Clinton versus Trump

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EL AUTOR es escritor. Reside en España.

 

Los ciudadanos estadounidenses elegirán entre dos candidatos cuyos discursos quedan sustantivados en estas palabras: la mentira, el miedo, el oprobio, la corrupción, la manipulación, la intransigencia, la depresión, la violencia y las mismas viejas promesas de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos como las características más comunes en las retóricas de sus dos postulantes, Hillary Clinton y Donald Trump.

Dos actores del espectáculo electoral norteamericano que son un reflejo de la decadencia de la sociedad contemporánea, donde la confusión y la desorientación en los gobernantes y en los gobernados es resultado de los antivalores con los que se bombardea día a día a la población a través de diversos medios de comunicación, generando asi conductas nocivas y aun patológicas.

La crisis de la principal potencia mundial ha llegado a una máxima expresión. Sus ciudadanos sólo tienen dos enclenques opciones políticas y sin saberlo creerán que sufragarán por el mal menor, siendo ambas alternativas catastróficas.

Hillary Clinton desmitifica la falacia de que los democrátas están ubicados a la izquierda política del Partido Republicano. Si tomamos por etimología el vocablo democráta (del griego demos, “pueblo”, y kratós, “gobierno”, que hace referencia a una forma de organización social donde la titularidad del poder recae en la totalidad de sus integrantes, entonces nos convencemos que tal discrepancia entre la realidad y el significado no es ajena a los hechos.

Hoy en día el partido democráta y el partido republicano no difieren programáticamente en su esencia, pues ambos han abrazado la política neoliberal y durante ese proceso han experimentado entre sí mutaciones simbióticas convirtiéndose, como bien lo define Noam Chomsky, en “un solo partido político, el partido de las empresas, de las corporaciones y de los negocios, con dos facciones, demócratas y republicanos“.

No hay duda de que millones de personas perderán la objetividad y proyectarán sus esperanzas de un mejor futuro en Hillary Clinton. Pero hay que tomar en cuenta al menos los siguientes tres puntos que caracterizan a la candidata democráta.

Primero: la ética de Hillary Clinton. La verdad no forma parte de su diccionario. Podríamos citar muchos ejemplos, pero hay uno que sobresale, ya que representa el nivel de cinismo público que debe ser alarmante para todos los políticos. Durante su campaňa proselitista para las primarias contra el entonces senador Barack Obama, en 2008, Hillary Clinton trató de „probar“ su valor físico, afirmando repetidamente en una serie de discursos que estuvo bajo fuego de francotiradores en la ciudad de Tuzla cuando la guerra en Bosnia.

En una de esas ocasiones dijo: «Recuerdo cómo me caí al suelo bajo el fuego de los francotiradores en el aeropuerto de Tuzla cuando se llevaba a cabo una ceremonia de bienvenida y dicho acto tuvo que ser suspendido porque nos encontramos en un tiroteo. Corrimos  con la cabeza inclinada hacia los vehículos para llegar a nuestra base».

Cuando la prensa reveló que en el aeropuerto de Tuzla no hubo tiroteos durante su visita, tal como ella había asegurado para afirmar su ficticio heroísmo, Hillary Clinton argumentó que fue un pequeňo desliz de su lengua causado por cansancio de los rigores de una larga campaña proselitista.

Segundo: «el Pardongate“. El gobierno de Bill Clinton (1993-2001)  se caracterizó por ser una gestión cuestionable y corrupta. A finales de su período presidencial dictó anmistía impugnando a cuatro impostores de Rockland County, Nueva York, condenados por fraude.  El más controversial de ellos fue Marc Rich, convicto por evasión de impuestos y fugitivo de la justicia norteamericana que residía en Europa. Rich fue perdonado después que su ex esposa hiciera contribuciones altamente generosas a la planeada biblioteca presidencial de Clinton y a la campaña senatorial de Hillary en el año 2000. Poco después de la exitosa campaña senatorial Hillary Clinton se unió a su marido en una reunión privada en la Casa Blanca con los convictos por fraude.

