Carta post mortem a Luis Rojas Durán

imagen
Luis Rojas Durán

 

 

Al llegar por el camino de flores y de oración a tu lápida de albo alabastro la que guarda tus restos mortales celosamente, detengo mis pasos trémulos para contemplar con ojos entristecidos el epitafio que encarna tu vida y tu pensamiento siempre señalando rutas soñadoras inspiradas en la frondosidad de tus virtudes como periodista de pluma castigada y de carácter impertérrito. Esta debió ser la inscripción en tu lápida: «El amor de mis hijas me desgarra y me da vida más allá de la muerte».

 

El color blanco de tu tumba, equivalente a la pureza, alivia mi sensación de desespero porque ello me alienta y veo tu eternidad en el jardín del Efron. Aquí estoy parado taciturno frente a tu mausoleo como Borges ante el sepulcro de Walt Whitman, aguardando esperanzado la presencia de tu majestuosa esencia y el aire perfumado de aquellos tan esperados y entrañables encuentros de amigos en aquella taberna de poetas y de escritores en nuestro adorado Nueva York de estros y de ideales.

 

Rememoro aquellas expresiones tuyas, expresiones de complacencia y de agrado cuando puse en tus manos aquellos ensayos míos, tales como «Desde Manhattan a Whitman», donde aparece el padre Ernesto con su casulla, símbolo de caridad, en la iglesia episcopal La Trinidad, de Nueva York. Además «La casa sexta de Julio Cortázar» y el cuento infantil titulado «La niña y la flor», que recibiste con deleite y con fascinación inigualable.

 

Mi mente me lleva sobre olas virginales mientras me encamino a tu hogar en Queens. En esa ocasión recuerdo que me invitaste a oír música de Gardel en tu vieja consola despeinada y con las arrugas que vienen con los años. Observé también aquella mesa repleta de  libros y manuscritos y una maquinilla Underwood, activa aún, colocada a un lado con sus teclas gastadas por los golpes de tus dedos maravillosos de escritor.

 

EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.
EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

Recuerdo a mi hijo Ralphy, a quien tú saludabas con signo militar para luego decirle con aquella voz tuya de profeta: «Tú vas a ser escritor como tu padre».

Hoy mi conversación contigo en este cementerio rodeado de tantos seres quienes una vez debieron haberte oído hablar con entusiasmo sobre tu magnífica obra, A una pulgada de la muerte, la cual prologué a petición tuya.

 

Me llega a la memoria aquella carta de Juan Manuel García Passalaqua a Martín Fierro que comenzaba así: «La semana pasada buscaba con cierto grado de desespero la forma y manera de comunicarme contigo».

 

En el dormitorio donde te encuentras, como llamaban los griegos bizantinos a los cementerios, donde reposan tus restos mortales, una poesía quizás te alegre debajo de esa necrópolis donde estás. Si me permites he escogido especialmente la que sigue para ti, apreciado e inolvidable amigo:

 

«No son los muertos los que en dulce calma la paz disfrutan de su tumba fría, muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía.

No son los muertos los que reciben rayos de luz en sus despojos yertos, los que mueren con honra son los vivos, los que  viven sin honra son los muertos. La vida no es la vida que vivimos, la vida es el honor, es el recuerdo. Por eso hay hombres que en el Mundo viven, y hombres que viven en el Mundo muertos».

 

¡Observáis cómo entran y salen periodistas, escritores y políticos a visitar tu cementerio y a llenar tu tumba de recuerdos! Es la fraternidad de los que aún viven en el recuerdo por esa hermosa solidaridad que siempre mostraste a tus compañeros periodistas mientras viviste en el mundo de los vivientes.

 

Esos cetros de claveles y de crisantemos que veis reposar sobre tu lápida están allí para recordarte, engalanar tu mausoleo y para honrarte en la inmensidad de nuestros corazones.

 

Estoy sembrando un árbol de ciprés al lado de tu camposanto, por su verdor persistente, por su ornamentalidad y por su porte monumental tan merecido para ti. A lo mejor con este árbol, símbolo de la unión entre el cielo y la tierra, logro galardonar tu paso por el universo y enaltecer nuestra amistad aun después de la muerte. Además, se dice que su tronco desciende profundamente hacia el centro de la Tierra la morada de los dioses.

 

Amigo Luis Rojas Durán, en este aniversario de tu muerte se me antoja traer la despedida a Juan  Gelman, aquel poeta laureado, figura de las letras iberoamericanas y argentinas:

«Un pájaro vivía en mí. Una flor viajaba en mi sangre. Mi corazón era un violín. Quise o no quise. Pero a veces me quisieron. También a mí me alegraban: la primavera, las manos juntas, lo feliz.  ¡Digo que el hombre debe serlo! Aquí yace un pájaro. Una flor. Un violín».

Y yo agregaría: «Y un celebrado periodista con su libreta y su pluma reportando desde aquel pueblo de su Castillo íntimo al mundo neblinoso y ávido de noticias».

 

Me resisto a alejarme de este epistolario solo con este poema a Gelma, también se me ocurre el prólogo del Persiles y Segismunda, de Cervantes, y la exclamación que este hace, una de las páginas más hermosas de la literatura española: «¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida!»

 

El escritor, periodista y ensayista español, autor de novelas tan famosas como La familia de Pascual Duarte Mazurca para dos muertos, Camilo José Cela, al partir del mundo de los vivos dejó una expresión en la cual advierte que la muerte es una amarga pirueta de la que no guardan recuerdo los muertos, sino los vivos.

jpm

Compártelo en tus redes:
ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
5 1 vota
Article Rating
Suscribir
Notificar a
guest
0 Comments
Comentarios en linea
Ver todos los comentarios