El día que Balaguer se enganchó a guardia

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La historia contemporánea política dominicana tiene capítulos más próximos al teatro-cinematografía que a la sociología política, si partimos del complicado tinglado del reparto de actores y del dominio histriónico-horripilante del director –Balaguer 1966-78- y de su depurada técnica para escribir libretos, diseñar tramoyas y adjudicar papeles. Tal fue la maestría con la que Joaquín Balaguer gobernó sin cejar ni un ápice en su ambición de poder y fijación de persecutor de la historia. Porque solo puede ser novela de ficción que en el contexto-escenario real de la persecución-aniquilamiento de una insurrección guerrillera (Caamaño-Caracoles: febrero-1973), se asesine a un periodista (a Gregorio Garcías Castr marzo-1973) y que tal película de terror y sangre se proyecte en pantalla nacional, y mas que eso, que la vida, afuera del teatro, siguiera fluyendo –aunque en protesta- como si nada. Una de dos: o el clima de terror, de represión política y opresión de las libertades públicas justificaba la guerrilla o, simplemente, el país había caído en un estado de sonambulismo colectivo. Pero dejémonos de elucubraciones socio-sicológicas colectivas, y vayamos a los hechos históricos concretos: febrero de 1973: guerrilla de playa Caracoles, encabezada por el Coronel Francisco Alberto Caamaño Deño, y marzo de 1973, asesinato del periodista Gregorio García Castro. Una simple hojeada a la hemeroteca -1966-73- nos revelaría, efectivamente, un país tomado-hegemonizado por una semi-dictadura disfrazada de farsa electoral al frente de un caudillo ilustrado, otrora cuadro orgánico-intelectual y heredero político de la dictadura trujillista que ahora ensayaba y discurría en su propio modelo de bonapartismo. Lo que vivía el país -en aquellos aciagos días- era una tensión-represión socio-política asfixiante: por un lado, el interés supremo del gobierno de eliminar lo antes posible el foco guerrillero y con ello un referente político-revolucionario de proyección nacional e internacional (Caamaño); mientras que por el otro lado, y en el ínterin, implementación de una guerra sicológica que perseguía: acusar, apresar y dispersar a la oposición política-electoral que operaba en el marco de la legalidad y a las izquierdas que operaba en la clandestinidad. Sin embargo, el interés de este artículo no es examinar ni narrar los incidentes de playa Caracoles, ni del asesinato del periodista Gregorio Gracia Castro, como tampoco, la persecución desatada tras la oposición política-electoral y a todo el arco iris político-ideológico de la izquierda por parte del régimen, sino mas bien, poner en perspectiva histórica el contexto socio-político en que se da aquella increíble yuxtaposición de juego de poder y de control geopolítico-nacional: gobernabilidad amenazada (Caracoles-1973) y pugna-rivalidad de poder en el interior del organigrama jerárquico castrense-policíaco que no siempre se resolvía, o disolvía, con traslado, ascenso, o destierro. Porque en el fondo, y en el caso del general Neit Nivar Seijas, había aspiración política. Para una mejor y cabal aproximación al teatro de los intríngulis de aquel entramado de intrigas, poder y cálculos estratégicos, vayamos a Brian J. Bosch (ex agregado militar de la embajada norteamericana en el país, 1971-74) y su interesante ensayo-testimonio “Balaguer y los militares dominicanos” y enterémonos de las técnicas y argucias del padre y partero del bonapartismo 1966-78 para conjurar: el foco guerrillero y el agravante del asesinato del periodista Gregorio Garcías Castro. Pero, ¿qué hizo “Este aparente sumiso y erudito poeta…”, como lo califica el autor en su libro-ensayo? Al respecto, en el referido libro se lee: “El 28 de marzo empezó como un día mas de regreso a la normalidad en el país… (Pues el Almirante Milo Jiménez –a la sazón Secretario de la Fuerza Armadas- “informó a los periodistas que la operación guerrillera estaba “prácticamente terminada”). “Pero esa noche un acto de violencia crearía un nuevo estado de ansiedad y le proporcionaría al General Nivar la oportunidad de avanzar sus intereses políticos: el editor en jefe de Ultima Hora, Gregorio García Castro, fue asesinado en frente de de testigos en el corazón de Santo Domingo” (Pág. 309)). Esa noche –narra el autor- “…Nivar se paso lamentándose dos horas en la funeraria, en público, una acción que, por supuesto, apareció en las noticias de la mañana”. En consecuencia, el Presidente Balaguer “…promulgó el decreto 3295, nombrando una “Comisión Especial” de tres miembros para investigar el crimen, conformada por el General Nivar, presidiéndola; el General Cruz Brea y el Dr. Juan Aristide Tavera Guzmán, Procurador General de la Nación”. Pero, para “Nivar, Cruz Brea representaba a su enemigo (Pérez y Pérez), no a la institución