Amar a Milagros Germán

Sobre las turbulencias de la noche recuerdo en una ocasión visité los hermosos jardines del Parque floral de Paris, situado en el centro del bosque o Bois de Vincennes, en Francia, y de manera inesperada oí desde el corazón de uno de los jardines de flores regias unas voces perfumadas que sostenían un diálogo interesante con una rosa de exquisita fragancia.

En esa animada conversación la rosa le decía a las otras flores que embellecían aquel parque: “Soy una mujer sola, tengo seis años o quizás más sin pareja y sin sexo”. Una de las flores le pregunta a la rosa: “No llego a comprender, siendo tu una flor tan bella cómo te la ha ideado en tantos años para no ser seducida por algún artista, escritor o poeta del universo”, en último caso, también los comediantes sueñan, pero Milagros no necesita un torero.

Luego, me siento a orillas del lago Daumesnil, dentro del Parque floral, a contemplar aquellas flores tan preciosas vivir un ensueño como de mocedad en medio de una fascinante rosaleda. En el ambiente de aquel diálogo, observo el romance afanoso por la polinización y después de ese acto de orgasmo de fertilización del zángano con la abeja reina éste le transfiere el polvo extraído desde el estambre al ovario femenino de la flor.

Aquella rosa predilecta resumida en una mujer de grandes encantos que lleva por nombre: Milagros Germán, al relatarle a las demás flores su secreto, aquel misterio se torna en un réprobo de años de lamento de soledad y de vacío sensual los cuales le han arrebatado sueños a sus noches de ilusiones y en su utopía carnal ha podido haber sentido sus piernas tambalearse.

Su misteriosa ilusión fue lanzada al aire como si fuesen las revelaciones de aquel poema de Alejandra Pizanik que denuncia la noche y pronuncia palabras secretas guardadas por años en un corazón que late de amor. Vamos a compartir con la poetisa argentina una estrofa de uno de sus poemas para que sean sus versos que descubran la ilusión que guarda la diva de la televisión dominicana: «En la noche a tu lado, las palabras son claves, son llaves. El deseo es rey. Que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones».

Regreso nuevamente al regazo perfumado del jardín parisino de mi sueño y en un instante de ensoñación, encantado por aquellos años sin sexo y sin pareja de la flor, se me acerca el poeta mejicano, Jaime Sabines a la orilla del lago a compartir con el amigo el lamento de aquella hermosa flor dulcificada que ve angustiada el tiempo pasar sin devaneo.

Observo el rostro de Sabines, quien a pesar de los gemidos de la flor que se ha transformado en una diva, alcanzo a oírle pronunciar en voz alta: “Milagros si me tienes en tus brazos por qué vocaliza el amargo de unas palabras que no tienes pareja ni sexo. Para ti, dices el poeta enloquecido, he escogido unos versos de mi poema: «Me tienes en tus manos y me lees lo mismo que un libro. Sabes lo que yo ignoro y me dices las cosas que no me digo. Me aprendo en ti más que en mi mismo. Eres como un milagro de todas horas…».

Un barquito de papel con su velamen abierto recorre el lago escoltado por lirios calas como símbolos del amor. Aquella rosa de codiciable lozanía convertida en mujer de los lamentos de un amor que teme que se lo lleve la corriente tranquila de una marisma de aguas nacaradas y transparentes.

Con timidez razonable, le pregunto a aquella rosa de mis requiebros: ¿Dónde están tus ilusiones consumadas que coronaron tu divinidad una noche de florilegio en la que el hombre ciñó la diadema imperial sobre tu soberana cabeza?

No es posible que el tiempo, confidente intimo de tantos secretos tuyos, haya volado tan prontamente agitando sus alas al viento sin anunciarte su precisión y su rumbo, tiempo de amor y de sexo que tu dejaste abandonado. Le pediré a Benedetti que me hable de los colores del tiempo sin tiempo, por si necesita refugiarte en uno de sus espacios vitales:

«Preciso tiempo necesito ese tiempo que otros dejan abandonado porque les sobre o ya no saben que hacer con él tiempo blanco en rojo, en verde hasta en castaño oscuro no me importa el color candido tiempo que yo no puedo abrir y cerrar como una puerta, tiempo para mirar un árbol un farol para andar por el filo del descanso para pensar qué bien hoy es inverno para morir un poco y nacer enseguida y para darme cuenta y para darme cuerda preciso tiempo el necesarios para chapotear unas horas en la vida y para investigar por qué estoy triste y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo…».

Esas ausencias que tu parece reclamar en aquellas frases de sexo y de pareja, y yo diría, de vacío existencial, se puede llenar cuando algún zángano valeroso se arrime a ti apasionado y pueda reconocer que eres flor purificada que de tú pistilo se pueden extraer dulces mieles en el marco de lo sublime.

En este paraíso imaginario de noche de plenilunio y en tus ausencias tiernas permíteme invitar a este trabajo al poeta español Antonio Machado para decirte: “Buena es el agua y la sed; buena es la sombra y el sol; la miel de flor de romero, la miel del campo sin flor. Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que una fontana fluía dentro de mi corazón. Di, ¿Por qué acequia escondida, agua, vienes hasta mi, manantial de nueva vida de donde nunca bebí?”

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