Cassius Clay o Mohamed Ali: puños de dignidad
El boxeo parece ser el refugio de muchos que sufren discriminación racial. En este deporte se
albergan algunos que son rechazados por el color o por su pobreza. Ellos con los puños levantados al nivel más alto del coraje recuperan el orgullo. La vida de Cassius Clay -“el mejor boxeador de todos los tiempos”- está escrita en sus manos enguantadas. La humanidad posa su lupa sobre este grandioso pugilista porque Mohamed Ali, dentro y fuera del ring, supo con su vigorosa pegada de campeón, defender como nadie la dignidad.
Hay que estar entrenado en el cuadrilátero para abordar la historia del boxeador Mohamed Alí. Su biografía es tan emocionante que con frecuencia él puede noquearnos y hacer que salgan lágrimas de admiración. Alí es un implacable guerrero, el Alejandro Magno del ring. Cuando iniciaba una pelea se lanzaba sin miedo, como Fernando de Magallanes levantaba las anclas sin temor al mar. El clásico movimiento de sus piernas combinado con la rapidez de la descarga de sus puños, recuerda la elegancia en combate de Napoleón o el ardor guerrillero del Che Guevara.
Alí dando saltos sobre la lona era firme y decidido como Bolívar y arrogante y presumido al estilo de Winston Churchill. Fue un púgil orgulloso cual Mandela en prisión. De frases de tono irónico, “Cuando tienes razón, nadie lo recuerda. Cuando estás equivocado, nadie lo olvida”. Por eso fue un Diógenes que buscó con su lámpara un peleador superior que él sin encontrarlo: “Soy un sabio del boxeo, un científico, un maestro, un verdadero artista del ring, soy el mejor”.
Mohamed, es hombre de pensamiento profundo casi filosófico, “No cuentes los días, haz que los días cuenten”. Quizás exageramos al decir que Alí fue un Aristóteles con guantes de pelea. De coraje como si fuera Fidel Castro defendiendo sus principios socialistas, “No voy a Vietnan”, le dijo al presidente Nixon. Su fe religiosa lo hizo cambiar de nombre. De sentimientos y creencias musulmanas profundas e irrenunciables, un perfecto Mahoma radical en la forma de Vladimir Lenin. No conoció el miedo y defendió su dignidad como un Martín Luther King
SUEÑOS DE UN NIÑO “DESPIERTO”
Los niños no sueñan con el futuro, viven el futuro como si fuera un sueño. Y ese sueño lo convierten en realidad cuando ponen su energía en el timón de la nave del porvenir. Pero cuando el vehículo para alcanzar el éxito es su propio cuerpo combatiendo a “puño limpio” y siempre a riesgo de un gancho mortal, entonces ese triunfo es mil veces de mayor significación.
Cassius Marcellus Clay Jr. nació la apaciguada noche del 17 de enero de 1942 en Louisville, Kentucky. Hijo de Cassius Marcellus Clay y de Odessa O’Grady. El padre tenía 30 años cuando llega el primogénito. Su madre era una adolescente que se casó a los 17 años de edad. Su papá se ganaba la vida pintando letreros. Mientras la mamá fue ama de casa que educó en valores familiares a sus dos hijos, Cley y Rudolph.
Clay, un jovencito alto, de piel trigueña, con apariencia serena, fuerte y siempre bien vestido. Se inició en el boxeo gracias al oficial de policía de Louisville; el también entrenador Joe E. Martin, que le conoció cuando el pequeño Clay estaba furioso porque un ladrón le robó su bicicleta. Cassius le dijo, “voy a pelear con ese maldito ladrón. El policía con sonrisa disimulada al notar el enojo y pique del muchacho de 12 años de edad, le recomendó que antes aprendiera a boxear. Cassius Clay luego de varias peleas callejeras recibió una especie de trofeo, ya que su madre decidió pagarle un gimnasio porque según sus vecinos, “ese muchachito es valiente, hay que verlo como se defiende con sus puños”.
