Crítica de cine: Bohemian Rhapsody
Queen es una banda de rock británica que se ha consolidado como una de las más populares de todos los tiempos, alcanzando, en la cima de su éxito, ventas de álbumes como muy pocas agrupaciones musicales. Se ha hecho célebre con canciones tan notorias como «We Are the Champions», «Bohemian Rhapsody» y «We Will Rock You», sencillos que se han convertido en himnos que la gente canta como si estuvieran reunidas en una especie de ritual. Sus funciones eran espectáculos provocativos que transmitían una energía inagotable, sobre todo por el carisma de su vocalista Freddie Mercury, que hizo que llegaran a un pico durante la década de los setenta y a principios de los ochenta. Sobre la banda se han escrito libros, se han realizado documentales, se han hecho homenajes. Y en la actualidad es el centro de atención de una película biográfica que, irónicamente, pierde toda la esencia y ese vigor que caracterizaba al conjunto.
La película se titula «Bohemian Rhapsody» y la ha dirigido Bryan Singer, director que por razones personales fue despedido por la 20th Century Fox en medio de un rodaje caótico y reemplazado por Dexter Fletcher. Lo mismo se refleja en la película. Hay una dicotomía autoral que maltrata la narración, es brutalmente larga, se precipita por contar la agitada vida de Freddie Mercury con decisiones creativas muy torpes y una mecánica convencional que logra que el recorrido sea apresurado, insustancial y con poco tiempo para la cohesión. Me canso de ver a los personajes dar vueltas en sus giras, en unos conciertos y situaciones en los que no empatizo ni con la música ni con los personajes. De nada sirve que tenga una actuación decente de Rami Malek como Freddie Mercury quien, lentamente, se transforma en una figura de arcilla a favor de la artesanía.
La cinta comienza con la subida de Freddie Mercury (Rami Malek) al escenario durante la presentación que tiene la orquesta en el Live Aid en 1985, concierto legendario con el que también se concluye la historia. Pero antes de estos eventos, narra los inicios de Mercury (de nombre Farrokh Bulsara) cuando es un estudiante británico de origen parsi que trabaja cargando equipajes en un aeropuerto y demuestra el talento que tiene para componer canciones y cantar frente al guitarrista Brian May (Gwilym Lee), el baterista Roger Taylor (Ben Hardy) y el bajista John Deacon (Joseph Mazzello), cuarteto que más tarde conforma a Queen. Y luego llega el estrellato que es indetenible y trae consigo una serie de circunstancias que carecen de fuerza dramática: la indecisión que le provoca confesar su bisexualidad, el miedo de revelar a la prensa que ha contraído el sida, los excesos producidos por su estilo de vida descontrolado que lo mantiene nadando entre el alcohol, las drogas y las orgías festivas.
El argumento parece un disco de vinilo rayado que se repite con las idiosincrasias de Freddie Mercury y de Queen. Resulta muy fácil cuando adquieren un estatus de gloria que se ilustra como una campaña de mercadeo al servicio de un álbum de grandes éxitos, donde todo le sale bien a un grupo que recorre estadios para tocar ante multitudes generadas por ordenador una música que casi no se deja sentir. Hay clichés por todas partes, como los romances efímeros de Mercury con mujeres y hombres, la producción de canciones memorables convertidas en demostraciones sin nada de atractivo y la presencia de un villano homosexual, Paul Prenter (Allen Leech), retratado como un manipulador de facto que es el responsable del declive de Mercury y que aprovecha el romance con él para entorpecer las acciones de los otros miembros de la cuadrilla.
La actuación de Rami Malek se mete en la piel de Mercury cuando recrea el lenguaje corporal, los gestos y la forma de expresarse del cantante, normalmente adornado de un vestuario exuberante y de una dentadura prostética que transforma su cara. Interpreta a un rockstar elocuente, arrogante y megalómano que es seducido por los demonios de la fama y que abusa de sí mismo para alimentar sus placeres y desafiar los estereotipos de la época, cosa que se disipa cuando contrae el sida. Por momentos es auténtico con lo que describe la historia, pero como no hay mucha sustancia, la carencia de profundidad psicológica se evidencia, quedándose a medio camino entre lo superficial y lo ridículo y reduciendo la efigie de Freddie Mercury al tamaño de esas figuras de plástico que son bonitas por fuera, pero vacías por dentro.
La película utiliza el famoso concierto Live Aid como una parábola moral de la redención del artista que, al ser castigado por la extravagancia, remedia la pesadumbre con una reconciliación muy cutre y con una música que lo libera de sus cadenas. O sea, que la música es la catarsis, el remedio casero para los problemas de la vida privada del protagonista. Y aunque la recreación de la época posee cierta autenticidad, los intérpretes en tarima solo consiguen que bostece con la lista de reproducción. La marca estilística de Singer, Dexter, o quien sea que la ha dirigido, es patética sintetizando la hoja de vida de Freddie Mercury, con un homenaje que suaviza verdades, perezosamente, recurriendo a una ingenuidad que deja la emoción detrás del escenario. Qué felicidad he sentido cuando rodaron los créditos.
Ficha técnica
Año: 2018
Duración: 2 hr 14 min
País: Reino Unido, Estados Unidos
Director: Bryan Singer, Dexter Fletcher
Guion: Anthony McCarten
Música: John Ottman
Fotografía: Newton Thomas Sigel
Reparto: Rami Malek, Joseph Mazzello, Ben Hardy, Gwilym Lee, Lucy Boynton,
Calificación: 4/10