Ana’s al Basha: “el payaso de Alepo”
Cuando leí “Pelando la cebolla” (la autobiografía lacerante del premio nobel-1999 de literatura,Günter Grass), su lectura -lo confieso- cambió mi vida e impactó mi paz interior hasta casi dejarme triste, abatido, consternado y perplejo ante la miserable condición humana que no pocas veces, por ambición y poder, se aleja del mas minino indicio de piedad o clemencia, así sea tras un objetivo-país, una fijación (aferrarse al poder, anexar territorios, o simplemente, creerse predestinado) o la destrucción masiva de una ciudad –como el infierno que vive Alepo-, sin reparar, ni por un instante, que entre los escombros y las víctimas siempre habrá ancianos, mujeres y, lo más abominable: niños indefensos-inocentes que como Omran Daqneesh (el niño sirio rescatado -cuya imagen ensangrentada recorrió el mundo- de los bombardeos y que se convirtió en símbolo del horror de la guerra en Siria). Sin hablar de Ali, su hermanito de diez años -del que poco saben-, no corrió con la misma suerte y murió.
Para muchos de nosotros -latinoamericanos o caribeños- Medio Oriente y los Países Árabes se nos proyecta como una antípoda geográfica-cultural cuya historia se nos hace compleja e indescifrable por ser meca de religiones-lenguas milenarias, diversidad tensa religiosa, disputas territoriales entre etnias-pueblos y zona geográfica convulsa que no cesa de hacer la guerra y vivir tras una paz (la Israel-Palestina-Irán-Israel) que nunca llega a veces por intereses foráneos, a veces porque sus líderes sencillamente prefieren herirse y no convivir en la riqueza de su mosaico étnico-religioso-cultural que su historia y geografía milenaria les convoca. O más claro-extremo y hasta poético -como dijo-pidió Yasser Arafat-: “No dejen que la rama de olivo caiga…”.
Sin embargo, no es de historia, ni de geografía o religión sobre lo que quiero llamar la atención de los lectores, sino sobre el horror de una guerra-conflicto en donde Occidente y Rusia (que “nunca ha sabido si es europea o asiática”) tienen su nariz-interés metida en la defensa de un supuesto “equilibrio geopolítico” que hace rato los hace culpables por igual, mientras el presidente Bashar al–Asad insiste en perpetuarse en el poder a cualquier precio, incluido, la destrucción-desaparición de una ciudad que como Alepo ha sido péndulo-símbolo histórico-cultural de varios imperios: el Romano, el Bizantino, el Otomano, y que guarda en su gastronomía, arquitectura y riqueza musical tradicional el legado de un pasado pletórico que resalta y simboliza parte significativa y alegórica de una cultura que se pierde en la bruma de su otrora vida nocturna de bares y cabarés, ahora bajo el fuego cruzado de misiles y artillerías de diversos calibres. Porque Alepo es el centro histórico de Siria y la ciudad más poblada con dos millones y tanto de habitantes.
No obstante, Alepo además de ciudad histórica emblemática (hoy botín en disputa de los intereses en pugna -régimen de al-Asad, Ejercito rebelde, Rusia y Occidente- por el control del país), es su gente (musulmanes suníes: árabes y kurdos), y entre ellos los más vulnerables: niños, mujeres y ancianos, que, desde el 2012 en guerra, y por 112 días bajo sitio, han sido reos del infierno, del caos, de la escasez, del hambre, de los bombardeos indiscriminados y de toda la barbarie que encierra-genera una guerra.
