El caso de Liz N.

Mis amigos y lectores conocen mi pasión por los temas políticos. Pero hoy esa pasión la transfiero al tema humano, el que tiene que ver con la intimidad y la naturaleza propia del individuo. Y en particular, a un caso que me toca de cerca…el de Liz.

Liz es más que una amiga, es una hermana. Venimos juntas desde la concepción, apenas nos llevamos días de nacidas. Nuestras familias son igualmente de unidas, pero de la relación de hermandad que tenemos surgió un código imposible de violar. Por eso, me permite sacar a la luz su dolor, que más que dolor, su realidad.

Su vida en general ha transcurrido dentro de los cánones normales, ha disfrutado lo que sus posibilidades le han permitido. Ilusiones, bienes materiales, amor y desamor no le han faltado. Pocos amigos, pero del alma.

La traición y la mentira no escapan del portafolio de su existencia.

Hace un par de años viene sorteando todo tipo de situaciones: desde la estrechez económica hasta sufrir la muerte y separación de familia, incluyendo una traumática infidelidad. Y aún a pesar del trago amargo que supone eso, mantiene un cerco familiar que lleva a su modo y aire.

A Liz le duele el alma, está desbastada, molida emocionalmente. Su alma llora el fardo de lo que ella entiende ha sido un fracaso.

Con todo, su impronta es la de avanzar. ¡Atrás ni siquiera para coger impulso! Para aligerar su carga se refugia en los brazos amorosos de su Dios, con la certeza de que solo El tiene el control.

Aunque llora profunda y silenciosamente es resiliente a carta cabal. Sobre ella pende la supervivencia a un suicidio que la marca desde siempre.

Somatiza el dolor de la misma forma en que lo hacen los guerreros, apostando al tiempo para cicatrizar sus heridas. Se resiste ante injusticias y mezquindades propias de todo ser humano, creyendo imposible sean recibidas de quienes menos espera. Muecas de asombro desdibujan su rostro.

Hoy, yo que la conozco camina tal cual Bikina, que con todo y pena, no permite consuelo y luce como su real majestad. No se rinde, pero el hastío hace asomo ante tantas sacudidas emocionales en este tramo de vida.

La felicidad es saludable para el cuerpo, pero es la pena la que desarrolla las fuerzas del espíritu, dijo Proust. Estoy segura de que se levantará de nuevo,  y como el ave aquella resurgirá de sus cenizas, igual que en otras ocasiones.

El caso de Liz es el pan nuestro de cada día. Los terapeutas dan testimonio de ello, solo que no todas somos Liz.

Que sirva su ejemplo.

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