Buscar

Crítica de cine: «Velvet Buzzsaw»

imagen

Siempre he creído que las galerías de arte son lugares muy interesantes. Conceden la libertad que los artistas necesitan para que puedan ser descubiertos y que sus obras sean expuestas ante un público amplio que los juzga mediante la observación. Uno va allí, camina por los pasillos, se codea con gente que supuestamente comparte el mismo gusto personal por el arte y disfruta apreciando las exhibiciones individuales o colectivas de pintores que, estando a las órdenes de los galeristas, esperan vender algún cuadro en su corta vida para entrar en el panteón de los grandes y no caer en el olvido absoluto. Y todo queda muy bonito y elegante por fuera, iluminado por la gallardía de los cuadros que adornan cada rincón de los corredores. Sin embargo, detrás de las cortinas se sostienen condiciones tan rígidas de valoración que simplemente se estrangula la ilusión de cualquier creador que desee acercarse. Es una cultura que establece como carente de valor todo lo que no entre dentro de sus términos limítrofes. En cada evento, suceden negocios bien turbios que desvalorizan la obra de arte y reducen al autor a una mera cifra comercial al servicio de la codicia.

Dan Gilroy, director de películas como la retorcida Nightcrawler y la insulsa Roman J. Israel, Esq., se propone abordar esa crónica de los vicios del galerismo en su nueva película titulada Velvet Buzzsaw. Y me resulta insólito y algo sorpresivo porque muchas veces he reflexionado sobre esa parte oscura de la industria del arte que, en ocasiones, pasa desapercibida. La esboza como una sátira sobre el mundo del comercio del arte y de las creaciones que son arrojadas al mercado de la competitividad agresiva y del dinero fácil, de la muchedumbre kitsch que habita las exposiciones para exhibir su frivolidad debajo de una máscara de hipocresía, de los que fingen un falsificado amor por el arte para alimentar la egolatría, presentado con un reparto de coral encabezado por Jake Gyllenhaal y René Russo (repitiendo con él desde su debut como director). También con una equilibrada dosis de terror psicológico que añade cierto nivel de sofisticación a las fórmulas esquemáticas del género, poniendo a los protagonistas a sufrir como víctimas en un denso aparato de delirios sangrientos desatado por un espectro inusitado.

La historia de la película se ambienta en el sector del arte en la ciudad de Los Ángeles y narra las vicisitudes de unos personajes muy peculiares. Comienza en una exhibición de arte en Miami en la que seguimos al crítico de arte Morf Vandewalt (Jake Gyllenhaal) cuando escanea con su ojo crítico los productos que son exhibidos allí. Morf es un hombre petimetre que usa su reputación para juzgar el destino de los trabajos artísticos. Y todos le temen a su criterio. En ese espacio, Morf se encuentra con Josephina (Zawe Ashton), una joven de acento británico que trabaja como asistente de una galerista muy reconocida y, también, con Rhodora Haze (René Russo), la apática dueña de una galería de arte. Luego con Gretchen (Toni Collette), una consejera de arte codiciosa que hace lo que sea para adquirir tablas valiosas y exponerlas en los museos de arte contemporáneo.

Este collage de personalidades, interpretados por unos actores de primera categoría, son los sospechosos habituales del microcosmo del arte contemporáneo. Morf es el crítico de arte con un prestigio intachable y armado hasta los dientes de adjetivos para evaluar los paneles, sin importarle en lo más mínimo si las palabras de sus artículos hieren la sensibilidad del artista que ha pasado tanto trabajo para crear una obra. Se muestra como un individuo narcisista, frívolo, con una predilección por la prepotencia y el perfeccionismo. Josephina es la colaboradora de la galerista que sucumbe ante el oportunismo porque lo único que desea es probar el éxito y las riquezas que provee la parcela del arte. Es por esa razón que roba las pinturas y forja un trato con Rhodora, entregándoselas con el fin de obtener un beneficio una vez que se comercialicen. Rhodora, en cambio, es la galerista ambiciosa que entregaría su alma al diablo con tal de que las colecciones sean vendidas a los clientes; ostenta una posición de poder y la utiliza para monopolizarlo todo, subastar los bosquejos a precios exorbitantes y garantizar así la fortuna de otros artistas como Piers (John Malkovich) y Damrish (Daveed Diggs), quienes se niegan a participar en los comercios nebulosos de los galeristas para dedicar toda su pasión al oficio.

Aunque no todas las piezas preservan la misma consistencia, los personajes que veo son sólidos y muy complejos. Me cautivan cuando sus obsesiones son reveladas, como si se tratara de un retrato que refleja las miserias de los vividores que transitan por el orbe del galerismo y que repudian los sacrificios de los autores. Un mosaico de figuras vacías que prolonga el ciclo de cosificación del arte dentro de una burbuja económica y manipulan a su antojo a los artistas que dejan su creatividad detrás del lienzo. Son personas que descubren el significado del miedo y la inseguridad a través del espíritu torturado de un pintor que se revela contra la superficialidad y la ruindad de aquellos que se interponen en el camino del arte. Todos ellos, exceptuando  Piers y Damrish, son víctimas de la venganza programada del arte de Vetril Dease (personaje basado en la biografía del ilustrador marginal Henry Darger), el cual regresa para asesinarlos utilizando los trabajos de arte por los que ellos han sentido algún tipo de vilipendio.

Gilroy, quien también ha firmado el guion, elabora la puesta en escena con un tratamiento estético que adorna los interiores por los que circulan los protagonistas, manteniendo en cada plano un equilibrio apropiado entre la belleza compositiva y la violencia estilizada, con colores impávidos que notifican la frialdad aparente de todos ellos. Logra secuencias impactantes, como la de Gretchen desangrándose frente a una escultura esférica, o la de Josephina con las láminas que salen de los cubículos con la intención de pintarla hasta ahogarla en un colorido mural. Sus personajes estimulan mis sentidos, son provocativos, especialmente el articulista Morf Vandewalt que interpreta el meticuloso Jake Gyllenhaal (una especie de parodia a la figura del crítico universal) y la magnética galerista interpretada por Zawe Ashton que, siendo desconocida para mí, estampa un rol de mucha intensidad que en ningún momento me permite quitarle los ojos de encima.
La película es estimulante cuando encuadra su crítica de los esnobistas del arte que están a merced de una represalia taumatúrgica, en un rompecabezas que maneja los mecanismos del horror supernatural y el slasher más recóndito para comunicar metáforas sobre la naturaleza de un arte que, como acto de invención humano, preserva su esencia en la eternidad, hallándose por encima de la descomposición moral y de cualquier avaricia corporativista. Posee diálogos sutiles, un ritmo que es constante, una química maravillosa del reparto y una artificialidad calculada que se corresponde correctamente con las frivolidades del mundillo del arte que se describe en la trama. Encierra una ambigüedad que la hace impredecible. Se trata de un regreso formal del señor Gilroy. Su concepto sobre los marchantes del arte es original, pesadillesco, escalofriante. Está ejecutada con un estilismo que me entretiene, caigo rendido inmundamente ante los efectos de su locura.

Ficha técnica

Año: 2019

Duración: 1 hr 53 min

País:  Estados Unidos

Director: Dan Gilroy

Guion: Dan Gilroy

Música: Marco Beltrami

Fotografía: Robert Elswit

Reparto: Jake Gyllenhaal,  René Russo,  Zawe Ashton,  Toni Collette,  John Malkovich, Tom Sturridge,

Calificación: 7/10

of-am

0 0 votos
Article Rating
Suscribir
Notificar a
guest
0 Comments
Comentarios en linea
Ver todos los comentarios