El Discreto Encanto de las Minorías
«Todo poder es conservador.»
N. Bujarin
Desde el principio, en la teoría leninista, era claro que no iba a ser el pueblo quien tomara el poder. No tenía, no tiene idea para ello. No sabe qué pasa, que les pasa, cuál es el origen y la lógica de su estrechez y padecimiento. No descubre las condiciones de su explotación, menos imagina cómo hacer una revolución. Desbancar a la clase dominante -a la minoría dominante, subrayemos-, expropiarla, disolverla, hacerla desaparecer. Imponer, primero, la dictadura del proletariado para luego, eventualmente y quién sabe cómo (Bakunin le reprocha a Marx que cómo se puede hacer desaparecer algo -el Estado- haciéndolo cada vez más grande) disolver el Estado.
La revolución la hace el pueblo, es decir, las masas, la plebe, el proletariado. Pero la dirige la pequeña burguesía revolucionaria. Minoría dentro de la minoría, una minoría muy particular puesto que la pequeña burguesía típicamente es conservadora. Tipo el niño malcriado: critica, por ejemplo, el trabajo que hace el padre (digamos que es un cirujano elitista y mercurial) pero jamás renuncia a los privilegios y el dinero que le proporciona. Debía ser, pues, una pequeña burguesía con una consciencia meta clasista: debía asumir y asimilar los intereses del proletariado sin serlo en la comprensión de que el poder futuro le pertenece a éste. Fungiría, entonces, como partera de la sociedad nueva ahorrándole a la sociedad toda los dolores del nacimiento de la criatura.
Magnífico… Desde el principio tenemos a una minoría que de alguna forma está por encima de los demás: de la mayoría ignorante y torpe, y de las demás minorías conservadoras.
Una sociedad de clases es aquella en que una minoría gobierna a la mayoría. En el capitalismo, la burguesía, es decir la minoría propietaria de los medios de producción, maneja al proletariado, desposeído de todo salvo de su fuerza de trabajo. A la nueva minoría -los neo izquierdistas, marxistas culturales, izquierdo liberales y demás sectas- les fascina pasar por alto esto último por cuanto silenciosamente han renunciado a la defensa de los intereses de la mayoría (lo que era su razón de ser histórica) para pasar a defender los suyos propios en colaboración con la minoría económica.
También desde el principio era clara la importancia de las minorías. Las mayorías se ciegan. Están cargadas de rencor y odio. No piensan, son emocionales. Pasionales. Juntos se convierten en una fuerza descomunal pero acéfala además de amoral. Impredecible, peligrosa. Es la minoría quien le aporta el propósito: el relato, el plan, el sueño. Pero no es sólo la minoría política sino la minoría en sentido general: los intelectuales, los artistas, los deportistas. Todavía más: los heterodoxos, los críticos. Los socialmente marginados, los parias. Los bohemios, los hippies, los antisociales. Son quienes se salen de la corrección política y se atreven a decir lo que los demás callan, por cálculo y conveniencia o por simple miedo. Esta minoría es un balance para el peso muerto de la mayoría, además de que son quienes le dan sentido emocional a las cosas. Son quienes crean la belleza, marran historias. Sacan los colores, las emociones. Ponen las pasiones frente al espejo, proponen sentido a la vida, un juego que por sí mismo no tiene ningún sentido. Entonces, nunca aplastar a la minoría. Que gobierne la mayoría pero con el justo espacio para que viva la minoría… como minoría.
Pero ahora sucede lo que tenía que suceder: la minoría quiere imponer su criterio a la mayoría. No lo puede hacer por consenso, democráticamente, justamente porque es minoría. Es decir, es minoría porque se encuentra en menor número que la mayoría. Si fuera de otra forma sería mayoría, no minoría. Por ejemplo, los ateos son una minoría ínfima dentro de la población de cualquier país. Por alguna razón siempre se sienten muy inteligentes -muy por encima de la media-, iluminados (obviamente, no será por la luz de ningún dios). Pero nunca jamás se han puesto a meditar diez minutos por qué la abrumadora mayoría de la gente -sólo con una brecha pequeña para que quepan un puñado de gente como ellos- son creyentes en alguna deidad o principio metafísico. Tres gatos contra el mundo, pero es el mundo quien está equivocado. Y en esto no albergan la duda más pequeña: los demás son unos tarados, ellos son excepcionalmente inteligentes. Y esta distribución de la inteligencia terriblemente sesgada se les hace de lo más normal. Ellos sobreviven por la tolerancia de la mayoría, pero ellos no tienen que tener ninguna tolerancia con la mayoría. Un proceso que no es recíproco, pero entonces se proclaman demócratas. Sus ideas no tienen que ser validadas con votos, como las de la mayoría. Los principios de las minorías son axiomas que no tienen que ser demostrados. Verdades obvias, órdenes imperiales, deseos del Jefe. Es decir, la mayoría decide democráticamente. La minoría no tiene que someterse a ese criterio, las ideas de la minoría son ciertas y correctas porque sí.
Pero de nuevo sucede lo que tenía que suceder: lo que no se valida en el interés de la mayoría con el tiempo se va despedazando. Las «ideas» de esta nueva minoría son en términos prácticos una implosión de la sociedad: ateísmo, homosexualidad (cualquier tipo de parafilia está igual de bien: voyerismo, pedofilia, incesto, bestialismo, fetichismo), multiculturalismo… Eso sí, mientras siga cayendo grasa de la minoría económica. Porque en esto si la nueva minoría ha renunciado de plano a la solidaridad con la mayoría: a vivir como pobres. ¿Se dejará seducir la mayoría? ¿Se dejará convencer de que la mejor salida es el suicidio, a lo James Jones, el pastor del suicidio colectivo en Guyana? ¿Será la mayoría tan bruta? No creo, aunque a decir verdad no estoy tan seguro. Históricamente la mayoría ha hecho tantas pendejadas…