De Ceausecu a Nicolás: convergencia criminal

El término convergencia tiene su etimología en el latín y proviene de la palabra «convergens».  Podemos definir la acepción como el encuentro o la confluencia de dos o más cosas en un mismo punto o destino y es un término que se aplica en mucha vertientes del saber humano. En esta oportunidad, lo hago desde el aspecto político al exponer mi humilde aporte de opinión.

En el caso específico de la política, la convergencia se da obviando los personajes, las diferentes latitudes, el tiempo y las circunstancias. Pero, no obstante ello, el resultado es el mismo  porque en la búsqueda de determinados objetivos políticos e ideológicos, el patrón de conducta es invariable por parte de sus ejecutantes.

Como he manifestado muchas veces en otros artículos, soy dado a la política internacional y observo con atención   el rol que asumen o han asumido los líderes que dan conformidad al escenario de la política, especialmente, de los dirigentes del populismo izquierdista que a la postre, son todos configurados bajo el mismo proceder en sus actuaciones: mentirosos, hipócritas, criminales, corruptos, insolentes, atorrantes, altaneros, impositivos, dictadores, rufianes, traicioneros, ingratos, cínicos  y solapados camaleones, que se aprovechan de la ingenuidad de los pueblos y de las bondades del sistema democrático que ellos utilizan a su conveniencia cuando lo requieren y rehúsan permitir cuando son gobiernos.

Veamos pues, a dos pupulistas del socialismo izquierdista radical, uno de ellos perteneciente a la década de los 60 y que ya (felizmente) no mora en este mundo y el otro, actualmente cometiendo las mismas fechorías políticas que en un futuro no muy lejano se les pasarán facturas al igual que al primero.

La égida de Nicolás Ceausescu Vladimirescu

Nicolás Ceausescu Vladimerescu ingresó al Partido Comunista de Rumania desde muy temprana edad y tuvo una participación muy activa en la agenda política del partido lo cual lo llevó a prisión varias veces. Fue allí que estando prisionero, conoció a Elena Petrescu, la que sería su esposa y leal compañera en las tareas maliciosas y perversas de sembrar las ideas utópicas e irrealistas del marxismo-leninismo.

En pleno apogeo de la Guerra Fría, Nicolás Ceausescu escaló el liderato de su partido y finalmente se convirtió en su figura emblemática. Desde ahí y gracias a su ambivalencia anti rusa y en cierta forma pro occidental, se granjeó el afecto del pueblo rumano que le dio su apoyo en su primera gestión de gobierno. Pero, como bien sabemos lo que seguimos los pasos de estos falsos redentores y apóstoles del izquierdismo, son posiciones propias del camaleón político que asumen para granjearse el apoyo y la confianza de las masas y luego que están en el poder con todas las estructuras del mismo armadas y controladas, dan su zarpazo verdadero y se quitan la careta de demócrata e independiente que destilan.

Lo hizo Fidel Castro Ruz al bajar de la Sierra Maestra con un rosario al cuello; lo hizo Hugo Rafael Chávez Frías cuando ganó las elecciones y se presentó como «un gran demócrata que solo iba a gobernar cuatro años», aprovechando  la emotividad de un pueblo que había perdido las esperanzas, pero que le ha tocado ahora llorar lágrimas de sangre y lo hizo José Daniel Ortega y Saavedra en Nicaragua que desplazó el nepotismo de la familia Somoza para instaurar el de los Ortega-Murillo.

Como era de esperarse en el comportamiento de esos lobos rapaces, que se disfrazan de mansas ovejas ante los pueblos para ganarse su apoyo, el gobierno de Nicolás Ceaucescu da un giro radical, se aleja de Occidente, lo mismo de los Estados Unidos y enfila su proa política hacia la desaparecida ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y es cuando sus ejecutorias se radicalizan totalmente y ahí comienza el calvario del pueblo rumano durante muchos años.

Como ya es costumbre en esos gobiernos marxistas, Ceaucescu  instaló un régimen de terror y de represión brutal en contra de todo aquel que estaba en contra de sus directrices,  destruyó el aparato económico del Estado,  persiguió la propiedad privada, aniquiló la libertad de expresión y los medios que la canalizaban. El pueblo rumano comenzó a carecer de alimentos, el Estado intervino en la vida de cada ciudadano determinando qué se podía leer, ver en la televisión o escuchar en la radio; quién podía salir del país y entrar y las escuelas se convirtieron en centro de adoctrinamientos para los niños.

No había casi circulante, pocos trabajos, los comercios se fueron extinguiendo, las tiendas de comestibles lucían vacías y el pueblo comenzaba a sentir una hambruna tenaz. Obviamente, exceptuando los acólitos y altos funcionarios del régimen socialista. Como es costumbre, se le achacaba la culpa de la situación al Occidente y a los «enemigos externo e interno de la Patria socialista». Había ya racionamiento de comida, se podían observar largas colas para comprar  alimentos y útiles sencillos de la vida diaria. La vida de los rumanos se había tornado una pesadilla diaria y acrecentándose sin ver la luz al final del túnel.