Tercero: co-autora de genocidios. Como senadora estadounidense, Hillary Clinton, fue  cómplice de la desastrosa guerra en Irak. El voto más importante que entregó como senadora por Nueva York fue sin duda la decisión más significativa del Senado que autorizó al presidente George W. Bush a usar la fuerza militar contra Irak sin necesidad de consultar con el Congreso, lo que le permitió declarar la guerra. El desastroso impacto de esta mala y perversa estrategia nos acompaña hoy y se evidencia por la subversión del mundo árabe y la aparición de un Estado Islámico, que surgió de la caldera creada por la invasión estadounidense de Irak en 2003.

„Veni, vidi, vinci“ dijo Julio César cuando se dirigió al Senado romano, describiendo su victoria sobre Farnaces II del Ponto en la Batalla de Zela. La senadora y ex canciller Clinton,  2060 aňos después emplearía esta misma expresión al jactarse por haber derrocado a Kadafi y destruido la Ciudad de Trípolis. Hoy en día Libia se ha convertido en tierra de nadie y una guarida controlada por el ISIS. Todos los días nos enteramos por los medios de comunicación de las insurreciones en el Oriente Medio y otras regiones del mundo. También lo que hace el ISIS y lo que está sucediendo en Nigeria. Todo esto es el resultado de una política bélica que empezó hace mucho tiempo y la candidata a la presidencia estadounidense es uno de sus principales artífices.

Hillary promueve la agresión y desafía a los rusos. Algunos países europeos miembros de la OTAN no están dispuestos a seguir coordenadas desde Washington y poner en amenaza la paz en el viejo continente. Los Estados Unidos perderán aliados por no saber percibir que los rasgos de una economia globalizada dentro de unas relaciones posindustriales de una sociedad global posmoderna solo puede funcionar bajo equlibrio.

Si los democrátas de los Clinton han adoptado el programa de los viejos republicanos, entonces estos fueron completamente desplazados por los neoconservadores y es aquí de donde surge Donald Trump.

Donald Trump no es un político formado. Tampoco un intelectual o un heróe de sus seguidores. Trump es simplemente un pragmático empresario multimillonario que sólo sabe contar muy bien y sabe que las elecciones se ganan con la cantidad de votos obtenidos.

Trump es un un absurdo político. Al mismo tiempo, es ejemplo de la eficacia de la propaganda del marketing político.

Trump entendió mejor que ningún otro aspirante a la Casa Blanca la frustración y la rabia contenidas del estadounidense blanco de clase trabajadora, que ha observado en las últimas tres décadas cómo la globalización iba carcomiendo su seguridad económica al tiempo que la inmigración iba cambiando su vecindario. También a los conservadores, ya sea por asuntos religiosos o económicos. Trump se la jugó por los anglosajones pobres que llevaban años en el sistema y sentían que las estructuras tradicionales del poder en Estados Unidos les habían abandonado y es desde entonces que lanza una campaña centrada en aprovechar los temores y los odios y prejuicios de ese segmento de la población.

Según los datos del Centro Pew, el total de los ciudadanos con más de 18 años (los que tienen derecho a registrarse como votantes) serán algo más de 225 millones. Trump está convencido que su discurso atraerá a más del 50% de esos electores.

Al igual que el resto del mundo la clase trabajadora, y aún mucho más la estadounidense, no entiende que su condición marginal es consecuencia de las diferencias sociales y la lucha de clases. Por eso es más fácil culpar de su desdicha a los inmigrantes. La xenofobia como argumento funciona y siempre ha funcionado muy bien en el mundo entero, y esto Trump lo sabe.

El objetivo de ambos candidatos es llegar a la Casa Blanca sin importar los mecanismos, las tácticas o las estrategias a usar. Sea quien sea el electo, la política a implementar responderá de todos modos a los intereses del establishment, a los intereses económicos de las corporaciones financieras, del expansionismo militar, económico y político de los grupos de poder que deciden desde hace ya 300 aňos el destino de la humanidad.

No sería de extraňarse que un atentado terrorista previamente planificado y auspiciado por todas las partes celebrara la víspera electoral en los Estado Unidos y que Trump acusara a la Clinton por engendrarlo. La Clinton sostendría entonces la postura de la agresión como forma de defensa y una vez más los ciudadanos norteamericanos serían manipulados, burlados por confiar en dos candidatos mercenarios y traficantes de las esperanzas de lo que un pueblo quiere ser.

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