Cuando el bien se convierte en mal
Cuando la ingeniera Francina Hungría exclamó: ¡mami me tocó a mí!; luego de ser agredida por delincuentes en una importante vía de Santo Domingo, más que un grito de terror ante lo inesperado, de alguna manera, era una alerta sobre de la realidad que golpea contundentemente a sectores que antes se consideraban invulnerables. Se podría inferir que, tras la pasada gestión del gobierno que encabezó el Cayo César (Calígula) de nuestra política vernácula, Leonel Fernández Reyna, evidentemente, hay más descontento entre la población como consecuencia de una delincuencia que ha crecido a niveles insospechados. Considerar que Fernández Reyna se asemeja al perverso Calígula, es una percepción aceptable, porque aunque sin aberraciones incestuosas; abusó de un pobre país. Gangrenó al Congreso Nacional, los cuerpos armados y otras instituciones; y nos enajenó aún más con el derroche del clientelismo político. Por si fuera poco, envileció a un vasto sector del periodismo dominicano. Además, su gestión todavía es responsable del constante encarecimiento de los combustibles, los artículos de primera necesidad, y el déficit fiscal que nos legó su gobierno. Hoy persiste todo un espectro de diversas modalidades de corruptelas y, subsecuentemente, el arraigamiento del flagelo delincuencial. Desde ya, algunos de los que con él simpatizaban -o lo apoyarían por nueva vez como candidato presidencial-, lo están pagando con creces. Si bien es cierto que la delincuencia en este estadio histórico azota a muchos países de Latinoamérica; en República Dominicana, las gestiones gubernamentales de 12 años de Fernández Reyna, aportó sus nefandos ingredientes a esa pandemia. Se ha comprobado que familiares, amigos o seres queridos de algunas personas que adquirieron notoriedad durante sus gobiernos, han sido víctimas de atracadores y sicarios. Para desgracia de los dominicanos, parecería que con Fernández Reyna se ratifica que el número de la mala suerte para la mayoría de los dominicanos no es el 13, sino el 12. Irónicamente, el bienestar y bonanzas de que han disfrutado y todavía disfrutan algunos de sus adláteres, ha devenido en un bien que hoy se ha convertido en mal. Para éstos, que se aliaron al Partido de la Liberación Dominicana (PLD), sorteando primigenios principios políticos; aquello de que “no hay mal que por bien no venga”, ha tomado un giro a la inversa. Nos referimos a cuando el bien, termina convirtiéndose en mal. ¿Hasta dónde es razonable seguir apoyando a un aspirante a la Presidencia, por cuyas desacertadas políticas públicas y desgraciados gobiernos, aunque sea indirectamente, ya hemos perdido a un familiar, colega, amigo, o a otros de nuestros seres queridos?. De otro lado, si partimos de la desafortunada incontinencia verbal del actual mandatario de los dominicanos, Danilo Medina, cuando dijo recientemente que las dádivas provocan baja autoestima; todo parece indicar que el desorden generalizado continuará. Decimos esto, porque Medina se hace el pendejo en torno a que, precisamente él asciende al poder como fruto, entre otros actos de corrupción, de las injustas y festinadas dádivas, en este caso, el mismo clientelismo político que engrosó el saldo de un déficit fiscal de más de 200 millones de pesos como “regalo” de despedida al pueblo dominicano; por parte del pasado gobierno de Fernández Reyna. Todo un Calígula, al peculiar estilo de los políticos dominicanos.