De radicales y moderados

Entre los dominicanos se ha impuesto la leyenda de que nuestra vida política se halla organizada por una batalla entre dos grupos, sobradamente  incompatibles,  los radicales y los moderados.  En  El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx decía que la historia se produce una vez como tragedia y la otra como farsa, como si los personajes volvieran a reencarnar y a repetir, de forma paródica, los horrores del pasado, sin poder desprenderse del influjo de todas  las generaciones muertas.

El conflicto entre dominicanos se remonta a una época anterior a la propia Independencia del 27 de febrero de 1844, cuando el país quedó deslindado en dos grupos antagónicos que, por medios completamente opuestos, querían deshacerse del yugo haitiano.

  • Hay un primer grupo, en cuya avanzadilla se hallaban aquellos dominicanos que participaban como diputados de Santo Domingo en la Asamblea Nacional haitiana: Buenaventura Báez, Juan Nepomuceno Tejera, Francisco Xavier Abreu, Remigio del Castillo, Pablo López Villanueva y Tomás Bobadilla y Briones. Era el grupo de los moderados, de  aquellos que había renunciado voluntariamente al proyecto de Independencia, por considerar que, en vista,  del factor militar, Haití tenía un ejército numerosísimo de 50 mil soldados, prácticamente invencible;  de que habida cuenta de que  tenía un predominio demográfico aplastante; los haitianos eran 800 mil y los dominicanos, pocos más de 250 mil y,  dado que su economía era trece veces mayor a la dominicana resultaba, según esos cálculos, rotundamente imposible vencer al enemigo. Esas circunstancias hicieron que los moderados buscaran un acuerdo internacional  basándose en tres posibilidades:
  1. Un protectorado, que pusiera a los dominicanos bajo la protección de un Estado más poderoso y que impidiera la guerra de Independencia;
  2. entregar la bahía de Samaná a trueque de una protección del territorio por parte de otro Estado;
  3. Y, finalmente, anexionar la nación a una potencia extranjera, que desarrolle el país, nos ponga dentro del marco de fronteras intangibles, y que esclarezca un porvenir sembrado de nieblas e incertidumbre.
  • El segundo bando lo representaban los radicales, no compaginaba ni en los métodos ni en las ideas ni en los fines ni en las soluciones con estos influyentes dominicanos. Ante el desafío que nos planteaba la ocupación haitiana, Juan Pablo Duarte, encabeza el proyecto de Independencia, pura y simple, sin cortapisas.  Organiza las juntas populares en cada provincia; constituye La Trinitaria en 1838, maquinaria esencial en la formación del espíritu nacional;  elabora los  fundamentos del  Estado llamado República Dominicana:  el juramento, el lema, la bandera, un proyecto de Constitución, y solo, convierte  en ideario libertador el propósito de crear el Estado nacional, en medios de condiciones adversas, que hicieron que los moderados lo tildaran de iluso, de extremista,  que trataran por todos los medios de caricaturizarlo. Entre los dominicanos, esa prudencia se ha trocado en cobardía; la moderación ha consistido casi siempre en doblegarse ante el poder extranjero. Duarte representaba el bando de los radicales, de aquellos que no admitían ningún tipo de transacción  ni de componendas que anularan la Independencia.

Desde su entrada en la palestra política, Duarte se situó muy por encima de las ambiciones personales, del afán de nombradía y de los sueños de poder que eran el santo y seña de muchos de los hombres que obraban en aquel momento histórico. Deseoso de evitar un enfrentamiento, el Maestro convocó a una reunión en casas de su tío, José Diez, para explicar las menudencias del Plan de Independencia, tras haberse sumado al movimiento de la Reforma, cuya objetivo era ponerle punto final a la dictadura de Boyer.  A esa reunión fueron invitados los moderados, llamados posteriormente por los historiadores como conservadores. Inmediatamente concluyó  el encuentro   el grupo adverso denunció  los pormenores  al periódico “La Chicharra”  y se desató una persecución despiadada contra Juan Pablo Duarte, que lo llevó al exilio en Curazao.  Con este golpe,  los moderados pensaban que iban a sepultar definitivamente el ideario de Independencia.  Comenzaron ardorosamente las tratativas con el  cónsul Levasseur de Puerto Príncipe, que se había convertido  en el ideólogo del Plan del Protectorado de Francia, y con el cual, Buenaventura Báez y Tomás Bobadilla y Briones, mantenían una copiosa correspondencia. Con la coartada del terremoto que sacudió la ciudad de El Cabo en 1842, los franceses tomaron la decisión de trasladar al cónsul Juchereau de Saint Denys a Santo Domingo. De este modo,  tomaron cuerpo, definitivamente, los propósitos de entregar la soberanía dominicana a una solución internacional, capitaneada por los cónsules de Francia

La conjura dejó a Duarte fuera del teatro de operaciones. El mando recayó entonces en Francisco del Rosario Sánchez, hombre de temperamento inestable y tornadizo, que trató por todos los medios de comunicarse con el Maestro para tomar una decisión, con arreglo al ideal trinitario.  Enterados de  cómo se iba concretando en los hechos y, en conciliábulo  con el poder extranjero, la idea del protectorado a Francia,  los trinitarios adelantaron la proclamación de la Independencia de la República, sin hallarse aún  preparados para afrontar la  brutal represalia haitiana. Con esta medida, inspirada en el propósito de Duarte, el ideal se impuso a las maniobras de una cobardía disfrazada de moderación; con la proclamación de la Independencia,  fue  momentáneamente derrotada la maquinación del bando moderado. De ahora en lo adelante, si querían imponer su proyecto tendrían que hacerlo a las claras, contra la República y en contra de la libertad del pueblo dominicano.

