China, en la frontera de occidente

Dice un viejo adagio: “para comprender el presente, debemos conocer el pasado y prepararnos para el futuro”. Por esa razón, en nuestra acostumbrada columna de opinión, analizaremos las posibles causas que motivaron el sentimiento nacionalista de los estadounidenses que llevó a la presidencia a Donald Trump, y estaría conduciendo a Washington, a variar su política de estado respecto a las demás naciones del mundo.

Luego del derribamiento del Muro de Berlín –acontecimiento que simbolizó el principio del fin de la Guerra Fría–, la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en el año 1991, puso término a un conflicto entre EEUU y la URSS, que mantuvo dividido al mundo en dos bloques durante años.

Ese acontecimiento histórico, inició un proceso de readecuación del orden mundial que permitió el surgimiento de nuevos modelos de desarrollo en el resto de los países, promoviendo un equilibrio que redistribuyó el poder político que había permanecido polarizado en torno a la hegemonía de las potencias mundiales destacadas hasta eseentonces.

A partir de ese momento, las naciones que habían permanecido subordinados al conflicto iniciaron un camino hacia el robustecimiento de sus respectivas economías, rediseñando sus roles respecto a EEUU, quien se había convertido en la única superpotencia mundial luego del descalabro de la URSS.

Es cuando para afrontar la supremacía de occidente, los países de Europa, fundan La Unión Europea (UE), mientras que en Asia, Corea, Japón y muy especialmente, China, empezaron a desarrollar sus industrias manufactureras y tecnológicas, iniciándose una drástica revolución social y un cambio en las políticas de acercamiento con los distintos mercados internacionales.

A partir de entonces, los chinos apostaron al crecimiento de su economía interna a través de una extensa reforma agraria, con créditos y asistencia técnica a campesinos y trabajadores rurales, mediante lo que ahora se denomina “capital humano”.

Asimismo, en materia de infraestructuras, China, realizó una transformación gigantesca, construyendo carreteras, aeropuertos, puentes, canales y vías férreas, así como industrias básicas como la del carbón, hierro y acero, para formar la columna vertebral de su moderna economía. También, desarrolló un inmenso sistema sanitario y educativo, creando una fuerza de trabajo saludable, educada y motivada.

China, forjó un estado moderno, procediendo a reconstruir su economía basándose en la recuperación de su orgullo y dignidad nacional, donde el elemento socio-psicológico fue esencial para motivar a los ciudadanos en la defensa de su país, lo que permitió su renacer como nación, tal como en la actualidad, Donald Trump, ha sustentado su discurso respecto a los norteamericanos.

Sin embargo, a diferencia de China, y su política de no interferencia en los asuntos internos de sus socios comerciales, EEUU, fundamentó su política de expansión en la industria armamentística, colocando múltiples bases militares por todo el mundo y estableciendo su superioridad mediante injerencias forzadas sobre las demás naciones, reajustando sus economías locales para adecuarlas a las necesidades de su propia economía “bélica”. Y, muchas veces, apropiándose del control total del aparato político y administrativo de esos países para establecer un estado colonial.

Ese escenario global se tradujo en un deterioro progresivo de la economía estadounidense, y luego de la crisis inmobiliaria que provocó la intervención financiera de China, el orgullo americano quedó profundamente lacerado, exponiendo a occidente al riesgo de perder su hegemonía frente al emergente sistema multipolar dominado por el gigante asiático.

Con el agravante de que China, pudiera convertirse en un desestabilizador geopolítico debido a su creciente intervención en los precios de las materias primas, los mercados de crédito y las divisas internacionales. Una influencia que va ganando terreno mediante una estrategia global denominada “Ascenso Pacífico», totalmente opuesta a la utilizada por Washington, en su guerra contra el terrorismo.

Mientras EEUU, se ocupaba de los asuntos de orden internacional mediante la intervención armada; China, se encargó a profundizar sus relaciones con el Sudeste de Asia, África y América Latina, donde acaba de anunciar importantes aportes a las economías de Venezuela y Cuba.

Está claro que el rápido crecimiento económico de China, se basó fundamentalmente en el desarrollo de su mercado local, lo que pudiera estar ocurriendo con las pretensiones del presidente Donald Trump, de restituir la economía de su país a través de una agresiva inversión interna, comenzando por elevar el orgullo nacionalista de los norteamericano.

China, desplazó a EEUU y Europa, como principal socio comercial de muchos países de Asia, África y Latinoamérica. Su innovador establishment tecno-político, asimiló rutinariamente las variables entre el socialismo y el capitalismo, asumiendo lo mejor de cada uno para aplicarlo circunstancialmente de forma favorable, moviéndose entre las políticas del mercado de consumo externo y sus rigurosas normas de manejo interno.

Los chinos, han sustituido a las instituciones financieras internacionales controladas por EEUU y Europa, (el FMI, el Banco Mundial, el Banco de Desarrollo Interamericano) como principal prestamista en Latinoamérica. Y, continúan estando a la cabeza como principal inversor en los recursos mineros y energéticos de África, sustituyendo a EEUU, como principal mercado para el petróleo iraní, sudanés y saudí. Y pronto, lo sustituirá como principal mercado para los productos petrolíferos venezolanos.

En la actualidad, es el mayor exportador y fabricante de manufacturas del mundo, dominando incluso el mercado estadounidense, mientras juega el papel de salvavidas financiero al poseer alrededor de 1,300 billones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense.

En el pasado, La Casa Blanca, (bajo la administración de Obama…, y los Clinton) desarrolló una respuesta rápida que implicó la colocación de bases militares en Australia, Filipinas y otros lugares de Asia, e intensificó sus esfuerzos para socavar el acceso exterior de China a los recursos estratégicos de esos países, mientras se dedicó a apoyar a “separatistas e insurgentes” en el Oeste de China, el Tíbet, Sudán, Birmania, Irán, Libia, Siria y otros lugares con iguales propósitos.

Sin embargo, esa metodología no funcionó a los propósitos de Washington, por lo que estaría en marcha un nuevo plan para frenar lo que parecería imparable: La sustitución de EEUU, por parte de China, como principal potencia mundial en la próxima década.

Actualmente, el gobierno norteamericano parecería estar asumiendo una estrategia distinta a la implementada en el pasado por las administraciones demócratas y republicanas…, y muy probablemente, en un futuro próximveamos a la administración del presidente Trump, impartiendo medidas internas de corte social, muy similares a las aplicadas hace tiempo en China.

Por último, la creciente modernidad del arsenal militar chino, sumado a su hegemonía económica, representa serios desafíos para EEUU, Europa y el resto del mundo, que pudieran quedar en situación vulnerable ante la superioridad del coloso oriental.

jpm

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