El pequeño Alí, todavía con la inocencia en pantalones cortos, es una voluntad que se puso guantes para derrotar todas las adversidades, y desde el primer día que peleó en un ring se dijo, “seré el mejor del mundo”. Y se lo creyó, por eso triunfó. “Seré la diferencia”. También lo fue. El boxeo renació después de Alí. Comenzó otra época, nueva y renovada, la era inolvidable de Mohamed Alí. Siendo adulto afirmó, “Los campeones no se hacen en gimnasios. Están hechos de algo inmaterial que está muy dentro de ellos. Es un sueño, un deseo, una visión”.
El “Aristóteles con guantes” odió la palabra imposible, por eso evitaba pronunciarla y sentenció: “Imposible es solo una palabra que usan los hombres débiles para vivir fácilmente en el mundo que se les dio, sin atreverse a explorar el poder que tienen para cambiarlo. Imposible no es un hecho, es una opinión. Imposible no es una declaración, es un reto. Imposible es potencial. Imposible es temporal. Imposible no es nada”.
EL BOXEO Y LA VIDA, UN PARÉNTESIS ANTES DE LA PELEA
El boxeo es disciplina original e inmensa. En la mayoría de los deportes se prepara el cuerpo para competir con los otros atletas en conjunto, mas en el boxeo la lucha es cuerpo a cuerpo, entre yo opuesto a ti. Es un pleito frente a frente, sin validez de golpes bajos. Son dos anatomías contemplándose como fieras en espera del más leve descuido para insertar el golpe con la rapidez de un rayo. La guerra debe envolver únicamente dos soldados. Es un ejército de tú a tú, un duelo de valor, donde cada guardia es al mismo tiempo batallón, infantería, retaguardia y avanzada. Un arte marcial donde la aviación, la marina y el ejército son los guantes.
El boxeador y su equipo manejan la estrategia y la táctica. Sin embargo, ninguno de los contendientes podría ganar por la superioridad de los armamentos, porque apenas hay dos armas por persona, una para la mano izquierda y otra para la derecha. Nadie puede esperar refuerzo en momentos de flaqueza. El campo de batalla es el ring. Es una riña con observadores que aplauden o abuchean. Los jueces apuntan los golpes y el réferi evita las trampas.
Está demás decir que en esa guerra no hay trincheras ni explosivos ocultos. Aunque si servicios de inteligencia, de espionaje y contra-espionaje. Es preferible hacer los ejercicios bélicos donde el contrario no pueda apreciar la velocidad con que los brazos disparan sus guantazos. Es un pleito de alma y materia. Un desafío segundo a segundo o raung por raung, donde el ganador puede terminar tan herido como el perdedor. El boxeo es el último eslabón del orgullo y el valor, donde se corona el mayor esfuerzo de un competidor.
No hay que confundir lo del boxeo con la vida real, aunque en esencia la vida sea algo semejante a este deporte. Los atributos y condiciones de ventajas de fuerza física, dinero o poder que Dios da, hay que aceptarlos con humildad, no para avasallar a los demás. La vida nos pone trampas, a veces caemos en ellas sin darnos cuenta. Lo importante es salirse cuando se reconoce que se está preso o rehén y de que alguien cobra algún rescate sentimental o económico. Cuando se trata de demostrar que se es superior a los otros, -no en el boxeo- solo por elevar la vanidad personal, caemos de la lona del cuadrilátero al abismo y nos estrellamos con el fondo profundo del yo que no miente, con ese otro yo real y desnudo que muestra la verdadera imagen de nuestro ser. El espejo de la sinceridad con el retrato sin maquillaje de nuestra personalidad.
