Cuando el amor mata la muerte

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

 

En todos sus poemas de amor como Corazón coraza, nos encontramos con un poeta envuelto en llamas de un fuego amoroso que arde por la noche y misteriosamente la noche tiene sus ojos abiertos y aun fingiendo que tiene la mujer en sus brazos no siente su tempestad, sin embargo, su ilusión, al paso de la tiniebla, lo hace vivir su presencia de manera sutil.

 

Tratar de caminar sobre la frondosidad de la obra literaria y poética de Mario Benedetti sería como si nos dispusiéramos a entrar a un templo sagrado a sahumarnos de la magia del clavel y los inciensos para purificarnos. Los poemas de Benedetti respiran amor con las ansias de un enfermo terminal a quien para sobrevivir le recetan reverenciar el erotismo y quedarse con la mancha roja de los labios de alguna mujer y él acabaría con el tizne azul de su carbónico.

 

Benedetti parece un ser enloquecido de amor, un hombre que a veces asume la pose de un aeda trashumante que viaja pensando por diferentes mundos, pensando que el amor se acaba cuando el oro pierde su color, la luna deja de existir y como si la mujer de sus alucinaciones no viviera para darle alegría a su existencia.

 

Esas ansias de amar en la obra poética de Benedetti siempre le persiguen como si fuera su propia sombra amándose a sí misma. Es como si estuviera tras la búsqueda de algo, algo a veces no concreto. Una búsqueda que implica también miedo en alcanzar lo buscado o que sobrevenga lo esperado.

 

Sin embargo, a veces observamos a este poeta queriendo negarse a ver la presencia de la mujer de sus ensueños y es que su enardecido amor no le deja desatarse de sus devaneos en sus composiciones y escribe como ningún otro poeta, veamos: «Tengo miedo de verte, necesidad de verte, esperanza de verte, certidumbre de  hallarte, pobres dudas de hallarte».

 

En el poema anterior, Benedetti no presenta ninguna connotación de ansiedad. En este sentido el filosofo español Xavier Zubiri, autor del libro El hombre y la verdad, escribe, que «la imposibilidad de decidir en un estado de ansiedad proviene de que el sujeto no sabe cuál es lo mejor, el objeto de deseo es tan difuso que paraliza la capacidad de decisión, no se sabe qué es lo mejor».

 

Ese «no querer verte» en la poesía romántica de Benedetti es simplemente una manera excepcional, un deseo de amar, una forma de entender ese extraño amor que arde irresistiblemente en el escritor que trata de confesar su amor generoso: «Compañera usted sabe que puede contar conmigo, no hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo. Si alguna vez advierte que a los ojos la miro y una veta de amor reconoce en los míos no alerte sus fusiles ni piense que deliro».

 

Para discernir el sentido de transitoriedad del verbo delirar en la poética de Benedetti tenemos que irnos en vuelo rápido a la opinión del novelista francés Marcel Proust: «…el escritor, y más especialmente el estilista, crea una lengua extranjera dentro de la lengua dominante o, lo que en Deleuze es lo mismo, hace delirar a la lengua«. Recordemos que el poeta no se afana en ser hombre. No trata de saber que sería él con independencia de aquella fuerza que habla con su voz.

 

La ensayista y filosofa española, María Zambrano Alarcón, en su libro Filosofía y poesía, nos advierte que el tiempo en el poeta es vacío, se convierte en algo así como un guante sin mano. «El tiempo vacío —dice— pura espera de que vuelva el milagro, de que vuelva el delirio. Y de querer algo no quiere ya sino aquello mismo que anuló sin querer, aquello que le venció tan completamente. Porque la gloria del poeta es sentirse vencido».

 

Benedetti nos lo dice él mismo, a viva voz: «Tengo miedo de verte, necesidad de verte, esperanza de verte, desazones de verte».

 

Refiere Zambrano que lo mismo le sucedió al poeta griego Anacreonte: «Se cuenta que Atis, ese joven afeminado, en su locura amorosa llamaba a grandes gritos en las montañas a la encantadora Cibeles. Los que en Claros beben de la onda profética, en las riveras donde reina Phebus con la frente ceñida de laurel, poseído del delirio, lanza sus clamores. Yo también inundado de perfumes, ebrio del licor de Liaeus, y de los besos de mi amante, quiero, quiero delirar».

 

Para que el lector tenga una idea del significado y trascendencia de Claros, referida por Anacreonte en el párrafo anterior, el historiador y gobernador del imperio romano, Tácito, escribía que Claros, ciudad en Asia Menor, «era una especie de santuario oracular dedicado al dio Apolo y estaba constituido por sacerdotes procedentes de cierta familia de Mileto. El sacerdote bajaba a la cueva, bebía agua de una fuente espectral y emitía las respuestas a las preguntas del consultante en versos«

 

En el poema Te quiero, Mario Benedetti nos muestra su esencia y las ansias de una relación amorosa seria, innegable y llena de complicidad, veamos: «Tus manos son mi caricia, mis acordes cotidianos, te quiero porque tus manos trabajan por la justicia. Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo y en la calle, codo a codo, somos muchos más que dos. Tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada, te quiero por tu mirada que mira y siembra futuro».

 

En este poemario, escrito durante la dictadura en su país, Uruguay, podemos descubrir la protesta política pulcra cuando dice: «Te quiero en mi paraíso, es decir que en mi país la gente viva feliz aunque no tenga permiso».

 

Pienso que Benedetti cuando escribió este verso se encontraba en el exilio, por lo que habría que deducir que esa ausencia de su lugar amoroso producía en él una especie de estado espiritual mustio o melancólico, de una melancolía hígida, como nos lo describe el médico, ensayista y filosofo español, Pedro Lain Entralgo en un trabajo suyo titulado La filosofía de Xavier Zubiri, en la cual «el hombre, porque se siente radicalmente solo, esto es, segregado de la totalidad del universo, siente su humana necesidad y su humana capacidad de estar entera y radicalmente acompañado, acompañado por la totalidad de lo que hay, en tanto que le falta«

 

Sin embargo, es «El país de la cola de paja» que lo identifica con la protesta política-social y, además, fue la obra que montó en cólera a algunos uruguayos. El escritor y periodista nacido en Montevideo, Hugo Alfaro Pérez, autor de «Mario Benedetti detrás de un vidrio claro» escribió sobre esta obra: «El país había efectuado una demolición de los prejuicios, la hipocresía, el ‘no te metas’ de un Uruguay liberal que todavía vivía de rentas, en ancas de guerras ajenas. Arbitrario, saludable, apasionado, el libro había sido en su momento una piedra de escándalo para las buenas maneras montevideanas de entonces…»

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