Ante el altar del optimismo

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EL AUTOR es periodista. Reside en San Cristóbal.

El país  ha sido estremecido por varios hechos de violencia y denuncias de actos de corrupción que están en la palestra pública, por lo que  se hace necesario abrazarse al optimismo para crear un ambiente de ánimo y entusiasmo que impulse un sentir esperanzador  que nos convenza de que aunque a veces  así lo parezca, no todo  está perdido, que solo tenemos  grandes retos y dificultades por superar para seguir adelante.
 
No obstante, la delincuencia  desafiante se adueña de nuestros espacios y cada vez más  nos acorrala, nos arrincona, y tal parece no existen planes, ni estrategias para detenerla, y ha  sometido a su merced a quienes  tienen el deber de enfrentarla, a pesar de los esfuerzos  anunciados y las mil y no se sabe cuántas promesas de garantizar paz y tranquilidad a la sociedad dominicana.
 
A pesar además, de los titulares de peculado, de los sobornos y tropelías de  una tal Odebrecht y compartes, y otras tantas denuncias de actos de corrupción en los que siempre se promete que se llegará hasta las «últimas consecuencias,» «caiga quien caiga,» pero luego aparecen los bajaderos por compromisos e intereses y se  empantana la  justicia, y ya no es digo, sino diego, pero levantemos la bandera del optimismo que esta vez, no será así.
 
Pero si bien es cierto, por igual,  que gran parte de los actores políticos han perdido credibilidad en la población, por su comportamiento y  ese espíritu mercantil, por el que han relegado y puesto de rodillas sus  ideas, principios y supuestos liderazgos, ante la palabra “negocio,” no detengamos el paso, miremos con fe y  optimismo el futuro, qué tiempos mejores vendrán.
 
Porque este es un pueblo maravilloso, de gente laboriosa y trabajadora, un pueblo que se levanta cada día preñado de esperanzas y esperando la correcta actuación  de quienes tienen en sus manos el deber de poner la casa en orden, y que su actuación ante el país, debe ser el mejor ejemplo de decencia y honradez para toda la población, pero resulta tan difícil, el simple hecho de hacer lo correcto.
 
Un pueblo que anhela oportunidades para crecer y desarrollarse, en donde  los servicios básicos necesarios para una vida digna y decorosa como  salud, vivienda, educación y alimentación  no sean un privilegio de pocos, sino un derecho de   la gran mayoría de la población, principalmente  la de menores recursos, esa que a diario pide fuerzas a Dios, y se arrodilla ante el altar del optimismo, para darle aliento a su vida y quien sabe, si hasta para darle vida a su aliento.
 
jpm
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