Lo triste de la vida es, que muchos aun depositados en el cuadrilátero final del sepulcro, en el ring de su éxito o fracaso, se marchan ignorando que su existencia estuvo entrampada. ¿No serán la fama y el dinero las más grandes de todas las trampas? La trampa de la fama como el boxeo, hace que al escuchar los aplausos de los fanáticos que ven el espectáculo, se olviden los golpes que recibimos y aun sangrando interiormente aparentamos estar alegres, pero una vez salido del ring, estando en el silencio y en la soledad nos caemos a la lona de la cama, donde saltan las lagrimas del supuesto campeón aupado por la fama. La depresión es el nocaut de los famosos, en ese estado pierden su corona o cinturón de campeones y muchos se derriban en la mortal trampa de las drogas.
La vida es un gran ring y de hecho la existencia humana es una pelea de boxeo. ¿Quién pudiera negar que no ha recibido duros golpes que lo han hecho caer a la lona y le han cantado, tres, dos, uno…hasta anunciar que hemos perdido? Pero también se ha sabido ganar y nos han levantado el brazo como si fuéramos campeones.
CASSIUS CLAY, EL BOCÓN DE LOUISVILLE
Los combates de Ali impresionaban al mismo entrenador quien sentía que lo de Alí parecía algo sobrenatural. Angelo Dundee, aseveraría en una entrevista de 1967, “que nunca había visto tal poder en un boxeador, este hombre es invencible, lleva 36 victorias sin perder una. Hay que verlo en el ring para entender que Alí es de este mundo. Es un relámpago. Según su entrenador Joe Martin, el joven boxeador tenía una inusual velocidad que anticipaba los movimientos de su rival; pero lo más relevante era el empeño que ponía en cada jornada de entrenamiento. Por su parte, Alí manifestó. “Soy tan rápido que cuando apago la luz me meto en la cama antes de que todo el cuarto esté a oscuras”, decía en broma Alí.
Angelo añadió, “tiene agilidad en las piernas y en los brazos, un defensor estrito de su cuerpo que esquivaba los golpes como una liebre. Rompió los esquemas tradicionales del boxeo, fue un revolucionario que destruyó los libros existentes. Sus movimientos eran inusuales para un peso pesado, eran propios de un peso pluma. Es una fiera. Indomable que no encuentra vencedores contra él”.
Alí se enfrentó el 15 de noviembre de 1962 en un combate frente al veterano Archie Moore, el joven Alí se atrevió a pronosticar que, “el combate acabaría en el cuarto asalto”, y efectivamente así ocurrió porque ganó por nocaut técnico tras la tercera caída de Moore en la lona. Según Angelo Dundee, Clay era un estudioso de sus contrincantes y no hacía las predicciones sin previo análisis. Las provocaciones le daban cierta ventaja psicológica sobre el oponente, por eso lo tildaron como, «El bocón de Louisville».
Su talento fue reconocido en el mundo del boxeo donde las principales revistas hacían reportajes sobre el impresionante carisma de este hombre, cuyo estilo sobre el cuadrilátero semejaba el liderazgo y atractivo de un artista de fama mundial presentando un show en tarima. “Es una leyenda, increíble, increíble”.
Los nombres de sus contrincantes tenían todo el prestigio, pero él hizo de ellos vagas sombras. Aquí la lista con año o lugar de pelea: Sonny Liston (1964), Floyd, Patterson (1965), George Chuvalo (1966), Henry Cooper (1966). En ese mismo año defendió su corona de campeón venciendo por nocaut a Brian London (Inglaterra), Karl Mildenberger (Alemania) y Cleveand Williams (USA). En el año de 1967 venció a Ernie Terrel y a Zora Folley. Al suspenderle los títulos y la licencia para boxear por su negativa de ir a Vietnam, Alí tiene el récord de 29 victorias sin derrotas, 22 de ellas por nocaut. Este es el hombre que la intolerancia racista quiere enviar a la guerra en lo que puede considerarse como el mayor bochorno del boxeo, que le cerró para siempre la puerta del cielo a Nixon.