Prontamente, Tomás Bobadilla, que era parte del bando moderado, hombre inteligente pero oportunista y manipulador, logró aparecer en la primera Junta de Gobierno encabezada por Sánchez. Hasta ese momento, el único mérito que le reconocían los jefes del movimiento era haber participado en la redacción del Manifiesto del 16 de enero de 1844, compendio de todos los agravios padecidos por los dominicanos, y que constituyen la verdadera acta de Independencia.

Así nació la República Dominicana con la infiltración del bando moderado y traidor, que solía burlarse del proyecto nacional, presentándose como los prudentes, los razonables, los donjuanes de la paz y echando sobre la reputación de los verdaderos luchadores por la independencia todos los horrores de su lengua viperina. Duarte, el capitán de los radicales, fue la primera víctima de bando moderado. Influido por Bobadilla, hombre deshonesto y de labia proverbial, Sánchez firmó su adhesión al Plan Levasseur en estos primeros días de la libertad. La Junta de Gobierno, manipulada por este político funesto,  iba al garete. Con la llegada de Juan Pablo Duarte, el 15 de marzo,  los Trinitarios, enfrentados a un liderazgo intransigente y responsable  retomaron el camino recto, y se apartaron de ese influjo sombrío.

Temerosos de que el bando moderado tomara las riendas y anexionara la República, los trinitarios dieron el Golpe de Estado del 9 de junio de 1844. Por no estar a las alturas de la circunstancias,  se produjo el contragolpe un mes después  del General Santana, que expulsó   a Duarte y a los Trinitarios al exilio  y le otorgó el control de la guerra a  un bando  cuyo objetivo era  traspasar la soberanía dominicana al mando extranjero.

La batalla entre radicales y moderados continúa  en las circunstancias actuales con la misma virulencia que en otros tiempos.

Hoy los moderados tratan darnos lecciones de humanismo. Pero un humanismo selectivo que excluye a nuestro país; pretenden , en aras de la solidaridad, traspasarle los problemas haitianos a nuestro país, y llevan a cabo una extravagante  campaña de descalificación. La palabra radical aparece como un espantapájaros,  como sinónimo de persona irreflexiva, fanática, hasta degenerar en  insulto. Sin embargo: radical es aquel que va a la raíz, al meollo, que rechaza las soluciones superficiales, que mantiene su apego a las cosas fundamentales. El riesgo siempre es que se tache a los dominicanos que están batiéndose por la permanencia de la autodeterminación del pueblo dominicano como intolerantes.  El propósito de los moderados o conservadores, era exagerar estos insultos hasta lograr marginalizar a los nacionalistas, combatirlos en los medios de comunicación; enfrentarlos con el apoyo de las ONG  y en componenda con el poder internacional, penetrar en el seno del Estado, para, desde ese escenario de poder, influir en la ruptura de la frontera jurídica, tal como lo están haciendo.

En el pasado los partidos políticos tenían proyectos de sociedad. Hoy, ¿quién defiende a los campesinos dominicanos, desplazados de todos los cultivos, de las plantaciones y de los hatos ganaderos? Nadie. ¿Quién socorre a los trabajadores,  a los que se les arrebata el empleo en la construcción,  en los polos turísticos y en los servicios? Nadie. ¿Qué partido representa a las clases populares dominicanas, marginalizadas  por un sistema económico, secuestrado por dirigentes políticos y empresariales, que no creen en el país, que rechazan los resultados históricos de nuestra Independencia, que se han olvidado de los dominicanos? Nadie.   Los partidos, huecos de contenido, sin proyecto, sin ideales, son como cántaros vacíos.

Ser tolerante no es renunciar a nuestros valores, a los principios y a la soberanía y a los resultados históricos que nos depararon la Independencia, a expensar de un sectarismo, disfrazado de moderación. Si los dominicanos  de manera radical no defienden su territorio  de la depredación, lo perderán. Si no recuperan sus empleos, jamás volverán a ver el bienestar, ni a tener honor ni libertad en su país.  Nosotros no podemos confiar el porvenir de nuestros conciudadanos en la decencia ajena ni  en la prudencia de un supuesto árbitro internacional ni un sentimiento de justicia, burlado por la fuerza brutal de la barbarie, si no asumimos la responsabilidad, el compromiso de sacar a este país del atolladero en muy pocos años quedará deshecha la obra de Juan Pablo Duarte. Ni la soberanía ni la libertad del pueblo dominicano son negociables. ¿En nombre de qué principio superior deben los dominicanos renunciar al legado que nos dejó Juan Pablo Duarte?

Tras 171 años de Independencia, los dominicanos nos hallamos ante una nueva ocupación haitiana, que compromete la soberanía nacional y los resultados históricos de 1844, ante una manifiesta suplantación de poblaciones que fragmentaría nuestra patria, ¿cuál es la proposición de los moderados?  En lugar de dedicarse patriótica de  detener el proceso de desnacionalización;  promueven la colonización extranjera;  en lugar de defender la soberanía y la autodeterminación de los dominicanos; se dedican a desacreditarla nacional e internacionalmente; en lugar de asumir la responsabilidad, el compromiso de  impedir que el pueblo dominicano sea despojado de su territorio y de sus conquistas sociales;  tratan hundirlo más profundamente en la catástrofe.  Ayer, fueron anexionistas; hoy, son fusionistas.   Para esos canallas y traidores escribió el patricio este pensamiento fulgurante, digno de figurar en el mármol:

“Mientras no se escarmiente a los traidores, como se debe, los buenos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones.”

 

 

 

 

 

 

 

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