A propósito de la sentencia 168-13

A décadas de aquel infausto acontecimiento; parecería que mi padre vaticinaba o se adelantaba a controvertidas iniciativas, cuando afirmó que los descendientes de africanos y los negros sólo eran buenos para la práctica deportiva y que, los predestinados e Inteligentes son los individuos de la raza blanca. Hoy reflexiono sobre aquel suceso, luego de tomarme unas vacaciones en Santo Domingo.
Carlos Pina Navarro (Callito) sostenía esa idea, luego de obsequiarme con el libro “Cien Años de Soledad” del laureado y recién desparecido escritor Gabriel García Márquez. Un hombre tan instruido como era él, decía no entender esa obra; le resultaba tediosa.
Ciertamente, ahora, cuando me ubiqué en la peatonal calle El Conde esquina Hostos, rememoré ese acontecimiento, y pienso que tal vez mi progenitor se resistía a la literatura revolucionaria y novedosa de Gabo.
Para ese entonces, quizás por su intolerancia, también, su rancia sociedad que necesariamente no fue la mía, desde ya rechazaba a los negros y pordioseros que merodeaban por la siempre emblemática vía.
Sospecho que para esa época, muchos de su generación y con sus mismos tintes xenofóbicos de entonces, en principio, tampoco asimilaban el macondiano mundo del Gabo.
Consentí el que no interpretara la obra de García Márquez, pero me causo desazón comprobar por vía de mí padre lo que siempre creí: los negros y los pobres, siempre hemos sido abominados y explotados por políticos rufianes, así como por representativos de la oligarquía, burgueses, clase media alta, y otros sectores enajenados que reniegan de su identidad.
Es posible que muchos se pregunten: ¡a quién le importa esa vaina! Pero se trata de un cuasi ejercicio catártico. Lo más neurálgico de esa confrontación fue lo sustentado por mi padre; en efecto, parecería que revelaba lo que acontece hoy con la sentencia 168/13, del Tribunal Constitucional (TC).
Apelo a una historia que protagonizó mi progenitor, sin inquinas, resentimientos ni desamor alguno; trato de develar a través de los míos, lo que siempre han sido nuestros prejuicios y taras con alienaciones europeizadas.
Y lo sintomático es, que mi padre fue siempre sempiterno limosnero. En nuestros encuentros, siempre en el mismo punto de la calle El Conde, siempre lo vi dando monedas a los pordioseros. Era afable, y gozaba de buena reputación como ser humano.
Sin embargo, sus virtudes nunca lo desligaron de las veleidades y prejuicios de su retardataria sociedad. Por sus actitudes con respecto a los desposeídos y negros, ahora comprendo el por qué, presionado hasta lo indecible, el presidente Danilo Medina, ha dado tantas vueltas para dar por terminada una controvertida ley de naturalización.
La confrontación con mi padre, en esos tiempos aciagos tal vez fue globo de ensayo; nos muestra los arietes de doble moral y desdoblamiento que también arropa a nuestras autoridades y gobernantes que han traficado con los haitianos (claro, no son artistas, son pobres y negros), para luego despojar de la nacionalidad a sus descendientes dominicanos, con una medida retroactiva. ¡Cuanto cinismo y descaro!
Al margen de que aspiramos a un justo ordenamiento migratorio, ahora entiendo sobre las presiones y los odios de un Marino Vinicio Castillo (Vincho); un Tomás de Torquemada como el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez; y entre otros, lo nefando, perverso y contradictorio del ex presidente, Leonel Fernández Reyna. Evidentemente esto es un asunto de larga data.
Sin embargo, quiero hacer constar que “Callito”, fue un pobre hombre atrapado por los grilletes de sus circunstancias, pero, quiero concluir esta historia con un aliento de satisfacción. Mi padre, contrario a otros de sus descendientes, falleció en paz y rechazando las políticas públicas de los gobiernos peledeístas. Antes de fallecer, una de sus últimas expresiones fue la siguiente: “Fernando, ya si nos jodimos, aquí hay una mafia en el poder”.

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