Cuatro días con Fidel (y 2)
Durante nuestro recorrido por el Malecón de Santo Domingo, dijimos a Fidel las fechas requeridas y le informamos que el paseo a la orilla del mar tenía sesenta y dos años de haber sido construido, en los primeros años de la dictadura de Trujillo, quien ordenó que matas de palma cana del valle de San Juan fueran sembradas como adornos de esa vía. Maravillado quedó de la calle Las Damas y de la puerta de entrada de la fortaleza Ozama, construidas bajo el férreo e implacable gobierno de Nicolás de Ovando.
Después del acto de reconocimiento a los presidentes y jefes de Estado del Caribe y durante el largo almuerzo que le siguió, Fidel Castro compartió en extensa y animada conversación con el entones jefe de la iglesia dominicana, Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez. Allí también se retrató en varias ocasiones con las regidoras del Partido de la Liberación Dominicana presentes en el agasajo, Alma Fernández y Flavia García y otras damas que se desempeñaban en el Ayuntamiento.
Para la mayoría de los presentes fue una sorpresa con el apetito que Fidel Castro almorzó y con la espontaneidad que se tomó varias copas de vino tinto, mientras conversaba animadamente con el Cardenal quien le causó una agradable impresión por la claridad de sus juicios y la firmeza con que los exponía. De regreso al hotel se refirió al jefe de la iglesia Católica dominicana en términos elogiosos, rememorando que era sobrino-nieto de Juancito Rodríguez, cabeza política de los organizadores de Cayo Confite expedición antitrujillista en la cual Fidel se había enrolado.
MILITARES
En esos momentos Fidel Castro había externado su admiración por la disciplina y el porte distinguido de los militares dominicanos que prestaban servicios en su comitiva y como miembros de su seguridad, entre los cuales destacaba su edecán militar, Coronel Marcos Reynoso, alto, discreto, prudente, respetuoso y marcial.
En el trayecto hacia el hotel, Fidel nos dijo que además de valiente e inteligente, el pueblo dominicano era un pueblo hermoso y en esa conversación le aseguramos al presidente cubano que mientras estuviese en territorio dominicano, le garantizábamos que nadie le faltaría el respeto a su dignidad de jefe del estado cubano, amigo y solidario de nuestro pueblo, porque decía un viejo refrán criollo que “Puerco no se rasca en jabilla”.
TRUJILLO
El sábado 22 agosto de 1998, en la noche, viendo la ciudad a través de la ventanilla de su automóvil, el presidente cubano nos dijo que por lo que había visto en la parte más vieja de la ciudad, Trujillo era un hombre que tenía sentido político práctico de las cosas y que la versión que le habían dado en Cuba era que el dictador dominicano era un ladrón que se lo había robado todo; tan asesino como Batista, Ubico, Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez y Duvalier y que el mejor retrato histórico de ese personaje lo había hecho Juan Bosch en un libro titulado “Trujillo causas de una tiranía “Sin ejemplos” y en los últimos capítulos de otro ensayo de Don Juan titulado “La fortuna personal de Trujillo”.
Le expresé que el dictador dominicano era una expresión deformada del capitalismo porque su comportamiento voraz, implacable e intransigente, motorizado por una extraordinaria megalomanía, había desbordado los límites de la prudencia avasallando las libertades públicas y los derechos ciudadanos del pueblo dominicano. A esto agregamos la disposición permanente de Trujillo de disponer sin distinción, en algunos momentos, de la vida de sus enemigos; sin importar los riegos y las consecuencias. “Mi padre –antiguo oficial del Ejército Nacional– decía, Comandante, que Trujillo era una máquina infernal del crimen”.
En horas de la noche de ese mismo día, el presidente cubano fue recibido en el Palacio Nacional para serle impuesta por el presidente Leonel Fernández Reyna la orden de Duarte, Sánchez y Mella, Gran Cruz Placa de Oro, la más alta condecoración que otorga la República Dominicana.
A su vez, el presidente dominicano recibiría de manos del jefe del Estado Cubano, la orden José Martí igual en categoría a la condecoración que otorga la República Dominicana. Fidel fue recibido en el despacho presidencial por el presidente Fernández Reyna, acompañado del vicepresidente Jaime David Fernández y el Ministro de Relaciones Exteriores Eduardo La Torre, así como el Ministro de la presidencia Danilo Medina, el Ministro Administrativo de la Presidencia, Temístocles Montás y Miguel Coco, Director General de Aduanas, miembros de la comitiva oficial designada para acompañar en los actos públicos al presidente cubano durante su estadía en la República Dominicana, de la cual formaba parte su Edecán Civil.
Durante la Condecoración en el Palacio Nacional, Fidel lucía impecable en su traje oscuro, con una hermosa corbata, calzado con sus tradicionales botas negras las cuales usa trajeado de civil o uniformado verde olivo. En su comitiva estaba el Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Roberto Robaina, el secretario del Consejo de Estado de Cuba Chomi Miyar, el Ministro de Educación Superior General Vecino Alegret y el historiador de la Habana, Eusebio Leal.
Cuando subimos a la tercera planta y llegamos al Salón de Las Cariátides, el líder cubano lucía visiblemente emocionado, actitud que se hizo más notoria cuando Leonel Fernández le impuso la condecoración en nombre del gobierno y el pueblo dominicano, exaltando después con sus palabras la categoría del personaje que la recibía y resaltando también la importancia de los vínculos históricos que unen al pueblo cubano y dominicano.
Al término de las palabras de Leonel Fernández los ojos de Fidel brillaban de emoción y su semblante mostraba la satisfacción que sentía al ser condecorado, como dijo después, en la patria de Duarte, Sánchez, Mella, Luperón y Caamaño, próceres tutelares del “pueblo legendario” que había aprendido a admirar desde su niñez. Pueblo que con representantes de todas las capas sociales, esa misma noche, le manifestó su simpatía y respeto tanto en el palacio Nacional como mas luego lo expresó, en nombre del Partido de la Liberación Dominicana, su comité Político, en una cena intima ofrecida en la casa del Ing. Hernán Vásquez.
jpm