En el período 1971-1975, logra ganar casi todas sus peleas por nocaut, contra: Jimmy Ellis, Buster Mathis, Jürgen Blin, Mac Foster, Jerry Quarry, Alvin Lewis, Bob Foster, Joe Bugner, Ken Norton, (pierde Alí). Luego vence Alí en la revancha. Rudi Lubbers, Chuck Wepner, Ron Lyle,. La lista es larga con otras victorias a favor de Alí
GOLPES DE DECORO: “NO VOY A LA GUERRA DE VIETNAN”
Nada ha separado más a la humanidad que las guerras sin razón y sin motivo. Pero nada ha unido más a los pueblos que las prácticas de los deportes entre las naciones del mundo. Si las guerras son el rostro triste, los juegos deportivos son la cara alegre del planeta, su sonrisa y el símbolo de su paz infinita de amor.
El día 28 de abril de 1967 hubiese sido una fecha cualquiera de no acontecer un hecho que estremeció al mundo. Visto con ojos de curiosidad y de pensamiento crítico, fue una especie de burla al talento humano o un supremo acto de discriminación racial. Ali siete años antes, con apenas 18 años de edad, había ganado la Medalla de Oro del boxeo en los Juegos Olímpico de Roma. En aquel gran momento del deporte el himno de Estados Unidos fue entonado ante el orgullo de millones de televidentes yanquis que admiraron la hazaña del joven atleta de la raza negra. Extrañamente, el posterior ya campeón de los pesos pesados a nivel mundial, recibió una gentil correspondencia para que se alistara y se fuera a pelear no como boxeador sino como soldado a la guerra de Vietnam.
La respuesta del campeón no tuvo desperdicio: “No, no, mil veces no, me niego a ser incluido en las fuerzas armadas. Yo no tengo nada en contra de los vietnamitas. ¿Por qué me piden ponerme un uniforme e ir a 10000 millas de casa y arrojar bombas y tirar balas a gente de piel distinta mientras los negros de Louisville son tratados como perros y se les niegan los derechos humanos más simples? No voy a ir a 10000 millas de aquí y dar la cara para ayudar a asesinar y quemar a otra pobre nación simplemente para continuar la dominación de los esclavistas blancos».
Luego, el 20 de junio Ali fue declarado culpable de evasión y condenado a cinco años de prisión, y una multa de 10.000 dólares –wao el patriotismo-. Igualmente se le prohibió el boxeo durante tres años. Se quedó fuera de la cárcel porque su caso fue apelado y regresó al ring el 26 de octubre de 1970. La Corte Suprema de Estados Unidos terminó fallando a su favor. Nunca antes otro mandatario norteamericano había recibido una trompada mortal o “moral” tan contundente como esta. Para Richard M. Nixon el nocaut de Alí fue de mayor efecto que su renuncia en 1974 por el escándalo de Watergate.
“LA PELEA DEL SIGLO”: HURACÁN ALÍ VS. TERREMOTO FRAZIER
La rivalidad entre ambos boxeadores se remonta al año de 1971 cuando Joe Frazier despoja de la corona de los pesos pesados a Alí en 15 asaltos. Es la primera derrota de Mohamed en su carrera en el boxeo profesional. Tres años después, el 24 de enero 1974, en una pelea de revancha en la ciudad de New York, Ali rindió a Frazier en 12 asaltos. Entonces solo quedaba una incógnita o interrogante decisiva: Cómo estaban empates, ¿cuál de los dos era el mejor pegador del mundo?
En consenso la opinión era de que jamás han existido dos tipos tan buenos luchando uno contra el otro. Dos hombres que se odiaban y se admiraban al mismo tiempo. Frazier se consideraba el mejor de los pesos pesado. Alí estaba seguro que en los pesos pesados nadie en la Tierra era mejor que él. Decía, «Si sueñas con ganarme, será mejor que despiertes y pidas perdón». Fraizier nació para desprestigiar a Alí en el ring. Alí vivía para que nadie pudiera tirar su prestigio a la lona, “mucho menos un aprendiz del boxeo como Frazier”.
