Danilo a orillas del Rubicón
La estabilidad y el desempeño de la economía fueron los elementos donde puso mayor énfasis. Y no era para menos. Las estadísticas muestran que la República Dominicana lidera la región, con una economía que crece de manera sana y sostenida y que resulta altamente atractiva a la inversión extranjera.
El Presidente mostró cifras positivas en indicadores como la reducción de la pobreza y la desigualdad, la creación de empleos y el aumento en las exportaciones; exhibió excelentes números en los sectores turístico y agropecuario, con especial énfasis en los frutos positivos de las visitas sorpresa; resaltó el incremento en el alcance de los planes sociales y las mejoras en la cobertura y calidad de los servicios públicos, y destacó la construcción de infraestructura vial, hospitalaria y escolar, y los logros alcanzados en política exterior, resaltando la formalización de relaciones diplomáticas con China Popular y el ingreso de la República Dominicana al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Como es costumbre utilizó el escenario para hacer anuncios importantes, como la creación de un programa de primer empleo para integrar miles de jóvenes al mercado laboral; informó también que el Gobierno trabaja junto al sector empleador y las centrales sindicales en la modificación del Código Laboral y de la Ley de Seguridad Social, y que se alcanzó un acuerdo para reducir las comisiones de las AFP; y finalizando anunció un incremento en los sueldos de los bomberos, su inclusión en el sistema de seguridad social, y el aumento en casi un cien por ciento a los salarios mínimos de los empleados y pensionados del sector público.
Pero todos estos logros y anuncios quedaron mediadamente opacados por el alto contenido político de la parte final de su discurso, donde el Presidente dedicó directas e indirectas para sus adversarios internos y externos, reflexionó sobre lo difícil que resulta construir el progreso, lo fácil que se desmorona todo lo avanzado. Y afirmó estar dispuesto a pagar cualquier precio para servir a la patriaÖ
Mesianismo y destinismo del puro. Y una muestra palmaria de que en la cabeza presidencial pasa la idea de explorar la posibilidad de una nueva reelección.
Sería un camino largo y pedregoso. Cualquiera de las rutas supondría un riesgo para la institucionalidad del país. Descartada la habilitación por medio de una sentencia del Tribunal Constitucional -debido al golpe que supondría para la credibilidad de esa corte y legitimidad a una eventual candidatura reelecionista-, la única vía legal y legítima pasa por una reforma constitucional.
Una reforma en sí misma no supondría ningún estupro y no tendría que condicionar la legitimidad del proceso. La propia Constitución establece como ella misma se reforma, y sólo debe hacerse apegado a esos procedimientos. Sin embargo, otra modificación constitucional con la exclusiva intención de abrir las puertas a una nueva reelección, podría provocar tensiones políticas y sociales capaces de generar problemas de gobernabilidad.
La primera consecuencia sería la fragmentación del Partido de la Liberación Dominicana. Los tamaños estarían por determinar, aunque se supone que la gran mayoría permanecería cobijada bajo los colores del PLD y el liderazgo de Danilo. Pero cualquier rotura -por pequeña que se suponga- generaría un debilitamiento de la base política y social que le sustenta al Gobierno. Algo peligroso cuando las experiencias regionales indican que las resistencias sociales y políticas aumentan en terceros períodos, y que suelen aparecer problemas de gobernabilidad y alteraciones en el clima de convivencia social.
Danilo Medina ha sido un gran Presidente, con una obra de gobierno prodigiosa y llena de realizaciones. No en vano, tras casi siete años de gestión, mantiene altísimos niveles de aceptación y valoración positiva en todos los segmentos de la poblaciónÖ Una nueva modificación constitucional, para intentar una nueva reelección, supone poner en riesgo esa imagen y su propia figura histórica.
Pero Danilo es un estadista y un político profesional, bastante curtido y hábil, conoce mejor que nadie todos estos riesgos y acaba de establecer que está dispuesto a pagar cualquier precio.
En el vértice del enfrentamiento que mantenía con Pompeo y los aristócratas por el control político de Roma, al retornar triunfante de las Galias, Julio César colocó sus poderosas legiones a orillas del Rubicón. Conocía las implicaciones de atravesar las fronteras de la capital del imperio. Tomó su decisión, exclamó que la suerte estaba echada, y cruzó. Triunfó y gobernó. Aunque años después probaría el amargo sabor de la traición en los Idus de Marzo.
Salvando las distancias, Danilo se encuentra en una encrucijada parecida. Y tiene sus tropas estacionadas a orillas del Rubicón.