¿A quién le corresponde encender las luces?
«En el mundo de los ciegos, el tuerto es rey», es un refrán bastante manejado. Alude dicha expresión, como es obvio, a la ventaja de quien tiene una habilidad, donde escasea. Parecería natural que quien cuenta con el talento sea el responsable de realizar una labor, pero no siempre ocurre así. Ejemplos de la afirmación anterior, son los siguientes: se supone que son los líderes políticos los encargados de procurar el bienestar común (en lugar de preocuparse, exclusivamente, por el propio). Se supone que el padre o la madre son los responsables de orientar a sus hijos. Se sobreentiende que la escuela debe luchar incansablemente por despertar el espíritu de libertad de niños y jóvenes (en lugar de adoctrinarlos). Se da por sentado que los guías espirituales nos encaminan en la dirección correcta. Un tema es guiar y otro, hacia adónde. Ahora bien, ¿por el contrario, qué ocurre? Para responder hay que acudir a otra máxima, esta vez de Jesús: «Son ciegos que guían a otros ciegos». Aquí está clarísima el compromiso que implica «ver». El papa Francisco, por ejemplo, no solo debe orar por las situaciones engorrosas de la Iglesia (o solo denunciarlas), sino que ha de transformarlas, de manera positiva. Por ese rumbo parece encaminarse y ya ha dado pasos muy concretos. «Ustedes los que ven, ¿qué han hecho de la luz?», preguntaba san Vicente de Paúl. El talento incluye el compromiso. En un mundo asimétrico, totalmente desigual, quien «ve» tiene la responsabilidad de restaurar la visión de los demás, de equilibrar la balanza. Una sociedad, del tipo que sea, solo avanza cuando las personas auténticas asumen su rol. Para justificar lo precedente, baste recordar nombres sonoros com Gandhi, Teresa de Calcuta, Martin L. King; y otros, más comunes como doña Rosita, Antonio, Carlos y doña Carmen, quienes desde su humilde condición se convirtieron en símbolos, debido a la forma intensa en que vivieron, al servicio de los demás. ¿Soy un ciego o soy un guía?