Del sagrado derecho a la felicidad

No existe activo más preciado para el ser humano que la felicidad. Este paquete de gratificaciones únicas, es un derecho sagrado por el que siempre ha luchado el hombre. Los sistemas metafísicos, filosóficos y teológicos, la vinculan al sosiego individual que ciertas concepciones y creencias le tributan al espíritu.  Es el caso de la paz interior que experimentan quienes en verdad creen en la salvación y la vida eterna.

El poder de la fe los libera de incertidumbres trascendentes que desde tiempos primigenios han mortificado a los seres racionales.

Para el hombre social, sin embargo, ser feliz no implica tan solo gozar de esa peculiar tranquilidad espiritual.  Necesita percibir con claridad que las condiciones que confieren algún sentido a su existencia transitoria, están ciertamente dadas y en mejoramiento continuo. Si además de poder vivir dignamente, ejerce a plenitud algunos derechos que son imprescindibles para el desarrollo integral de sus capacidades, podría entonces sentirse favorecido por una sociedad que prospera en el marco de un estado de felicidad. Es la razón por la que todo proyecto de nación se justifica únicamente cuando sus planes hacen más feliz al conglomerado social que le sirve de fondo.

Desde la idealización platónica del Estado democrático, hasta la visión contemporánea de uno liberal, la felicidad pública ha sido el fin supremo de toda iniciativa política sabia. No por capricho la clarividencia de la Ilustración se propuso instituir un estado de derecho que la garantizara. Convertirla en realidad patente, no obstante, precisa de mecanismos propicios al acceso igualitario a las oportunidades, la distribución equitativa del ingreso y la supresión de las iniquidades que conspiran contra su consecución.

Creatividad, educación, disciplina, justicia y constancia, son los pilares fundamentales del progreso material de las naciones desarrolladas. Este poliedro pentagonal de virtudes, constituye la zapata que sustenta el edificio de la felicidad que han construido. Fruto de las sucesivas revoluciones científicas y tecnológicas que han fomentado, la expectativa de vida de sus gentes se ha elevado sostenidamente. Son los primeros seres del planeta en beneficiarse de los adelantos del desarrollo global, por lo que su rango de felicidad debería ir por igual en ascenso permanente.

La infalibilidad de la teoría de los contrarios sigue sin embargo inmutable. Su fatalidad condiciona la propagación de gérmenes sociales cuya malignidad merma el inventario de seres humanos felices. Afortunadamente, las inconformidades que brotan en consecuencia, operan como válvulas liberadoras de tensiones, que al mismo tiempo conminan a reajustes esperanzadores.

El tema de la felicidad ha sido clave en la obra de Rousseau. También en las de Locke y de Hobbes.  La Declaración de Independencia de Estados Unidos consignó su búsqueda como derecho inalienable del ser humano. Posteriormente, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la consideró propósito ulterior de toda reclamación ciudadana.

Los dominicanos ocupamos el rango 98 en el Reporte Mundial de Felicidad de la ONU, que en 2015 abarcó 158 países.  Somos 36% menos felices que los suizos, líderes en la lista. Los diez primeros, son pueblos altamente desarrollados. Tienen los índices más elevados en términos de PBI per cápita, asistencia social, expectativa de vida saludable, libertad de decisión y generosidad. Adicionalmente, en el seno de sus respectivas poblaciones se registra la más baja percepción de corrupción, sexto parámetro en la evaluación anual de la ONU, organismo que invitó a celebrar cada 20 de marzo como Día internacional de la Felicidad. Los ladrones de felicidad se enriquecen ilícitamente en base a la ignominia de métodos corruptos. Les roban a sus pueblos el sagrado derecho de ser gentes felices.

 

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