de la Policía Nacional” (Pág. 310). El anterior cuadro reproducía y reafirmaba una de la técnica básica del bonapartismo balagueriano en su ejecución política de equilibrio de poder y de manejo de las contradicciones en los planos políticos-castrenses que el propio modelo generaba y demandaba en su dinámica operativa, pues para la fecha era de dominio público la rivalidad antagónica entre los generales Neit Nivar Seijas y Pérez y Pérez. Ambos representaban intereses y aspiraciones políticas-castrenses diametralmente opuestas: Pérez y Pérez, obediencia ciega a Balaguer, a su régimen y a su propia concepción ideológica reaccionaria-sanguinaria; en cambio, Nivar Seijas, más que como militar, actuaba y operaba bajo el imperativo de la política, sus correlaciones, y, en menor medida, obedecía a Balaguer y su régimen represivo. Porque –y hay que subrayarlo- en el complejo esquema de dominación y poder que Balaguer ensambló había espacio para la promoción policíaca-militar y la movilidad rápida en la escala socioeconómica. Una reafirmación de lo antes dicho y del desenlace de la crisis que generó el desembarco guerrillero y el asesinato del periodista Gregorio García Castro y su correlato en la opinión pública y en la cada vez mas ostensible pugna-rivalidad castrense, fue lo que “La Embajada norteamericana informó a Washington que el asesinato de García Castro había “desencadenado una lucha de poder entre los generales mas poderosos de Balaguer, Nivar y Pérez y Pérez…” (Pág. 311). Aunque “El impacto político-militar de los cambios ocurridos a raíz del asesinato del 28 de marzo habían probado ser insignificantes. El general Nivar logró desacreditar temporalmente al hombre de Pérez y Pérez, pero ganó poco en cuanto al equilibrio de poder” (Pág. 311). No obstante, una nueva coyuntura socio-política marcada por el asesinato de otro periodista: el de Orlando Martínez (1975), le brindaría al General Neit Nivar Seijas una suerte de ajuste de cuentas y de supremacía frente a su archirival castrense: Pérez y Pérez y su grupo de oficiales. Brian J. Bosch, lo narra así: “Fue en ese punto bajo de la fortuna de Nivar cuando Balaguer nuevamente consideraría útil rehabilitar al descontento general. El 17 de de marzo de 1975 Luis Orlando Martínez Howley, el joven editor de El Nacional y crítico del gobierno, fue asesinado cerca de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, acción que originó una fuerte reacción contra el régimen, similar a lo que había ocurrido inmediatamente después del asesinato el 28 de marzo de 1973 de Gregorio Garcías Castro” (Pág. 334). Esta vez, el Presidente Balaguer nombró (por segunda vez, pues ya lo había hecho en 1971, en otra coyuntura estelar) a “…Nivar como jefe de la Policía el 7 de mayo…, sin consultar previamente a los miembros del alto mando del cuerpo de ofíciales” (…) que “quedaron pasmados al saber que su viejo némesis había sido nuevamente colocado en el centro de los asuntos nacionales” (Pág. 334). Lógicamente, esta aparente intempestiva salida de Balaguer puso en evidencia “El no conocimiento de la doctrina del equilibrio de poder de Balaguer por parte de Pérez y Pérez y sus aliados,…” (Pág. 335). Lo que siguió, como respuesta al nombramiento de Nivar como jefe de la Policía, por parte del Estado Mayor en conjunto, fue “Una carta de renuncia (…) firmada el 8 de mayo de 1975 por el Almirante Jiménez, el General Pérez y Pérez, el General Lluberes Montás y el Comodoro Logroño Contín”, dirigida al Presidente. La contra respuesta del Presidente Balaguer, no se hizo esperar, pues “…aceptó las renuncias sin ninguna objeción…”, y agregó algo mas insólit mediante el decreto número 852, “Balaguer se nombró a si mismo Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas”. De modo que, cuando se ponga en vigencia la Ley Orgánica de la Armada Dominicana en lo relativo a que su jefatura recaiga en un civil, habrá que consignar al Dr. Joaquín Balaguer como el primer, y quizás único, Presidente –en ejercicio- que fue Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas (antes lo fueron también los civiles: Lic. Jacinto B. Peynado, Francisco Penzo y Plinio R. Pina, durante la dictadura de trujillista); pero también, como el Presidente que mas la politizó y que mas la usó para su ambición de poder y gloria. Postdata: Con respecto a la rivalidad entre los generales Neit Nivar y Pérez y Pérez, el autor de “Balaguer y los militares dominicanos” resalta un dato -antecedente-histórico- que “Durante los últimos años del régimen de Trujillo, Nivar se encontraba en mucho mejores circunstancias que Pérez y Pérez” (…), y que “…se ganó la reputación de ser el facilitador y brutal ejecutor del dictador en la región este del país. Siempre que Trujillo visitaba esa región Nivar formaba parte de su círculo” (Pág. 107).

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