confundía con su colorido plumaje. El Colibrí es la única especie de ave que tiene la capacidad de volar en todas las direcciones. Son capaces de volar hacia atrás, hacia delante, de arriba hacia abajo, y al revés. Son capaces de conservar energía reduciendo su metabolismo a aproximadamente 1/15th de la velocidad normal. Durante un período normal de tiempo de su corazón latirá más de 1.200 veces por minuto. Las curiosidades de Eduardo en aquellos predios de Duey.

Hatuey, que también le gustaban esas aves raras pero hermosas no salió hasta que vio en el pico de una amapola a un Barrancolí y dijo, ahora sí que podemos salir. Es un ave pequeña y rechoncha de 11 a 12 centímetros de longitud. Tiene una cabeza grande con un pico largo y aplanado. Las partes superiores son de color verde brillante, mientras las partes inferiores son claras con un lavado amarillo y rosado. La garganta es roja, La parte inferior del pico y las costadas son rojizas. Su cola es corta y sus patas son pequeñas.

El Barrancolí es un ave insectívora. Posee un apetito voraz y puede consumir más de un tercio de su peso en insectos al día.

Se reproducen entre los meses de marzo y junio. Construyen nidos en barrancos, excavando túneles de hasta 60 centímetros con sus picos y patas. Ponen 3 a 4 huevos de color blanco. Y así, la vida comenzaba de nuevo a tener su normalidad en El Duey sitio de la Barraca y el Barrancolí.

jpm

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