Aciertos de la Editora Nacional
Un prólogo excelente y un formato cómodo y manejable son los primeros aciertos de la recién lanzada Biblioteca Dominicana Básica, la cual podría considerarse el proyecto más ambicioso de esta nueva etapa de la Editora Nacional bajo la dirección del poeta José Enrique García. De acuerdo con el ministro de Cultura Pedro Vergés, la finalidad sería la publicación de cien obras fundamentales, básicas, de la literatura dominicana.
Tres títulos anuncian una línea gráfica de primer orden, aunque el formato y la portada son imitación de la antigua Austral, considerada la primera colección de bolsillo de la industria del libro en español. Aquello lo inició el sello Espasa-Calpe en los años treinta del siglo pasado en Argentina, donde se establecieron varios editores exiliados durante la guerra civil española, y aun hoy existe la versión Austral Básicos, como propuesta moderna del Grupo Planeta. Fueron libros que se hicieron populares porque contaban con el debido cuidado editorial a pesar de la impresión en papel barato, la comodidad del formato pequeño y, lo más importante, por venderse a bajo precio. La calidad era garantizada por cierta rigurosidad académica, pero los editores nunca olvidaron el objetivo comercial detrás de dicho producto que todavía hasta finales de los años noventa circuló masivamente por toda España y América Latina.
Ahora en el siglo veintiuno, la Editora Nacional lanza una Biblioteca Dominicana Básica sobre la base de la experiencia ajena, y no está mal. Los títulos que inician el nuevo paraíso bibliográfico dominicano son «El derrumbe» de Federico García Godoy, que en este caso inaugura el género de Ensayo, mientras que el de Poesía abre con «Presencia de los frutos» de Juan Sánchez Lamouth y «El sembrador de voces» de Franklin Mieses Burgos. Confieso que son libros que me entusiasman, y que debido a eso mi lectura de los prólogos fue un tanto fervorosa.
Los prologuistas son Pura Emeterio Rondón («El derrumbe» de Federico García Godoy), Manuel García Cartagena («Presencia de los frutos» de Juan Sánchez Lamouth), y Federico Henríquez Gratereaux («El sembrador de voces» de Franklin Mieses Burgos). De los tres, me quedo solo con uno que me parece excelente: el de Henríquez y Gratereaux; aunque al igual que este último, García Cartagena también demuestra ser gran conocedor de la obra que comenta. El caso de Pura Emeterio Rondón es lamentable, porque da la impresión de no estar al nivel para presentar la obra de García Godoy. En realidad, la de García Godoy es la más difícil, por tratarse de una colección de ensayos; es decir, no es lo mismo prologar un libro de poesía que un libro de ideas.
En el prólogo a «El derrumbe» Rondón hace un gran esfuerzo que no logra cuajar. Comienza con un lugar común o frase muy gastada: «Federico García Godoy (1857-1924) es una figura señera de la historia de la cultura dominicana…» Por supuesto, si no fuera por eso creo que no valiera la pena iniciar con Godoy el importantísimo rubro de Ensayo de la Biblioteca Dominicana Básica.
El comienzo del prólogo escrito por Gratereaux se salvó del lugar común porque a pesar de recordar algo que suponemos (Franklin Mieses Burgos nació en Santo Domingo en 1906…), nos aclara de inmediato que esa fecha no es correcta, y se basa en «información confiable» para decirnos que el nacimiento del poeta «pudo ser 1905», y explica: «[…] esta diferencia de un año carecería de importancia para todos los fines prácticos, a no ser por el hecho de que un pariente cercano del poeta afirmó, en una carta escrita en 1920, que Mieses Burgos era analfabeto a los 14 años de edad».
En el caso de García Cartagena, la apertura es «macro», porque intenta abrir el lente para explicar lo que él califica de «limitaciones» en el estudio y la difusión de la literatura dominicana. Sin embargo, hay un olvido en su primer enunciado; cito: «Dos han sido las principales limitaciones que han afectado tradicionalmente la divulgación y la comprensión de la obra de la mayoría de los escritores dominicanos: la falta de conocimiento de sus proyectos vitales (no solamente sus “biografías intelectuales”, es decir, cómo vivieron, qué leyeron y de qué modo se formaron, sino también, y sobre todo, la serie de circunstancias que terminaron impulsándolos a expresarse de manera literaria). Por esa razón, se entiende que, durante la segunda mitad del siglo pasado, la crítica tradicional haya abordado de manera vacilante la figura de Juan Sánchez Lamouth (1929-1968)». El olvido se debe a que el prologuista nunca dice cuál es la segunda de las dos “principales limitaciones” que menciona al principio, y eso crea cierta confusión.
Luego de esos comienzos, cada prologuista desarrolla un «documento literario» que en manos del lector atento se convierte en elemento de consagración o de condena. La precisión y el rigor parecen ser la consagración de Gratereaux, mientras que García Cartagena queda relegado a una segunda revisión, y Pura Emeterio Rondón sería reprobada por no haber tomado en cuenta que por ser uno de los principales pensadores y fundadores del nacionalismo literario dominicano, el Godoy ensayista es un autor difícil que merecía mayor investigación, como sin duda la exigirán en su momento, en el mismo rubro de ideas, Manuel de Jesús Galván, Pedro Francisco Bonó, José Gabriel García, Américo Lugo, Fabio Fiallo, Máximo Gómez, los hermanos (Javier y Alejandro) Angulo Guridi, Gregorio Luperón, Francisco Gregorio Billini y otros nombres que ahora escapan a mi memoria.
Por último, en la página VIII del prólogo escrito por Pura Emeterio Rondón hay un error que debe corregirse en futuras ediciones. Se menciona a José Enrique Rodó como «José Emilio Rodó». El descuido no fuera tan grave si no se tratara del clásico autor de «Ariel», uno de los libros más influyentes del pensamiento hispanoamericano de principios del siglo XX.
Por cierto, Rodó era uno de los tantos escritores extranjeros con los que García Godoy mantuvo comunicación epistolar. Eso explica que al enterarse de la muerte del amigo uruguayo escribiera un extenso ensayo en el que deja claro el dolor que le causó dicho fallecimiento. Cito: «Su definitiva desaparición ha abierto hondos surcos de dolor en mi alma llena de lancinantes congojas en estas tristes horas de opresión universal…» Y confiesa: «He releído con no sé qué acentuada impresión de indefinible melancolía las cartas en que siempre tuvo para mí frases de aliento i [sic] de encendido cariño. En ellas vibra intensamente su espíritu. En Rodó se realiza la magnífica unidad de una vida en que nada desentona ni rompe el ritmo armonioso de una aspiración constante i [sic] fúlgida de positiva i [sic] trascendente influencia social».
En fin, a pesar de los señalamientos propios del oficio creo que la colección Biblioteca Dominicana Básica es un acierto de la nueva etapa de la Editora Nacional. Es necesario rescatar de la oscuridad lo mejor de la literatura dominicana, pero también es importante garantizar la continuidad del proyecto de manera institucional, asegurar reimpresiones de ediciones que pronto se verán agotadas, y la difusión efectiva de esas obras que deben servir para enorgullecer a todo lector dominicano.