El diálogo es el camino que nos lleva a la paz
El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer; este día nos llega en un momento muy complicado de la humanidad; ya que por un lado estamos sumergidos en un tenso ambiente de guerra y por el otro aún estamos recibiendo los efectos de la pandemia, que ha traído mucho pesar, sufrimiento e incertidumbre en el mundo.
La buena noticia es que se empieza a divisar la luz en el camino, en lo que se respecta a este agente patógeno.
Es decir, se viene aplicando la vacuna como respuesta para detener este potente virus; no me referiré a si sus resultados están siendo efectivos o no, dado que en los días por venir podremos seguir verificando con mayor claridad y rigor científico su impacto; lo que debemos reflexionar es si verdaderamente hemos extraído las enseñanzas de vida necesarias para la edificación de un mundo mejor.
Por lo que celebrar este importante Día Internacional de la Mujer, entraña un compromiso social post covid-19, no importando si eres mujer u hombre, a fin de construir una sociedad más justa, pacífica, humana y más sostenible.
¿Cómo se alcanza este propósito?
Debemos partir del entendido que el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde.
Dicho lo anterior, este propósito se alcanza con mayor solidez cuando se trabaja en equipo; imbuido con un espíritu transparente de apoyo mutuo marcado con la esencia de la tolerancia; sintiendo admiración el uno por otro, sin que el egoísmo dañe la construcción de relaciones sanas; sin que se devalúe la persona al valor de cualquier objeto.
También impulsando la cooperación sujeta a la complementariedad, sin menosprecio, divisiones ni odios; con disposición expresa a colaborar sin convertirnos en adversarios; y asumiendo que la paz es un proceso continuo de búsqueda de justicia social, que sitúa en primer plano la dignidad humana; sin la existencia de entramados sociales que reproducen desigualdades y situaciones de exclusión.
¿Qué no debemos pasar por alto?
Anterior a la pandemia observábamos lamentablemente, como la violencia estaba alcanzando a muchas mujeres, presentando una alarmante, preocupante y depresiva imagen de irrespeto al don de la vida.
Esto se recrudeció con el confinamiento de la población en sus hogares, medida que no cuestiono; pero la misma desnudó la notable incapacidad de la ciudadanía en el abordaje o manejo adecuado de los conflictos en los hogares.
Lo que resulta inquietante y no debemos pasar por alto es la forma en que tomó cuerpo la violencia, en respuesta ante esos conflictos, manifestándose como natural, normal e incluso como la única manera viable de hacer frente a los problemas y disputas.
¿Qué hacer?
Inevitablemente debemos cambiar patrones de vida que desdicen nuestra humanidad.
La cultura de violencia niega lo verdaderamente humano, se convierte en un germen anti-natura, que solo destruye y daña.
El machismo alimenta toda violencia; de ahí es pues, que tenemos asumir mayor compromiso de coadyuvar a erradicar esa cultura tan nociva y salvaje que está causando estragos en el seno de tantas familias.
Esta acción estratégica y fundamental debe realizarse en reciprocidad con las mujeres, para conseguir como resultado una educación en valores que forme al ser humano en su integridad, para que sepa usar su conocimiento en la búsqueda constante del bien. Para llevar a cabo con éxito esta misión se debe trabajar juntos, no solos. La dispersión de esfuerzos retrasa los resultados o más bien no se logra.
Finalmente, para cambiar esos patrones se requiere tomar conciencia de las creencias y respuestas que perpetúan esas conductas negativas que se están reproduciendo en la sociedad. Sin una reflexión sincera o reconocimiento el cambio se imposibilita. A esto se suma también, que necesitamos una dosis de buena voluntad para aprender las habilidades requeridas que posibiliten ese cambio que todos soñamos.
Estamos conscientes que las crisis exacerban los ánimos, pero nunca debemos cansarnos de dialogar y buscar llegar a acuerdos de buena fe que nos permitan regresar a la normalidad luego de cada conflicto. La crisis debe ser una oportunidad de crecimiento, no la suma de tragedias. Es tiempo de que las mujeres y los hombres impulsemos una cultura de paz. No hay camino para el diálogo, el diálogo es el camino que nos lleva a la paz.
jpm-am