Y ese escenario de guerra y caos, fue el que Ana’s al Sasha –“el payaso de Alepo” o “el payaso de la felicidad”- escogió para llevar sonrisas y regalos a los niños de Alepo en medio de bombas, ataques aéreos y la inmisericordia de unos actores nacionales e internacionales que no entienden otro lenguaje que el de las armas –a pesar de la ONU y sus gestiones diplomáticas- y el de los logros de sus objetivos bélicos-estratégicos aunque en los cálculos fallidos –de los bandos- caigan niños (que han sido, según estadísticas confiables, la mitad de las víctimas: ¡unos 100 mil! de los 250,000 mil caídos a la fecha) refugiados en centros de albergues, iglesias, hospitales en donde el payaso al Sasha solía visitarlo para hacerle reír, disipar su miedo-ansiedad y hacerlo soñar con el mundo -de alegría e inocencia- que la guerra les robó. De ese gesto humano-solidario del payaso de Alepo de la organización Espacio de Esperanza –a la que pertenecía-, habla cualquier video (disponible en Youtube u agencias de noticias) del payaso de la felicidad rodeado de niños, unas veces bailando –con su disfraz, su sombrero alegórico, su pelo rojizos, y la lágrima-sonrisa de todo payaso- y otras veces improvisando dinámica de grupo para niños abrumados por la guerra y un destino incierto que él trataba de disipar…
Y habrá que hurgar en el alma de niño y de altruista de al Sasha (“el payaso de Alepo”) que a sus veinticuatro años y recién casado, abandonó todo e hizo caso omiso a los avisos de abandonar la ciudad, quizás consciente de que no todos en Alepo –y como sucede casi siempre ante cualquier catástrofe, caos o incertidumbre- se plantearon migrar –a su suerte y riesgo- y que mejor prefieren quedarse aferrados a lo poco o mucho de sus pertenencias, a su pasado, a sus familias, a su ciudad, a su tradición, o quizás, a lo que nunca muere en cada ser humano: ¡la esperanza!
Seguramente, a esa esperanza-riesgo también se aferró “el payaso de Alepo” cuando decidió que aquella era su misión y que en aquella ciudad -asediada y centro de humos y destrucción- era el lugar-destino para su mejor entrega de ser humano sin mirar o reparar en peligro alguno, balas, misiles ni bombas; o lo mas cotidiano, horripilante y natural de toda guerra: muertos, heridos, torturas, violaciones, mutilados, cadáveres y fosas comunes. Sabrá Dios cuántas veces, Ana’s al Sasha, supo que aquello no era un juego de niño (aunque se lo hiciera creer) y que, como sucedió, cualquier día sería el último de sus días y, en lo adelante, un simple número más –que no lo será, pues los niños de Alepo –de toda Siria y del mundo- siempre lo recordaran con alegría y devoción infinita- en las estadísticas frías de una guerra sin sentido y a qué precio.
Finalmente, y como saben, no soy muy dado a ver en las organizaciones de la sociedad civil o ONGs a simples actores sociales imbuidos del bien común o de sacrificios –aunque hay, en todas partes, sus excepciones (ONGs valiosísimas!)-, sino, y cuando así se lo trazan y lo evidencian, a actores-gerentes políticos que solapadamente avanzan-empujan agendas supranacionales (o nacionales) que les financian y les trazan las pautas de sus quehaceres múltiples-temáticos en disímiles objetivos políticos-estratégicos para permear-penetrar sociedades y gobiernos en aras de una globalización que muchas veces pretende suplantar constituciones, legislaciones nacionales, costumbres, tradiciones y hasta imponer esnobismos de todo género sin respetar la diversidad-pluralidad que dicen defender y promover.
Sin embargo, en el caso del payaso de Alepo Ana’s Al Sasha, estamos convencido que se trató de un ser humano excepcional que ofrendó su vida en el cumplimiento -solidario-voluntario- de una misión que él escogió -a todo riesgo- sin reparar en consecuencias y con el alma puesta en hacer sonreír a los niños de Alepo en medio de la guerra, el caos y la ambición de poder y dominio de los hombres líderes-países que se han auto-erigido en gendarme-dueños de este mundo que va a la hecatombe no ya material sino espiritual y en franco tránsito hacia la deshumanización más grotesca y despiadada. ¡Qué pena!
Por ello, quiero hacer eco -y con ello tributo- de las palabras de su hermano que al lamentar no poder despedirse del payaso de Alepo, escribió en Facebook “adiós, querido hermano. Espero que descanses en paz, mejor trayendo bondad a este mundo cruel”.
Simplemente, me inclino reverente ante Ana’s al Sasha (“el payaso de Alepo”), su obra-entrega y su sonrisa ensangrentada; pero, sobre todo, le doy las gracias por las sonrisas, por los regalos que llevó a los niños de Alepo y por su inmensa humanidad. ¡Gracias!, al Sasha. ¡Mil veces, gracias!, donde quiera que esté.
jpm
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