En las escuelas a los niños se les inculcaba que Nicolás y su esposa Elena, «eran los Padres de la Patria» y de toda la familia rumana. El excesivo celo patrio (algo muy característico en los gobiernos izquierdistas) que cae en un grosero y desbordado chauvinismo, es la fórmula maestra que utilizan para justificar sus acciones y acallar las críticas formuladas. El control ciudadano estaba bajo la dirección de «La Securitate» un organismo de inteligencia represivo y bastante grande, que violentaban  las casas de los ciudadanos sin ningún reparo, detenían a las personas y las desaparecían sin el meno rubor.

Se intervenían las comunicaciones telefónicas de los ciudadanos, se arrestaban y perseguían a periodistas, opositores, escritores  y a todo aquel que disintiera del gobierno y hasta se determinaba cuántos niños podían tener una familia.  Se aniquilaba sin piedad a todo aquel rumano que intentase escapar hacia naciones fronterizas huyendo del hambre, la represión y la falta de libertad, pues se les consideraban «traidores» y sus cuerpos los exhibían como ejemplos para los demás que intentaran lo mismo. La independencia de los poderes era un mito, pues todo respondían a los requerimientos del gobierno de Nicolás Ceausescu y en consecuencia,  la Justicia había sido totalmente secuestrada y puesta al servicio de régimen.

El error de cálculo de Nicolás

   Como sucede siempre en los gobiernos totalitarios de los «socialistas», para ellos todo está bien, el pueblo navega en un mar de felicidad y todo cuanto se dice de las crisis política, social y económica, es puro cuento e invento de los enemigos de «la Patria Grande».

Hay algo con lo que la izquierda revolucionaria siempre ha chocado con su realidad y ha recibido lecciones contundentes y que a pesar de ello, todavía se resisten en admitir en algunas naciones «socialistas» como Cuba, Corea del Norte y ahora Venezuela: las leyes económicas y la aplicación de los métodos de producción o generadores de riquezas que históricamente han sido incompatibles con el modelo de producción capitalista único hasta ahora de generar riquezas. Lo otro, es pura utopía y ciencia ficción.

Eso lo entendieron la Alemania Oriental con la caída del Muro de Berlín, la exUnión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) con la debacle de su desintegración, los pupilos de Mao Tse Tung en la República Popular de China que enterraron sus ideales con él en la Plaza de Tiananmén y los descendientes millonarios de la Dinastía Kim en Corea del Norte que han hecho de esa nación un país aislado, empobrecido (su pueblo) y el peor país del mundo para vivir.

Nicolás Ceausescu se envolvió en esa nube de utopía y se pensaba que el pueblo que él gobernaba estaba feliz y contento con su proceder. Pero, en la ciudad de Timisiora, el 16 de diciembre de 1989, la ciudad en donde nació el legendario Jhonny  Weissmuller (el famoso Tarzán del celuloide) el pueblo se rebela y se lanza a las calles a protestar y, como era de esperarse, la dictadura de Nicolás lo reprime con dureza y salvajismo y al hospital de esa ciudad llegan más de 100 cadáveres incluyendo niños. En el resto de la nación y en la comunidad internacional hay suma indignación por esta masacre y comienza a esparcirse como espuma las revueltas  populares en contra de la dictadura de Nicolás. Fue la génesis de su caída vertiginosa.

Tras la muerte misteriosa de su Ministro de Defensa, Nicolás Ceausescu asume el mando de ese ministerio, pero  el ejército de Rumania ya se había contagiado con la indignación popular por los sucedido en Timisiora y se une al clamor del pueblo y apresa al dictador conjuntamente con su esposa Clara Petrescu. Ambos son juzgados y condenados a muerte. Fueron fusilados los dos al mismo tiempo. (Ver video del fusilamiento de Nicolás y Clara):  https://www.youtube.com/watch?v=OnKKg-QFU7Y

Es muy seguro que cuando el amable lector termine de leer este humilde aporte que registra la historia política de Rumania, encontrará una singular coincidencia o lo que yo llamo «convergencia» entre lo que pasó el pueblo rumano y lo que pasa actualmente el venezolano. La época, las naciones y los actores son diferentes, pero la historia es la misma por la metodología marxista de estos gobernantes. Como dato curioso, ambos dictadores tienen el mismo nombre y a sus esposas como activistas cimeras de sus maldades. Esto sucede, cuando los pueblos se olvidan de su pasado y dudan que la historia de otros se repita con ellos. Es por eso que (coincidencia) otros  Nicolás cuyo nombre completo es Nicolás Remigio Aurelio Avellaneda sentenció: «Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla» 

JPM

 

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