Antes de empezar la pelea Alí se inclinó y dijo, “es lo más parecido a la muerte que veréis nunca”. Por su parte, desde su esquina en el cuadrilátero Frazier adelantó, “será un infierno, parecerá una pelea pero es una guerra”. 600 millones de ojos esperaban frente a sus televisores el combate épico de la historia, la batalla de los campeones de los pesos pesados a nivel mundial. Habrá un ganador entre ambos, ¿cuál de los dos será? Diez días antes del combate Alí arribó a Manila, Filipinas, la prensa lo presentó como el “hombre más famoso del mundo”.
Los norteamericanos esperaban el triunfo de Alí, pero los europeos apostaban su dinero a Frazier. África gritaba un nombre, Alí, Alí. Asia coreaba un apellido, Frazier, Frazier. América Latina simpatizaba con Alí, Oceanía con Frazier. No había dudas, el planeta estaba dividido en dos hemisferios, el norte de Alí y el sur de Frazier. Esta pelea no podía tener al mismo tiempo un perdedor y un ganador porque ningún fanático del boxeo se había preparado mentalmente para perder.
Nadie podría negar que en segundo se iniciaría la que podría ser la mejor pelea de los pesos pesados de toda la historia. Y entre aplausos sonó la campana. Alí anunció que iba a bailar en el ring, y para sorpresa de Frazier se quedó en el centro lanzando ganchos de izquierda y derecha como un loco furioso, quería terminar pronto, se convirtió en un inesperado tornado con más furia que un temible huracán.
Joe Frazier, tan solo pareció refugiarse de los vientos implacables en los duros hierros de sus defensivos brazos. El bravo pugilista respondió con un solo propósito: destrozar como un potente cohete la defensa de su rival. Mientras decenas de espectadores estaban al borde de un infarto. Frazier durante cinco raung seguidos, machacó a Alí en una lucha de pura rabia. Ambos lucían maltratados pero ninguno se daba por vencido y el pleito concluyó en el décimo cuarto asalto.
Los dos contrincantes, cada uno en sus esquinas, parecían edificios derrumbados por un implacable bombardeo. Eran dos ruinas humanas a punto del desplome. Los jueces dieron como triunfador a Mohamed Alí. Sin embargo, los partidarios de Frazier sintieron que Alí perdió. El mundo siguió dividido pese a que todos los diarios del planeta titularon: “vence Alí en la pelea del siglo”.
ALÍ NO HA TERMINADO
Alí nunca tembló frente a los pesos pesados, hoy sus dos manos tiemblan como un celular en vibrador, no ha podido darle nocaut a su enfermedad porque el Parkinson lo quiere enviar a la lona. En cualquier pelea de boxeo siempre se escucha el toque de la campana indicando que se acabó el último Raung. También en la existencia humana tendrá que llegar el toque final, porque el viaje es con llegada y partida. Alí se ha imaginado su despedida aunque su vida no ha terminado:
“Me gustaría que dijeran que tomó unas cuantas copas de amor, una cucharadita de paciencia, otra de generosidad, una pinta de bondad… que tomó un cuarto de risa, una pizca de preocupación y, a continuación, mezcló predisposición con felicidad, agregó mucha fe y lo mezcló todo muy bien, extendiéndolo a lo largo de su vida y ofreciéndolo a cada persona merecedora que se encontró en el camino».
Gracias a Dios Alí vive entre sus millones de admiradores de todo el planeta. En cualquier lugar por donde pase su figura hay que ponerse de pie para tributarle con los puños apretados en posición de pelea un homenaje de respeto a sus contribuciones al deporte. Alí eres sin discusión la mayor leyenda del boxeo. Alí, seguro que al marcharte entrarás en el reino de las grandes epopeyas de la humanidad. Ya no será necesario expresar la palabra “boxeo”, bastará con decir “Alí”. Un nombre que en árabe significa “sublime”.
¡Qué profundo eres campeón! El más grande peso pesado de la historia, pero el más liviano de bondad. Mohamed Alí, te veo elevarte como un unicornio gris empujado por el viento de tus triunfos. ¡Campeón volarás, volarás, irás rumbo a la inmortalidad!